Se escucha decir frecuentemente, como una sentencia. Al igual que un témpano, lo que se ve de un árbol, de una planta, se sostiene en sus raíces, que suelen estar bajo tierra y, en algunos casos, con un tamaño mayor que el de la parte visible.
En muchas personas se ven logros o calamidades, como un sello distintivo, y uno se forma una idea de lo que esa persona debe de ser, pero no estamos viendo todo. Hay resultados grandiosos en algunas vidas humanas o en algunas gestiones institucionales; también pueden ser resultados desastrosos, pero no hay que olvidar que todo resultado es producto de un proceso.
Para que alguien llegue a ser un buen profesional en algo, primero tiene que haber tenido una buena primera infancia, después una buena escuela en los distintos niveles, hasta llegar a un título profesional. Todos esos factores externos van a ser aprovechados si la persona que consideramos ha puesto de su parte talento y dedicación. El talento para algo suele ser una condición innata, una inclinación natural que nos hace pensar que cada uno nace predestinado para ser algo determinado.
Todo talento debe ser cultivado, y para ello hacen falta la dedicación de la persona para aprovechar las oportunidades que puedan presentarse y, para cuando no haya oportunidades a la vista, buscarlas e incluso “fabricarlas”. Por otra parte, hay personas que han llegado a destacarse en lo que parecía no ser su principal talento, pero al aprovechar las oportunidades que se han presentado en la vida, pueden haber terminado inclinándose hacia lo que tenía una salida y destacándose en esa actividad.
Dicen que somos una consecuencia de nuestros mayores, de nuestras acciones y de las circunstancias. Cada uno con nuestra historia de vida, somos en la sociedad un sinfín de historias que convivimos poniendo cada uno lo nuestro para lograr la convivencia.
Hay casos particulares muy con
La persona que se ha visto criada en esa situación poco deseada, puede haber tenido sus oportunidades para cultivarse y haberlas aprovechado, o haberse dejado dominar por la tristeza o el resentimiento y caer en malas acciones. También hay quien ha ido a parar a un hogar donde tenía alimento y abrigo, pero a cambio de trabajo doméstico sin oportunidad de estudiar, por ejemplo; pero algunas de esas personas han estudiado aunque sea tardíamente y han logrado un ascenso cultural y social para sí mismas y mejores oportunidades para sus descendientes.
Casos así, con todas sus variantes, podemos conocer con sólo prestar atención a lo que nos rodea, conociendo gente y sus circunstancias de vida. También hay quienes son como canta Elpidio Herrera en su chacarera La Filosófica: “No te vaya a sorprender que de un árbol bien nacido, salgan los gajos torcidos pues se han doblao al crecer”.
Así como una persona puede llegar a parecer exitosa y muy feliz ante la opinión pública, sin que se pueda saber todas las lágrimas y heridas que debió soportar para llegar a donde llegó, suele ocurrrir que juzgamos sin piedad a una persona que tuvo una conducta que nos cayó antipática, sin tener nosotros en cuenta qué es lo que llevó a ese prójimo a caer en lo que nos parece malo. También hay insituciones que, como logros humanos que son, tienen debajo de sí un pasado cargado de actitudes valiosas y otras que no lo son tanto.
Cada uno con nuestra historia de vida, tenemos oportunidad hasta último momento para superar lo malo que nos haya ocurrido y apoyarnos en lo bueno, para agregar nuestras virtudes, que todos tenemos algunas, y lograr ascender aunque sea un poquito más en la calidad humana.
En nuestro pasado, como sociedad, tenemos mucho de bueno para erguirnos a partir de ello. Esa memoria llamada tradición, nos permite ser nosotros mismos como comunidad, como provincia y como país.
Es muy cierto lo que dice el soneto Si para recobrar lo recobrado, del poeta y diplomático argentino Francisco Luis Bernárdez (1900 – 1978), en sus últimos tres versos: “Porque después de todo he aprendido/ que lo que el árbol tiene de florido/ vive de lo que tiene sepultado”.
26 de Noviembre de 2024.