Por Crístian Ramón Verduc
12/11/2024
Nada es cien y nada es cero

Dijo un ingeniero a la hora de evaluar una actividad humana. Decía que, aún a lo que nos parece que no tiene ninguna falla, en algún momento podemos encontrarle el detalle que falta para arrimar un poco más al ansiado cien por ciento. La perfección, la eficiencia total, son objetivos hacia los que se debe apuntar en cada actividad, para poder lograr lo mejor, sabiendo que ese mejor también va a ser mejorable.

Cuando uno ocasionalmente ve la televisión de Buenos Aires, puede encontrarse con esos concursos que tienen un grupo de observadores, personas que tienen experiencia en determinadas actividades del espectáculo. Ellos son el jurado del concurso. Como todo grupo humano, por pequeño que sea, cada uno de los jurados tiene su criterio para calificar a los concursantes, con un sistema de cero a diez puntos.

Hay quienes tienen la costumbre de poner notas altas, y cuando un participante les parece excepcional, lo califican con un 10. Generalmente son figuras simpáticas, que tienen afecto natural recíproco con casi toda la gente. Hay otros jurados que califican con cuatro, cinco o seis. El concursante que logra un 6 de uno de esos jurados “antipáticos”, queda totalmente satisfecho y, si en alguna ocasión aparece una calificación con 7, la persona que participa se siente totalmente feliz.

Si en definitiva, la calificación final va a ser una suma de puntos obtenidos, para así hacer la clasificación de concursantes y determinar quién ganó, cualquiera de los dos modos de puntuación logra el objetivo alcanzado, con la diferencia de que los jurados “generosos” pudieron haber “igualado” a dos o más concursantes que no eran precisamente iguales en mérito; buenos sí, pero no iguales. En cambio, con su habitual puntaje máximo de 6, el jurado “mezquino” tuvo la oportunidad de otorgar un 7 al que fuese mejor que el mejor concursante, y le quedaba margen por sí aparecía alguien aún mejor.

Todo esto es subjetivo, pues nos referimos a las actividades humanas. En algún momento de la vida humana en el planeta, lo máximo del conocimiento puede haber sido el poder encender fuego voluntariamente. Otro gran logro para los tiempos ñaupas, antiguos, ha sido la domesticación de animales, y así seguimos de logro en logro, cada uno más importante que el anterior.

Quien más, quien menos, en los días previos al 10 de Noviembre hemos repasado la obra Martín Fierro, de José Hernández, no vaya a ser cosa que el Día de la Tradición nos encuentre desprevenidos. En El Gaucho Martín Fierro y La Vuelta de Martín Fierro, aparecen muchos personajes, con diferente relevancia en cuanto a protagonismo. De hecho, se destaca la figura de Martín Fierro; en cierto modo, el Viejo Vizcacha se acerca mucho a Fierro en protagonismo; después, siguen el sargento Cruz, los hijos de Fierro y el de Cruz.

José Hernández nos muestra dos Martín Fierro distintos: El gaucho del primer libro es joven, rudo, tiene buenos sentimientos pero, en cierto modo es un provocador, que termina enredado en peleas que acrecentaron su desgracia sobre las injusticias que había sufrido. Cuando vuelve de las tolderías, habiendo sufrido más y en un estado de pobreza extrema, es un hombre envejecido, con deseos de vivir en paz y arrepentido de las muertes que causó en peleas que podrían haberse evitado.

El Viejo Vizcacha vendría a ser el principal antihéroe de la obra, si consideramos que Martín Fierro es el héroe. Podemos tomar como guía la descripción que el hijo segundo de Martín Fierro hace de Don Vizcacha: Lo muestra como un perdulario, una persona insufrible y sin valores.

Otra gran diferencia entre Martín Fierro y el Viejo Vizcacha está en sus consejos: Los de Fierro son destinados a ser justos en la vida, mientras que los de don Vizcacha tienen la finalidad de sobrevivir a toda costa. Aún así, no todos los consejos del viejo son inmorales; uno de ellos, comienza diciendo: “A naides tengas envidia, es muy triste el envidiar.”
Hasta donde se conoce, nadie vale cero y nadie vale diez. Lo dijo José Hernández por boca de Martín Fierro hace ciento cuarenta y cinco años: “Las faltas no tienen límites como tienen los terrenos. Se encuentran en los más buenos, y es justo que les prevenga: Aquel que defectos tenga, disimule los ajenos”.   

12 de Noviembre de 2024.
 

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