Es un refrán que nuestros mayores usaban para referirse a ciertas sospechas de complicidad. Se decía así para significar que entre iguales no había delaciones, cuestionamientos, reclamos ni castigos.
La justicia debe ser ciega, es un concepto que nos han enseñado en la escuela. A la justicia como entidad, suelen representarla como una figura griega que tiene los ojos vendados, para escuchar y sopesar los hechos, sin mirar cuáles personas están involucradas. En una sociedad igualitaria, nadie es más que nadie; todos tenemos iguales derechos que nuestro prójimo.
Todos estos conceptos nos han sido inculcados en nuestra etapa formativa, queriendo lograr una ciudadanía bien preparada, capaz de convivir con gente conocida y desconocida, construyendo así una comunidad que logrará cada vez una mejor calidad de vida para cada vecino, comprovinciano y compatriota. Logrado esto, el siguiente paso podría ser una comprensión entre naciones que, poco a poco, vaya descartando rivalidades y borrando fronteras sin el sojuzgamiento de ningún país por parte de otro.
Las religiones que conocemos en nuestro pago, se basan en el concepto de que no se debe hacer al prójimo lo que uno no querría que le fuese hecho. Es decir, no hacer daño a nadie, porque no queremos que nadie nos dañe.
La religión nos forma moralmente y la formación cívica nos instruye para evitar conflictos que podrían hacer bajar la calidad de vida del conjunto. Con toda esta información y formación, uno está listo para vivir bien, en paz, construyendo un mundo mejor con sus semejantes, para disfrutarlo juntos y dejarlo como un legado para quienes vienen después, los que seguirán la tarea para mejorar aún más este bendito mundo.
Por lo menos una vez al año, quien más, quien menos, estamos dirigiendo nuestros pensamientos a la vida, a la Naturaleza, al planeta, a nuestro Dios, a lo que nosotros consideramos nuestra guía y ayuda para andar bien por la vida. Así también, estaría bueno que, con la misma periodicidad o más frecuentemente, mejor aún en la vida cotidiana, ejecutemos acciones coincidentes con el sentimiento que profesamos.
“Dice el refrán que en la tropa, nunca falta un güey corneta”, leemos en el relato del segundo hijo de Martín Fierro. Se refiere a que, al igual que el buey al que le falta un cuerno, en todo grupo suele haber alguien que no alcanza el buen perfil para ser parte del grupo.
En la sociedad, entre tanta gente bien intencionada que trabaja para lograr el bien común y una mejor calidad de vida, suelen aparecer algunas personas que no encajan en ese perfil, que hacen daño y provocan una disminución en la calidad de vida de toda la gente, no sólo de quien fue objeto de su mal accionar. Además, quien daña a una persona, mañana dañará a otra, pasado mañana a otra más, y así seguirá hasta que la comunidad, con un esfuerzo digno de mejor causa, consiga anular las acciones de ese “buey corneta”.
Desde tiempos antiguos, las civilizaciones han tenido oportunidad de aprender que, a lo malo de la naturaleza humana, se lo puede neutralizar con prevención y, llegado el caso, con la debida sanción que va a marcar la diferencia de trato hacia quienes obran bien y quienes obran mal.
Dicen que el ser humano se cuida de obrar mal por temor a Dios, o al desprestigio, o al poder de policía del Estado. Por algún motivo, desde hace varias décadas, el concepto de que no importa “el qué dirán”, ha sido impuesto poco a poco con canciones, publicaciones varias y enseñanzas directas o solapadas. Algunas religiones tuvieron enfrentamientos que llegaron a ser violentos; después, también por diversos medios, se comenzó a buscar la eliminación de las religiones. La administración de justicia y el uso de la fuerza pública, también fueron desprestigiados.
La presencia habitual de “el buey corneta” en distintas instituciones, han servido de argumento para socavar a cada uno de esos tres frenos contra las malas acciones. A veces tenemos la sensación de haber retrocedido culturalmente, ante la caída de la calidad de vida por causa de un incremento de las acciones de individuos que dañan a la comunidad, y muchas veces sospechamos que podría haber complicidad de parte de quienes deberían evitar o castigar las malas acciones.
A veces tenemos la sensación de que nuestros esfuerzos acaban beneficiando más a los individuos dañinos que a quienes queremos beneficiar, y eso podría generar desaliento, con la consecuente pérdida de gente en el “lado bueno” de la lucha cotidiana por un mundo mejor.
Para nuestro propio bien y para bien de nuestros descendientes, no debemos abandonar el mandato: Ama súa, ama llulla, ama ckella. Prohibido el robo, no tolerar la mentira ni la pereza.
06 de Agosto de 2024.