Por Crístian Ramón Verduc
09/04/2024
Cuidamos de nuestros niños, se llama una chacarera de Juan Carlos Carabajal y Onofre Paz.

La conocíamos como Cuidemos de nuestros niños. Una letra, estaría cambiando una exhortación por una afirmación. Recordamos entonces que Los Carabajal, cuando Mario Álvarez Quiroga y Luis Paredes eran integrantes del conjunto bandeño, por los años ’90, habían grabado Cuidemos de nuestros niños, chacarera con igual intención pero con otra letra y otra melodía. Vamos a los registros de SADAIC y vemos que no existe la confusión que estábamos haciéndonos.

En 1992 había sido registrada la chacarera Cuidemos a nuestros niños; como segunda opción de nombre está Cuidemos de nuestros niños, y como tercera opción: Cuidemos de nuestros hijos. La letra es de Mario Álvarez Quiroga y la música de Kali Carabajal. En 2009, Juan Carlos Carabajal en letra y Onofre Paz en música, registraron la chacarera Cuidamos de nuestros niños, con las tres opciones únicamente para ese nombre. Es evidente que la confusión era sólo nuestra.

El hecho es que, como dirían nuestros mayores, “cantando o llorando”, los adultos tenemos la obligación de cuidar a las personas menores, especialmente si son parte de nuestra familia. El cuidado de los menores es algo muy natural, no sólo en el ser humano, sino también en distintas especies animales. Los seres más simples son bastante autónomos al nacer y pueden sobrevivir sin ayuda, pero llegan a la adultez, y a la muerte por vejez sin mostrar mejoras en su comportamiento, salvo la reproducción instintiva.

Los seres más evolucionados, especialmente el humano, viven un proceso de liberación a lo largo de su vida, que comienza con una situación de total dependencia al momento del nacimiento, para ir aprendiendo y logrando su autonomía a medida que crece. A menudo, el ser humano sigue aprendiendo hasta los últimos momentos de su vida. Cuanto más y mejor acompañado esté su crecimiento, mejor será el resultado.

Hay casos de personas que fueron abandonadas en su infancia y, aún así, hicieron grandes obras, mostrando una gran capacidad de superación. Esos casos nos hacen pensar: ¿Esa gente pudo hacer grandes obras gracias al estímulo de una vida adversa, o llegó a esos logros a pesar de las adversidades? Ya que una buena crianza es un avanzado punto de partida para cualquier carrera humana, es de suponer que cuanto mejor sea la crianza del niño, mejores serán los logros en su adultez.

Hay talentos que parecen venir con la persona desde el momento de su concepción, posiblemente por herencia, ya sea por vía materna o paterna. Mucha gente comenzó a exhibir sus tendencias y habilidades desde muy corta edad, y no faltó quien comparara a esa criatura con su padre, su madre u otro antecesor, pues los talentos suelen aparecer también salteando una o dos generaciones.

Es muy significativo el estímulo del ejemplo. Los niños aprenden principalmente por imitación. Generalmente, las niñas tratan de imitar a su madre, a su hermana mayor, a una tía, vecina o la abuela, mientras que los varoncitos emulan a los varones grandes de su familia y comunidad cercana. Los más chicos de cada familia o grupo imitan las actividades cotidianas y los juegos de los mayores, en un evidente afán por parecerse a ellos. Es algo que les sale en forma natural, como un juego. Generalmente, los niños aprenden jugando.

La infancia es la mejor época para el aprendizaje, pues la memoria está nueva y ávida por acumular conocimientos y experiencias. Desde tiempos muy antiguos, los mayores han observado y acompañado el aprendizaje de los más chicos, pues las imitaciones no siempre salen bien sin una guía.

Si observamos a los artistas, veremos que la gran mayoría se inició en la infancia, por el deseo de hacer lo que veían y escuchaban de los mayores que tenían cerca para guiarse. Muchos dicen que han aprendido solos, muchos más dicen que, de un modo u otro, han manifestado su deseo de aprender y han recibido la enseñanza de quienes sabían más del arte que fuese.

Muchos de los folcloristas más reconocidos, por no decir todos, se iniciaron en el arte durante la infancia. Con sólo leer o escuchar las evocaciones de las grandes figuras podemos observar que comenzaron su aprendizaje por haber visto a los artistas de su familia, de su pago y, más aquí en el tiempo, por haberlos visto en televisión.

¿Qué hacer con los niños que quieren jugar a ser grandes artistas o grandes deportistas? ¿Les decimos que dejen el juego y vayan a estudiar lo que seguramente les han indicado en la escuela, o hacemos al revés, como el dibujo cómico en que el abuelo decía al niño que deje el libro y vaya a jugar a la pelota porque así tendría más futuro?

Posiblemente, lo mejor sería que cada niño sepa cumplir con sus obligaciones escolares y también pueda dar rienda suelta a sus anhelos artísticos, deportivos o los que fueren, siempre y cuando no sea algo dañino. Como dice Elpidio Herrera: “La vida es la gran escuela”, y en la escuela de la vida también deben alternarse los momentos de actividad obligatoria con los recreos y vacaciones.

Es responsabilidad de los adultos, el cuidar de que los niños no se conviertan luego en adultos frustrados o irresponsables.    

09 de Abril de 2024.
 

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