Hay mucha gente que piensa así, por eso obra con altruismo, entendiendo que el trabajo por el bien común lo incluye entre los beneficiarios, mientras que la actitud egoísta, le brinda “pan para hoy, hambre para mañana”, pues cuando se descubre su falta de solidaridad, va siendo excluido de los distintos sectores de la sociedad a los que aspira integrarse y, ocurra o no esa exclusión, su vida interior no va a ser precisamente tranquila.

Hoy es un día especial para replantearse lo que uno hace. Por supuesto que todos querríamos hacer lo que nos resulte más agradable, pero no siempre es posible. Para cada cosa que uno desea, hay limitaciones prácticas y morales. Por poner un ejemplo: Uno quisiera ser director de orquesta, pero tiene la dificultad práctica de la falta de preparación para ello. Otro ejemplo: Uno quisiera poseer un automóvil como el del vecino, pero no tiene los medios económicos para ello; en una de ésas, podría sustraerlo en algún descuido del propietario, pero eso no se debe hacer, por razones morales y porque las leyes lo prohíben.

Los preceptos morales “Ama súa, ama llulla, ama ckella” nos mandan a no aceptar ni practicar el robo, la mentira ni la pereza. Muchos males y factores de atraso que aquejan a nuestros grupos sociales son, justamente, la apropiación de lo que a uno no le corresponde, la mentira manifestada de diversas formas y la falta de compromiso con lo que debe hacerse o con lo que hemos inducido a esperar de nosotros.

El 9 de Julio de 1816, veintiocho representantes de ciudades de las Provincias Unidas del Río de la Plata, declararon que nuestro país era libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Diez días después, se agregó: “Y de toda otra dominación extranjera”.

Ese día 9 de Julio se acabaron las ambigüedades y las dudas: Las autoridades criollas ya no estaban esperando el regreso del rey para entregarle el poder, ni tenían la intención de entronizar a la infanta Carlota Joaquina, ni la de entregar el poder político a ninguna dominación extranjera. Se hizo honor a la verdad, ante un mundo que veía con recelo toda forma de gobierno que no fuese monárquica.

Los participantes del congreso tuvieron que enfrentar azarosos y penosos viajes para participar en tan importante tarea, a la que tuvieron que dedicar varias horas cada día durante un tiempo bastante importante, con gran esfuerzo mental y emocional.

El honesto y transparente manejo del dinero recibido para viáticos por los representantes santiagueños, Pedro León Díaz Gallo y Pedro Francisco de Uriarte, fue uno de los tantos ejemplos de que a ninguno de ellos los movilizaban las ambiciones personales, sino el logro del bien para la Patria, seguramente reconociendo que, si la Patria anda bien, va a andar bien el pueblo de uno y la familia de uno. La honestidad, la veracidad y la dedicación, dan mejores frutos que el robo, la mentira y la pereza.  

Una de las decisiones que tomó el Congreso de Tucumán fue la de llamar desde entonces al territorio que representaba: Provincias Unidas del Río de la Plata en Sudamérica. Más adelante, en 1853, el nombre mudó a República Argentina.  

Es por la República Argentina que debemos hacer que cada día sea para cada uno de nosotros un 9 de Julio de 1816, en el que decidamos obrar con justicia, sin fingir que somos lo que no somos o que hacemos lo que no hacemos, dedicando lo mejor de nosotros para sostener los proyectos que apuntan hacia el bien común. Es sabido que la entrega de las decisiones a una monarquía concreta o encubierta, a los pobres remedos de monarquía que vemos en ocasiones o, peor aún, a un poder ajeno a lo nuestro, son actitudes perezosas, por las cuales privamos a quienes nos suceden, de vivir en un ambiente sano y con posibilidades de progreso.

Si pensamos en el bien de nuestra nación, de nuestra provincia y por ende, de nuestra familia, podremos exclamar sin ningún resquemor, cada día y especialmente en este 9 de Julio de dos mil veinticuatro: ¡Viva la Patria!   

09 de Julio de 2024.