Es emocionante el final de la Chacarera del provinciano, de Omar Roldán. En esta chacarera de su autoría, Omar Roldán cuenta por qué muchos provincianos dejan su pago y se van a vivir en Buenos Aires; también cuenta sobre la lucha del paisano en un medio para el cual no estaba totalmente preparado, pero en el que avizora más oportunidades para sus hijos.
Esta chacarera es una síntesis de muchos otros temas musicales de distintas provincias, poemas, escritos en prosa o artículos en los que se analiza la problemática de la concentración de gente en la ciudad de Buenos Aires y la gran área urbana que la rodea. Mucho se ha escrito, mucho se ha dicho; cada tanto recurren a nombres cada vez más extraños para esa parte de nuestro país, mucho se habla de federalismo y etcétera, pero la situación sigue siendo prácticamente la misma.
Un paisano vuelve cada tarde a su casa, luego de una larga y dura jornada, marchando por un polvoriento camino flanqueado por montes, o campos, o tal vez las casas de un pueblo o de una ciudad. Vuelve a su casa y es informado de las necesidades que están sin resolverse. Para distraerse un momento lee un diario, o ve televisión, o escucha la radio, o pide que le comenten lo que les han dicho por esos medios desde la capital del país, que es donde ocurre lo importante.
A lo largo de los años, las maravillas que contaban parientes y gente vecina que había ido a Buenos Aires, lo hacían pensar en ir también, pero se encontraba a gusto en el lugar donde había crecido y tenía sus mayores afectos. Los “porteños” que venían para las principales fiestas, hablaban de calles asfaltadas, trenes eléctricos, obelisco, Casa Rosada, Congreso, espectáculos, bailes, artistas, luces, artefactos y todo un mundo con adelantos que en el pago eran casi desconocidos. Además, como solía decir la abuela: “Tan lindo que hablan”, con un vocabulario distinto en cada visita, igual que los de la televisión, y siempre con dinero para gastar.
Los adolescentes sueñan con ir hacia donde la televisión muestra que está lo que puede interesarle a cualquier persona. Disfrutan aprendiendo el vocabulario que utilizan en la radio y en la televisión, ya sea de Buenos Aires o de la capital de la provincia; todos hablan como los porteños y siempre aparecen con palabras nuevas, o con palabras de antes, pero con un sentido “más divertido”, incluso los locutores de la radio del pueblo; todos hablan parecido. Los adultos aprenden de sus hijos adolescentes, “para no parecer viejos”.
El hombre ve que sus hijos están creciendo con el corazón puesto en otro lugar, justamente donde parece que podrían vivir mejor que en el pago. Un día, convencido por sus parientes que viven allá, vende todo lo que puede y se va a Buenos Aires con toda su familia. Allá se arreglan primero en casa de parientes y trabaja en lo que consigue. Más adelante, si se ha afianzado su situación, compra un terreno en algún lugar conocido o no, y dedica los fines de semana o como sea que llamen a los días en que no se trabaja en el empleo, a construir poco a poco una casa donde vivir sin alquilar ni vivir en lo prestado.
Mientras tanto, sus hijos van creciendo, ya no quieren volver al terruño donde la vida era tan distinta y atrasada. Ellos son distintos a sus padres, que frecuentan a los comprovincianos y a veces van a las peñas y encuentros de residentes provincianos. El paisano sigue trabajando y soñando con el día en que él también pueda visitar la querencia con los bolsillos llenos de dinero. Sigue construyendo la casa para su familia; ya ha podido ir con su esposa para una fiesta religiosa a cumplir su promesa y, ya que estaban cerca, hicieron una escapada breve hasta el pago, como para saludar a algunos de sus afectos y prometer un próximo regreso.
El viaje de ida hacia la capital del país ha sido esta vez más difícil que la primera vez, cuando iban llenos de expectativas y esperanzas. Ahora saben que, si bien es cierto reciben una pequeña parte de los beneficios que otorga el vivir en los alrededores de Buenos Aires, también se encuentran con dificultades que en el terruño no tenían.
En las noches, evoca el lugar donde en vez de abrir una canilla para tener agua, debía acarrearla desde lejos, en lugar de girar una perilla y pulsar un botón para encender el fuego, debía ir al monte a buscar leña. Hace una serie de comparaciones entre las comodidades del lugar donde vive y el pago añorado. Luego piensa, piensa y trata de saber por qué sueña con volver a ese lugar donde faltaban las comodidades que ahora tiene. ¿Por qué él fervientemente, y también un poco su compañera, desean volver al pago, adonde sus hijos no quieren ir?
Finalmente, comprende que más que el lugar y sus incomodidades, añora la época de su infancia, su adolescencia y juventud, esa vida llena de sueños, buenas intenciones y cierta inocencia. Siente nostalgia por el modo de sentir la vida que en esa época lo hacía sentir “irrompible”.
En la vida en general y en el trabajo en especial, aprendió que a cada problema se le busca una solución. Considera que el problema de tanta gente amontonada en Buenos Aires y sus interminables alrededores podría solucionarse llevando un verdadero progreso y oportunidades a todos los lugares del país que viven sangrando gente hacia el remolino de la gran ciudad. Después piensa que seguramente hay especialistas en ese tipo de problemas, que seguramente están considerando soluciones mejores que las pensadas por él.
“Como a todo provinciano, un tren lo alejó del pago...” “Hoy vive en una casita sin terminar todavía. Ayer despertó contento, soñó que al pago volvía”.
03 de Agosto de 2.021.