Por Crístian Ramón Verduc
01/12/2020
“¿Por qué se opone a la moda, tata?”

Preguntó el muchacho que lucía en la ropa la moda actual y en distintas partes del cuerpo rasgos de modas no tan actuales. El abuelo le respondió: “¿A qué podría oponerme, si ni siquiera sé qué es lo que está de moda?” 

Entonces el chango,  sabiendo que tendría una de las tantas conversaciones con su abuelo, acercó una silla y ofreció cebar el mate, diciéndole como siempre: “Abuelo, yo cebo mejor que usted”. El  hombre, con la sonrisa cómplice para estas ocasiones, hizo un movimiento afirmativo con la cabeza, mientras elegía por dónde empezar a explicarle a su nieto. El nieto decidió “apurarlo” preguntándole: “¿Por dónde va a arrancar, abuelo?” A lo que el abuelo respondió que temprano había arrancado unas malas hierbas en el sembrado, y que después había revisado el motor de arranque de la camioneta. Agregó que respecto a la moda, comenzaría por hablar del vocabulario. 

“Para empezar, a partir de los primeros balbuceos, de ese lenguaje inicial, uno comienza a aprender a hablar. Uno aprende a hablar escuchando a sus mayores; en la escuela, en la vida de relación social y con la lectura, va ampliando y mejorando su vocabulario”. El abuelo le contó al muchacho que había tenido la suerte de crecer en una casa en la que había libros y uno de los entretenimientos familiares para las noches o los días de lluvia era la lectura. Contaba que con sus padres y hermanos había leído El Quijote de La Mancha, Martín Fierro y otros libros, además de una gran cantidad de revistas de historietas “de las de antes”, en las que muchas de las historietas incluían datos históricos y geográficos, además de estar escritas con buena ortografía y vocabulario correcto. 

La crianza en un ambiente familiar de trabajo y de responsabilidad para permitirle cursar toda la escuela primaria en el pueblo, dio al hombre una cultura sólida, capaz de resistir a los embates de las modas, que llegan para incitarnos a comprar algo. En su breve paso por la escuela secundaria, el abuelo había sido uno de los pocos “raros” que no se iniciaron en el tabaquismo, que no pedían en la casa la ropa de moda y que seguían hablando tal como habían aprendido, sin los pocos modismos que los otros alumnos habían aprendido en el cine. 

Una situación familiar especial lo obligó a dejar la ciudad y la secundaria, para volver a su casa y conseguir trabajo en el pueblo. Se destacó en su empleo por que estaba habituado a las tareas rudas del campo y tenía una buena formación cultural, así que su tarea habitual era la de atender al público, pero ocasionalmente colaboraba en cargas, descargas y estiba de mercaderías. 

Mirando a lo lejos, agregó para su nieto: “En lo que sí he seguido a la mayoría es en eso de ir a trabajar en Buenos Aires”. Contaba que allá había tenido muy buenos compañeros de trabajo, gente de todas las provincias, casi todos nostalgiosos de sus respectivos terruños, pero todos “aporteñados” en el habla y en el modo de vestir. Cuando pocos años después volvió al pago, sus amigos se sorprendían al comprobar que no había cambiado su modo de ser, de vestir y de hablar. Había aprovechado bien ese tiempo en la gran ciudad para aprender otra forma de trabajar, conocer más nuestra cultura nacional y valorar la vida en su lugar de origen, convencido de que la solución a sus problemas económicos estaba en él mismo, al margen del lugar donde decidiera ofrecer su capacidad laboral. 

En ese momento, el nieto lo interrumpió para acotar: “Usted habla de un modo extraño: Dice ‘al margen’, ‘capacidad laboral’, cosas así… cosas de viejos… no sé…” A su vez, el hombre también lo interrumpió con una nueva enseñanza: “Hijo: Cuando no sepas algo tienes que preguntar o buscar en el diccionario. De cada duda tienes que salir sabiendo más”, a lo que recibió como respuesta: “¿Sabe que hay cosas que dicen los otros jóvenes que no las entiendo del todo bien, pero las digo yo también para no estar fuera de onda?” 

El hombre terminó su mate, para recién responder: “Te entiendo, changuito. Seguramente es tan incómodo como tener que ponerte pantalones rotos que has pagado a precio de sanos, y debes ponértelos pese a que el viento sur nos hace necesitar algún abrigo. También parece estar prohibido abrigarse hoy si ayer hizo calor, por ejemplo. Algo que debes entender es que las masas humanas no razonan, sino que obedecen ciegamente los dictados de personas que no sabemos quiénes son. Siempre es mejor escuchar los consejos de quien te conoce y te quiere. El desconocido, el personaje lejano que desde las sombras te ordena usar lo que él vende, dejar de lado la lógica y enfermarte para comprar los remedios qué el vende, ese personaje no tiene por qué quererte si no te conoce. Lo que sí conoce bien es su bolsillo y los intereses de su grupo económico y político”. 

En este punto, el nieto dejó el mate y se puso de pie, diciendo: “Como dice usted: Otra vez la burra al trigo. Empezamos otra vez con eso de las conspiraciones. Ya han dicho en las redes que eso no existe”. Dicho esto, saludó con una mano al abuelo y se alejó cantando bajito en un idioma extraño. 

El abuelo comenzó a poner en orden los elementos de matear, mientras pensaba que algo de positivo había logrado, pues así como la propaganda aplica la técnica de “ablandar la piedra por goteo”, el adulto también puede transmitir su saber y sus convicciones de a poco. Lo que se escucha con atención no se olvida fácilmente y, aunque pudiese parecer tardío, en algún momento de su vida el muchacho entendería y aplicaría parte de la prédica de su abuelo. También pensó: “Últimamente, siempre es mejor intentar que no hacer nada”. “Si no puedes vencer al enemigo, vuelve a intentarlo. Si te unes al enemigo, te traicionas a ti mismo”. 

Mientras revisaba la huerta familiar, seguía pensando en la importancia de cumplir cada uno con su rol en la vida: El joven está en pleno aprendizaje y el adulto debe ser la plataforma firme a la que pueda acudir el joven cada vez que lo necesite; el adulto tiene que obrar como tal, pues ya pasó su adolescencia, pese a lo que pregonen las propagandas comerciales. 

Antes de volver a la casa para otras tareas sencillas, el hombre pensó: “No es necesario agradar a toda costa, con mentiras. No estoy vendiendo nada. Sigo firme en mis convicciones porque, justamente, estoy convencido de ello. Si alguna vez descubro que mi modo de ser es malo, tendré que ver el modo de cambiar”. 
La firmeza cultural es un derecho que debemos proteger. Si no, no tiene sentido que nos embanderemos de patriotismo y tradicionalismo. 

01 de Diciembre de 2.020.

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