“Con tu ponchito gastado/ cubres tu violín zambero/ igual que a un niño dormido/ lo cuidas a tu instrumento”, dice Peteco Carabajal en la chacarera El Violín del Monte. El músico valora y cuida a su compañero de cuerdas, viento o percusión. Lo siente como parte de su cuerpo, o de su alma.
En un reportaje televisivo, el violinista santafecino Leandro Lovato dijo que Don Sixto Palavecino en una ocasión le había salvado la vida. A pedido del entrevistador, relató que hace unos años, cuando había visitado a Don Sixto que estaba de paso por Buenos Aires, el violinisto sachero le había dicho que en vista de lo tarde que se había hecho, no debía llevar el violín al retirarse, pues de todos modos volvería al otro día. Lovato no quería irse sin su violín, pero Don Sixto lo ha convencido diciéndole que pondría a su propio violín junto con el de Leandro, ambos tapados con el poncho, para que hablen entre ellos. Pensando en que habría algo místico en la propuesta y por no contrariar al maestro, Leandro Lovato había salido en la noche porteña sin su instrumento. Esa noche en la calle había sido asaltado por delincuentes armados. En esa parte del relato, aclaró cómo Don Sixto había salvado su vida al retener el violín. Con los ojos húmedos, dijo al periodista: “Entregué el dinero a los ladrones, pero si hubiese tenido mi violín... a mi violín no lo entrego”.
Don Atahualpa Yupanqui decía que adaptaba su cuerpo a la guitarra, pues la sentía como parte de sí mismo. El creador de Camino del Indio, El Alazán, Milonga del Peón de Campo, Luna Tucumana y tantos sentimientos criollos hechos canción, al ver destruírse un instrumento, habrá pensado: “amalhaya, se me ruempa pa’ siempre mi corazón.” Su amor por el instrumento le venía de la herencia ancestral y de lo inculcado por su maestro.
Un bombisto que tocaba ante un grupo de gringos en lejanas tierras de la patria, andaba con los bolsillos un poco flacos. De pronto, uno de los entusiastas oyentes ofreció comprar el bombo por una cifra en moneda extranjera igual al doble del valor del instrumento santiagueño. Ante la negativa del chango, duplicó su oferta, pero la respuesta fué contundente: “No, es mi bombo, y a mi bombo no lo vendo”.
Otro santiagueño, viendo por televisión la noticia de que un cantante famoso, para agradar a la multitud, había roto de un golpe su guitarra eléctrica, llegó a la conclusión de que no basta con pulsar bien un instrumento para ser músico. Hay que sentir que el instrumento es una prolongación de uno mismo. Vender, regalar o cambiar el instrumento musical, es un acto comprensible. Romperlo despiadadamente, sólo por hacer algo espectacular, no es cosa que un músico verdadero haría.
Si la música es una caricia para el alma, tanto de quien toca como de quien escucha, es bueno que se conserve la costumbre de ser cuidadosos con los instrumentos, construídos con amor por artesanos meticulosos. Nuestro Alero Quichua Santiagueño, desde su comienzo, tiene en alta estima a los músicos y cantores, pues sus instrumentos y su música nos alegran cada Domingo, incentivándonos para seguir en la preservación de la lengua quichua y de las tradiciones santiagueñas.
25 de Marzo de 2.008.