Es una maravilla cada amanecer en los lugares donde hay árboles; esos escenarios naturales suelen mostrar a los mejores cantores que podamos escuchar: Zorzales, calandrias, tordos, horneros, cardenales. La pequeña charrasquita hace sentir su bonito y fuerte canto desde cualquier lugar, pero siempre encaramada en algo, aunque también suele andar por el suelo buscando alimento.
Es posible que las primeras entonaciones cancioneras del ser humano hayan surgido con la intención de imitar el canto de las aves. En algún momento, el canto humano comenzó a articular palabras y más adelante transmitió ideas. A medida que la cultura se hizo más compleja, el arte cancionero también fue tomando nuevas formas.
Respecto a la evolución del canto de los pueblos que vivían en América antes de la llegada de los europeos, hay poca información disponible. Lo que sí dicen los libros es que los pueblos de nuestro continente tocaban sus instrumentos musicales, cantaban y bailaban, ya fuese en ritos o por diversión. En esta parte de América, donde colonizaron los españoles, los mismos trajeron sus expresiones artísticas, por entonces con una influencia de más de siete siglos de cultura árabe del Norte de África.
También la gente llegada desde África influyó en el arte musical americano. En Santiago del Estero tenemos el bombo, hecho con materiales totalmente de nuestra provincia, pero según dicen yachajcuna (los que saben), nuestro querido instrumento de percusión es de origen africano. También dicen que la síncopa de la chacarera muestra la influencia africana.
Aparentemente, basados en la música y las danzas de los salones coloniales, los músicos populares criollos hicieron sus propias versiones y en cada tincunácuy (encuentro, reunión) los músicos, cantores y bailarines mostraban sus habilidades interpretando sus creaciones y adaptaciones, las que eran practicadas en los fogones de cada final de jornada de trabajo.
Las distancias y la poca comunicación habitual entre las distintas regiones, hizo que los cambios que se introducían a cada canto y danza fuesen diferentes entre regiones, y las similitudes se deben a que todas esas expresiones artísticas venían de un tronco en común, además de que las distancias y precariedad de los caminos no impedían totalmente el contacto entre los pueblos, pues debían comerciar entre ellos y ya había por entonces un ir y venir de gente por razones laborales.
Cuentan que la gente de las chacras practicaba un canto y danza ligeramente diferente a las otras expresiones. A esa danza llamaron chacarera, y dicen que básicamente consistía en una introducción seguida por la música correspondiente a una copla. Ese esquema se repetía indefinidamente, mientras las parejas de entusiastas bailarines iban incorporándose a la danza, y a medida que transcurría la chacarera, unas parejas comenzaban a bailar y otras salían de la pista. Llegaba un momento en que los músicos querían parar, u observaban que estaba por decaer el entusiasmo de los bailarines; entonces, el director del grupo musical decía “¡Ahura!” (Ahora) en voz alta, los músicos tocaban una estrofa más y terminaba esa interpretación. Venía una pausa para el descanso, para beber o “picar” algo, hasta que comenzaba otra chacarera, que duraría también un tiempo indefinido. Si el público o el dueño de la fiesta pedía repetir la misma, se tocaba “la segunda”. En algún momento surgió el pedido: “¡Otra, otra otra!” que puede haber sido para pedir otra vez la misma o para que toquen otra chacarera.
Cuando esta forma de tocar la chacarera fue grabada por Don Andrés Chazarreta, se encontró con el inconveniente del poco tiempo disponible en un disco, así que puso un límite de cuatro estrofas y estribillo para la primera y la segunda de cada chacarera. Con el tiempo, se redujo a tres estrofas y estribillo, mientras que para la danza se determinó una coreografía, la que se conserva en general. Chaina nincu (así dicen).
Cuando llegamos a la chacarera de tres estrofas, ya había una linda diversidad de danzas bien definidas en todo el territorio nacional y países vecinos, y el arte nativo habían ganado los escenarios de la mano de Don Andrés Chazarreta y su conjunto de músicos y bailarines. Músicos recopiladores y creadores siguieron indagando, rescatando del olvido expresiones ñaupas (antiguas) e ideando algunas nuevas.
La instrumentación del arte nativo, que en general parece haber comenzado con la guitarra únicamente, se enriqueció con la incorporación del bombo, el acordeón, el violín, instrumentos andinos, el bandoneón… según la región en que se tocase y lo que los deseos y recursos de los músicos lograsen.
El canto también fue tomando las características propias de cada región. Son notables las diferencias entre el canto intimista de un surero y las voces estentóreas de los copleros del Norte, por ejemplo. Gracias a la personalidad de cada intérprete, en cada expresión criolla podemos deducir enseguida a quién estamos escuchando en la radio, por ejemplo.
Del canto solista se ha pasado al dúo, que tuvo un fuerte arraigo en gran parte de nuestro país, con características particulares según la región. Más cerca en el tiempo, surgieron los cantares en conjunto, aparecieron grupos con armonización de voces similares a las de los coros y cantantes con técnicas bien trabajadas. En cuanto a instrumentación, hubo un momento en que se impuso para las actuaciones en escenarios, el uso de instrumentos importados o fabricados bajo licencia extranjera.
Al mismo tiempo, músicos y cantores tradicionales siguen firmes en la huella, tocando y cantando una versión “mejorada” de lo que interpretaban sus abuelos y tatarabuelos. Básicamente, los factores condicionantes para definir el modo de interpretación del arte nativo, son los objetivos que persigue cada intérprete y la información que recibió.
Mientras tanto los pájaros, inspiradores del canto humano, siguen firmes cada uno en su modo de cantar, en todos los casos como diciendo: “Aquí estoy, soy yo, este es mi lugar y canto por que quiero cantar”.
11 de Agosto de 2.020.