Por Crístian Ramón Verduc
10/11/2020
“Y he decir ansí mismo, porque de adentro me brota, que no tiene patriotismo, quien no cuida al compatriota”

Así dijo Picardía, el hijo del Sargento Cruz, en el encuentro con Martín Fierro y dos de sus hijos. 

Uno habla del Sargento Cruz, de Martín Fierro... y todo esto puede sonar ajeno para un extranjero en tierras argentinas, pero la obra cumbre de José Hernández forma parte del bagaje cultural argentino. El escritor, poeta, periodista, político y guerrero José Hernández es reconocido en todo el país y un poco más allá, mientras que dos de sus libros: El Gaucho Martín Fierro y La Vuelta de Martín Fierro, son considerados la obra cumbre de la literatura gauchesca, al punto de que “El Martín Fierro”, considerado un único libro publicado en dos partes, es calificado como “la Biblia Gaucha”. 

En su obra cumbre, José Hernández cuenta aventuras y desventuras, dichas y desdichas de Martín Fierro, un arquetipo del gaucho argentino. Como todo ser humano, el gaucho tiene sus virtudes y defectos. José Hernández no busca exponer un modelo de persona virtuosa, sino que trata de mostrar la vida del gaucho de estancia de la Pampa Húmeda en aquella época, en la segunda mitad del siglo diecinueve, época en que los paisanos eran obligados a votar por el candidato del mandamás local y, los que eran considerados “vagos, mal entretenidos”, eran llevados a servir en los fortines de la frontera contra los pampas. 

Eran tiempos difíciles, en los que aún no se había afianzado la República Argentina, aún había luchas internas entre unitarios y federales, entre caudillos de distintas provincias y gran parte del territorio nacional era considerado “desierto” al no estar poblado por la civilización criolla. Desde el desierto, solían llegar a las poblaciones cristianas los malones que se retiraban llevando hacienda vacuna y personas cautivas. Cuenta Hernández que los indios cautivaban mujeres y algunos niños, para su reducción a la servidumbre en las tolderías. 

Era también época de inmigración europea mientras que, por otra parte, ya se había abolido la esclavitud a la que hasta hacía unas décadas eran sometidos africanos traídos por los europeos. José Hernández pone en boca de Martín Fierro el concepto que tenían algunos paisanos respecto a los “gringos” y a los negros. Argentina era una tierra promisoria, con oportunidades para quien viniese a trabajar en ella, pero no siempre eran aceptados por la paisanada. 
Los malones que asolaban a las poblaciones y campos de la frontera eran un problema a resolver por el gobierno argentino, que intentaba solucionar desde la ciudad de Buenos Aires mandando a improvisar soldados entre quienes no estuviesen trabajando en las estancias. Como suele ocurrir con algunas disposiciones oficiales, estas también se desnaturalizaban en el camino burocrático y cadena de mandos, cometiendo las autoridades locales todo tipo de atropello para beneficio propio y mal de quienes consideraba un problema personal. A esto se suman otros factores que muestran la ineficiencia del aparato estatal: La falta de control, la lentitud de los trámites y el excesivo poder de las autoridades locales, ya sean civiles o militares, muchos de los cuales aprovechan la falta de control para perpetrar actividades ilícitas. 

Todo esto es relatado en primera persona por Martín Fierro y los personajes secundarios de la obra cumbre de la literatura gauchesca. Martín Fierro toma tal dimensión, que opaca toda la demás obra de José Hernández y llega a confundirse con el autor. Fierro es el vocero de Hernández, es el que lucha por él al contar “males que conocen todos pero que naides cantó”. Hernández tenía una fuerte rivalidad con Domingo Faustino Sarmiento y, al igual que él, luchó “con la espada, con la pluma y la palabra”. 

Como toda gran empresa, la de mostrar las tradiciones criollas y agregar en ella elementos perdurables, no podía recaer en una sola persona, así que Martín Fierro aparece rodeado de otros personajes, y cada uno va dejando una enseñanza. El personaje secundario más fuerte aparece bien entrada la segunda parte; es El Viejo Vizcacha, quien personifica al antihéroe, al tipo de persona que uno debería evitar. La presencia de Don Vizcacha es tan fuerte que aún hoy algunas personas confunden sus consejos con los de Martín Fierro. Los consejos del Viejo Vizcacha son los del criollo pícaro y egoísta, que busca la amistad del poderoso, aun sabiendo que tanto el poderoso como él, no confiará en esa relación disfrazada de amistad. Humano al fin, uno de sus consejos es rescatable, cuando le dice al hijo de Martín Fierro que es muy triste el envidiar. 

El Sargento Cruz aparece en el final de la primera parte, cuando se solidariza con el valiente Fierro y se pone a su lado. Muere en la segunda parte por su sentido de la lealtad, cuando ambos cumplen con el deber moral de cuidar en su enfermedad contagiosa a quien supo favorecerlos. 

El Comandante del cantón y el pulpero muestran cómo “en esos tiempos” había manejos turbios entre una autoridad oficial y algún comerciante, ambos con total falta de vergüenza. El hijo mayor de Martín Fierro dice que la autoridad se conforma con atrapar y acusar a quien le resulta fácil, sin preocuparse por averiguar quién es el verdadero culpable del delito que fuere. 

El propio Martín Fierro, que más de una vez mató en pelea por causa de la bebida, al final dice que merece doble castigo aquel que ofende embriagado. Muestra su propia desgracia como ejemplo de que debe saber el hombre guardarse y conocer cuando enfada. El segundo hijo de Fierro nos muestra cómo el Juez de Paz se las arregla para despojarlo de su herencia. Entre todos los personajes nos muestran una sociedad en la que parecen estar lanzados el uno contra el otro, imponiéndose con frecuencia la falta de escrúpulos por sobre la honestidad. 

Picardía hace notar la injusticia de los atrasos en los trámites, uno de los males que sobreviven al paso del tiempo y cambios de administración. El ejemplo que pone el hijo de Cruz es el encargado de pagar a la tropa: “Cuando cai, cai con la paga, del contingente anterior”. 

Las tradiciones son las raíces culturales de una nación. Debemos preservar lo mejor de nuestras tradiciones y nutrirla de buenas costumbres. No tenemos por qué dejarnos llevar por las modas, que por intereses comerciales contribuyen a debilitar nuestras tradiciones.   

Los buenos hábitos deben incorporarse a nuestras costumbres y formar parte de nuestras tradiciones. Debemos tener cuidado para no caer en la deshonestidad, la desidia o la mentira. Si obramos bien cuidamos al compatriota, que es un modo seguro de cuidar a la Patria, que es lo mismo que cuidarnos a nosotros mismos. 

10 de Noviembre de 2.020.

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