Por Crístian Ramón Verduc
22/12/2020
"El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón"

Es un dicho popular antiguo que vino de España, mostrando que si alguien considerado dañino es a su vez dañado, no encontrará solidaridad en la mayoría de la gente. 

Este dicho se contrapone con otro que exhorta: “Haz el bien sin mirar a quien”. El mandato es el de obrar bien, aún si la persona a quien se dirige la buena acción es considerada “mala persona”. Uno mismo debe obrar bien para ayudar a una buena convivencia en el mundo y para tranquilidad de nuestra conciencia. Si la persona que hemos favorecido hizo un mal antes, debe pagar por ese mal, pero no somos nosotros los jueces ni quienes vamos a aplicar un castigo. 

Si hacemos el bien sin mirar a quién, es porque no está en nosotros el obrar mal; eso es todo, y no debería ser necesaria ninguna otra explicación. Deberíamos ser honestos y caritativos en todos los casos porque así somos, aunque ello es muy difícil de conseguir por causa de nuestra naturaleza humana, en la que no siempre hay rectitud en los actos. 

“Yo nunca miento”, decía irónicamente un amigo, para agregar inmediatamente con una pícara sonrisa: “¡Uy! ¡Se me escapó otra mentira!”  

Los mandatos morales, religiosos, legales y de buena convivencia entre personas, apuntan a que seamos personas de bien, sin fallas, y que al cometer un error inmediatamente lo reconozcamos y nos disculpemos públicamente o ante quien pudo haber sido dañado por nuestra falla. Son ideas muy lindas y deseables de ser practicadas por toda la comunidad, y así lograr un mundo hermoso en el cual vivir en paz.  

Cuando uno está aprendiendo las normas de convivencia, se da con que todas ellas nos instan a obrar bien y así crear entre todos las condiciones necesarias para una buena vida, para construir un paraíso terrenal. El andar por la vida, con sucesivos tropezones, caídas, engaños y desengaños, termina por convencernos de que cuando nos decían que hay de todo en la viña del Señor, nos estaban advirtiendo sobre la diversidad en el modo de obrar de los componentes de cualquier comunidad. 

Empezamos a percibir las diferencias entre individuos cuando observamos que papá y mamá son distintos en su modo de ser, que cada uno actúa de un modo distinto ante una misma situación. Muchos niños muy chicos, cuando tienen que pedir o avisar algo, ya tienen decidido a cuál de los dos van a decirle, como si fuese que el instinto de supervivencia les indica cuál es el camino más seguro. No es que el niño “quiere más” a papá o a mamá, sino que simplemente sabe o intuye que ellos no son iguales.  

La convivencia con los hermanos, parientes y vecinos va ampliando el mundo del niño y mostrándole un mundo más amplio, en el que percibe que “todo el mundo” no es igual. Es algo que uno percibe desde sus primeros años de vida, aunque no sepa cómo expresarlo ni sienta necesidad de decirlo.  

La vida escolar hace que uno conozca mucha más gente, entre alumnado, docentes y demás personas que interactúan en la escuela. Enseguida forma su grupo de amistades entre compañeros de grado, mientras aprende qué vende cada uno de los ambulantes que esperan a la salida de la escuela, por ejemplo. 

La escuela es un ámbito en el que el niño tendrá una muestra de cómo es el mundo, este mundo en el cual uno será engañado más de una vez, muchas veces engañado por su propio “instinto”, el que le indicó qué o quién era confiable y no siempre fue así. Aprendió qué se puede decir y qué no se puede decir, qué se puede confesar y qué se debe guardar. Como ocurrió en cada período escolar, en las distintas etapas de su vida fue quedando una parte del programa sin estudiar o sin aprender bien. 

En este mundo cambiante, poblado por gente cambiante, uno que también tiene su modo de ser con algunas actitudes constantes y otras cambiantes, en el que parecemos ser una persona con unos y otra persona con otros, la tan criticada “doble moral” parece ser una constante, incluso en nocka (ego, yo), aunque por instinto de conservación uno no deba confesarlo públicamente. Yendo a un extremo, diríamos que para los amigos tenemos una actitud y para los enemigos otra. 

Es bueno para la salud mental no tener enemigos, no crearse enemigos; eso lo sabemos todos o casi todos, por eso decimos (y nos decimos): “No tengo enemigos”, y entonces decimos que si alguna vez tuvimos problemas con alguien ya lo hemos olvidado, que deseamos vivir en paz, que hacemos el bien sin mirar a quién, etc. Después, los hechos hablarán por sí mismos, confirmando o desmintiendo lo que decimos.  

El mandato Ama súa, ama llulla, ama ckella, es bien claro: No debemos dudar de que se trata de una orden para andar bien por la vida, sin robar, sin mentir y sin tener pereza o falta de comedimiento. Las leyes han sido dictadas para servir como guía para quienes navegamos por la vida, con sus períodos de calma y de turbulencia. En aguas calmas es fácil mantener el rumbo con sólo prestar un poco de atención. Las aguas turbulentas exigen un buen manejo del timón para no naufragar o quedar “mirando para atrás”. 

En forma individual o colectiva, muchas veces aplaudimos en unos lo que condenamos en otros, lo de hacer el bien sin mirar a quién se sustituye rápidamente por “El fin justifica los medios” o “El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. 

Debemos tratar de mantener el rumbo, pues el que roba a un ladrón es otro ladrón, ya que los ladrones también se roban entre ellos.   

22 de Diciembre de 2.020.

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