Una característica de los refranes es la de afirmar pensamientos importantes en pocas palabras. Este refrán tiene un gran parecido con la exigencia o exhorto quichua “ama llulla”, pues son exigencias de veracidad.
Así como el quichuista exige no mentir, en este caso el español pide llamar a cada cosa por el nombre que le ha sido asignado. Los sustantivos, que son las palabras que designan objetos y seres vivos, son muy importantes en el idioma.
Cuando hablamos es fundamental hacer saber de qué estamos hablando. Justamente, para que haya una mejor comunicación y comprensión, los distintos pueblos del mundo han desarrollado los idiomas, los que han venido evolucionando a lo largo del devenir histórico de la Humanidad.
Hay idiomas muy ricos en sinónimos, como el castellano. Nuestros paisanos suelen agregar nombres a los originales que designan a lo cotidiano. Por ejemplo: Al caballo pueden llamarlo flete, montao, reyuno, mancarrón, o con otras palabras que son sustantivos o adjetivos, pero usando un vocabulario surgido de la comunidad que se ocupa de los caballos y fáciles de entender.
En la escuela solían decirnos que los idiomas evolucionan y se enriquecen. Después nos aclaraban que esa evolución es producida por los hablantes y cuando el uso de cada palabra “nueva” es un hecho comprobado y generalizado, los académicos que controlan el idioma, incorporan esa palabra al diccionario oficial de esa lengua.
Muchos de los cambios ocurridos a lo largo de los años en el castellano, se deben a la transmisión oral entre una gran cantidad de personas que posiblemente dudaban de su propia preparación en el uso del idioma y, cuando escuchaban una expresión equivocada dicha por alguien que hablaba con cierto volumen de voz, dejaban su modo anterior de expresarse para adherir al habla de lo recién escuchado.
Otro problema de la transmisión oral está en la nitidez con que se expresa el emisor de una palabra, el ambiente en que están conversando, que puede ser ruidoso, y la capacidad auditiva del receptor de la palabra. Al respecto, hay relatos jocosos, como el de un hombre que le hablaba a su compañero que estaba absorto en la música que escuchaba y por lo tanto no respondía. El que pretendía conversar le dijo un poco molesto: “¡Hombre…estás sordo!” A lo que el otro respondió: “Ya voy a adelgazar”.
El quichua que se habla en nuestra provincia, preservado durante mucho tiempo por los hablantes en forma oral exclusivamente, fue tomando formas particulares respecto a las otras variantes del mismo idioma que se hablan en regiones que están en nuestro mismo continente, pero a cientos y cientos de kilómetros de nuestra zona quichuista. Incluso entre los mismos quichuistas hay distintos modos de decir las cosas. Es muy común escuchar decir que el quichua que se habla en cercanías del Río Dulce es distinto al que se habla cerca del Río Salado.
El quichua también es un ejemplo vivo sobre cómo la convivencia con otro idioma, en nuestro caso con el castellano, hace que algunas de sus expresiones sean reemplazadas por las equivalentes del otro idioma, sobre todo cuando ese otro idioma (en nuestros pagos, el castellano) es el habla oficial o es lo que suena con más fuerza, ya sea por estar en los medios de difusión o por imposición oficial. Cuando conviven dos idiomas en condiciones desiguales, poco a poco el menos apreciado va a debilitarse hasta finalmente desaparecer.
El quichua ha perdido algunas de sus palabras, las que han sido reemplazadas por palabras castellanas. Hay desde hace mucho tiempo movimientos más o menos aislados que buscan el fortalecimiento del quichua. Es muy posible que algunos de esos movimientos estén trabajando precisamente para fortalecer el quichua y no procurando los lucimientos individuales o la recaudación de algún dinero. Ojalá, chaina cachun. Sería muy bueno si cada cosa que decimos concordase con lo que sentimos y con lo que hacemos.
Hoy por hoy, no sólo el quichua está amenazado por la desnaturalización causada por la cercanía con elementos extraños, sino que también el castellano está siendo atacado por las fuerzas globalizadoras. Desde afuera y usando a quienes pueden hablar más alto en nuestro ambiente, están introduciendo en nuestra vida cotidiana expresiones y pensamientos del imperio monopolizador.
Hay claros ejemplos de cómo personas que parecen grandes en nuestra comunidad, obedecen al mandato ajeno y procuran imponerlo en nuestro modo de ser criollo: El reparto a domicilio está siendo nombrado en inglés por casi todos los medios; hay lugares públicos que hasta hace pocos años tenían su nombre en castellano y ahora lo tienen ostensiblemente en inglés; procuran desnaturalizar la palabra bizarro y el sentido de bizarría, adjetivo con que fuera calificado uno de nuestros símbolos patrios en la marcha Mi Bandera; desde hace muy pocos tiempo, desde los micrófonos pretenden imponer la estructura del hemisferio norte para nombrar los años, llamándolos con dos números (por ejemplo: veinte veintidós), en vez del número cardinal que le corresponde (dos mil veintidós), como decimos en castellano desde hace siglos.
Debemos ser fuertes culturalmente y dejar de mostrarnos sumisos ante el invasor. Somos un pueblo criollo y, si nos consideramos bilingües, debemos defender el quichua y el castellano ante el ataque globalizador que va a relegarnos a ser inquilinos en nuestra propia casa.
31 de Mayo de 2022.