Cuando vamos caminando, o en bicicleta o a caballo por un callejón o camino en el campo, en esos momentos en que la tarde se transforma en noche, a menudo nos sorprende el vuelo apresurado de una avecita de cola larga que se eleva enfrente de nosotros, muy cerca. Es el ñan árcaj, que parecía estar echado en el suelo, a causa de sus patas cortitas. Da unas vueltas a unos dos o tres metros del suelo y aterriza detrás de quien pasó, otra vez en el camino. El ataja caminos, el ñan árcaj, es visible de noche en las rutas gracias a sus ojos, que reflejan cualquier luz, por tenue que sea.
Una leyenda de los pueblos antiguos cuenta que un destacamento enviado por el Inca, se había instalado en un lugar de los valles calchaquíes y había armado un pucara. Los delegados del Taahuantinsuyu habían pedido permiso para utilizar la zona como lugar de paso hacia Chile. La construcción del fortín de piedra causaba desconfianza en los líderes locales, que no estaban de acuerdo con la aceptación por parte de los caciques de la nación calchaquí. Cuentan que, aprovechando el enamoramiento de un soldado de la guardia imperial con la hija de un jefe calchaquí, los líderes del poblado vecino consiguieron infiltrarse en el pucara y matar a todos los soldados. Engañado y a punto de ser masacrado, el antes enamorado y luego decepcionado guardia se transformó en un ave que, en cada camino espera a los caminantes. Con sus grandes ojos busca identificar a quienes lo usaron para matar a sus compañeros. El joven guerrero se llamaba Ñan Árcaj, según la leyenda.
En tierras del Brasil, el ataja caminos es llamado curiango, en lengua tupí. Es un ave de hábitos nocturnos que se alimenta de insectos, a los que captura en vuelo.
Las distintas culturas, con fábulas y leyendas, enseñan desde hace siglos sobre los sentimientos humanos y en cuanto a hechos históricos.
Las civilizaciones americanas anteriores a la invasión europea, se expandían para llevar recursos desde parajes distantes hacia sus ciudades, tal como se ha visto y se ve en varias civilizaciones éste y de otros continentes. El Taahuantinsuyu puede haber sido algo similar, concentrando su principal actividad cultural en el Cusco. En ese caso, el actual Noroeste Argentino habrá sido solamente un lejano contribuyente poco favorecido, o bien la llegada de los españoles truncó cualquier plan de progreso para la zona. De todos modos, nos quedó el legado de la lengua quichua, que con los años y por la acción modificadora de los antiguos idiomas locales y del castellano, dió como resultado una variedad propia de nuestros pagos.
El 19 de Abril ha sido instituído como Día del Indio, como una forma de reconocer al antiguo habitante del continente americano, del cual quedan grupos no mezclados con europeos. Estas comunidades, existentes en toda América, contrastan con una mayoría de mestizos autoconsiderados extranjeros en el continente.
Aún hoy, la mayoría de los habitantes de estas tierras que consideramos nuestras, utilizamos la palabra indio como expresión insultante, peyorativa, como un adjetivo “descalificativo”. Cuando menos, calificamos de “indio” a quien consideramos rudo. Son pocos los que se autotitulan indios o descendientes de indios. Casi siempre los indios son los otros, y son el enemigo en los relatos, incluso en el Martín Fierro.
Con todo lo que nos hemos informado los criollos en los últimos tiempos, ya ha de ser buena la ocasión de aceptar que entre nuestros antepasados hay gente originaria de estas tierras a las cuales pertenecemos. Si creemos que solamente descendemos de invasores, refugiados o aventureros, estamos negando para nosotros y los que nos siguen en la vida, el derecho de sentirnos legítimos “hijos de la tierra más linda”.
15 de Abril de 2.008.