“Nos llevaron a Puerto Madryn, que nos esperó con los brazos abiertos. Después a Buenos Aires, pero ahí no había nadie. Durante veintitantos años, no hubo nadie”. Así contaba un Veterano de Guerra hace pocos años, refiriéndose a los días posteriores al final de la guerra de Malvinas de 1982. La realidad puede ser dura, pero hay que recordarla como es, como ha sido.
Hace dos días, algunas personas recordaron que el 14 de Junio de 1982, el entonces Gobernador argentino de las Islas Malvinas firmó la rendición ante el jefe de la fuerza de tareas invasora. Se concretaba así otra invasión inglesa exitosa para ellos y terminaba un período de más de dos meses, en los cuales las islas se habían reintegrado administrativamente a donde ellas pertenecen, a nuestro país.
¿Será mejor la administración argentina que la administración británica, o será mejor la administración británica? ¿Los habitantes de las Malvinas quieren ser británicos, quieren ser argentinos, quieren ser de alguna otra nacionalidad o preferirían no depender de nadie? Todo es posible, pero el hecho es que están habitando suelo argentino. Los derechos argentinos son principalmente geográficos e históricos. Los derechos británicos son los que otorgan las armas, al igual que los derechos del asaltante que irrumpe en una casa para apropiarse de lo que se le antoje.
Los hombres que combatieron en las Malvinas estaban casi todos exhaustos, con fatiga física y emocional. Los británicos estaban aliviados al haber cumplido la misión por la cual habían viajado más de doce mil kilómetros desde su país. Los combatientes argentinos volvían al territorio continental con la tristeza de la derrota, y algunos de ellos con la firme intención de algún día volver a las Malvinas mejor preparados y obtener un resultado favorable.
En cada comunidad, pequeña o grande, suelen estar representados todos los tipos humanos posibles de existir o, como se dice popularmente, hay de todo en todas partes. El triunfalismo es una característica que no sabemos si predomina en otras culturas, pero se percibe claramente que una gran parte de la comunidad argentina admira profundamente a quienes obtienen una victoria y desprecian a quienes no la han logrado. La gente triunfalista es capaz mofarse de un compatriota que llegó a ser el número dos en todo el mundo para determinada especialidad, mientras dirigen su admiración y elogios para el extranjero que superó a nuestro representante y a todos los demás habitantes del planeta.
Durante la guerra por las Islas Malvinas y durante interminables años posteriores, parecía que había dos países en uno: La Argentina patagónica y la Argentina que vive al Norte del Río Colorado. En esta generalización hubo excepciones, por supuesto, así como la hay en la aparente concientización que paulatinamente se va logrando gracias a la prédica de unos pocos para lograr el justo reconocimiento a los hombres que lucharon por la recuperación de esa importante porción de territorio argentino.
En la Patagonia, el sentimiento malvinero se mantiene fuerte desde 1982, si no de antes. En el resto del país, hay quienes obedecen a la desmalvinización comenzada en 1982 y hay quienes mantienen firmes sus valores patrióticos. En estos años posteriores a 1982, no faltó quien preguntase a quien ponía una bandera en su casa el 2 de Abril: “¿Por qué está colocada esa bandera si no hay un campeonato mundial de fútbol?”
Poco a poco se va sembrando conciencia de que las Malvinas son argentinas, más allá de quiénes estén habitándolas y del resultado de la guerra. Mientras tanto, otra cara de la realidad nos muestra que entre nosotros hay una gran cantidad de anglófilos, cada uno por una motivación particular y muchos, aparentemente sin darse cuenta de lo que hacen.
El reconocimiento argentino a los Veteranos de Guerra es algo que se va logrando poco a poco, pero se va logrando; pocos son los que luchan por ello, muchos son los que sueñan con Inglaterra y muchos más son los indiferentes. Al menos algo se ha avanzado respecto a los aciagos tiempos posteriores a la rendición.
“Queremos al antiguo amo, o a ninguno”, fue la respuesta de Manuel Belgrano a la exigencia inglesa de un juramento de lealtad en la primera invasión, en 1806. Belgrano era en ese tiempo Secretario Perpetuo del Consulado de Comercio de Buenos Aires, una de las principales instituciones del Virreinato del Río de la Plata.
Pocos años después, al estar España invadida por Francia, la intención de no someterse a un nuevo amo (Napoleón Bonaparte, en ese caso), fue el motivo de la revolución de Mayo de 1810, en la que Manuel Belgrano tuvo activa participación y fue vocal de la Primera Junta de Gobierno. Debió armarse para sostener al nuevo gobierno y como General del Ejército prestó heroicos servicios a la Patria.
Las batallas que protagonizó el General Belgrano con sus tropas no fueron siempre exitosas. Los resultados en una contienda no son siempre los esperados. El pueblo argentino no olvida los triunfos belgranianos en las batallas de Tucumán y de Salta. Las derrotas pierden importancia ante el triunfo argentino en la guerra por la independencia, logrado después de varios años de duros sacrificios.
El General Belgrano creó la Bandera Argentina e hizo jurar a sus soldados seguirla fielmente hasta perder la vida. Belgrano es uno de los principales próceres argentinos, recordado especialmente por sus campañas militares, inmortalizado como creador de la Bandera Argentina y evocado con gratitud por sus valores morales y su apoyo a la educación de nuestro pueblo.
Parte de la realidad es la valiosa actividad civil del General Belgrano, pero lo descollante en su vida fue su actividad militar al servicio de la Patria. Las derrotas pasaron a segundo plano, pues aparentemente lo importante son los logros.
Triunfantes o derrotados, los soldados de la Patria merecen nuestro respeto y su heroísmo debe ser valorado. Si un soldado argentino cae, otro argentino debe tomar su bandera para continuar la lucha por Argentina. Las invasiones inglesas siguen. Debemos asumirnos como argentinos y demostrar nuestro amor a la Patria con nuestras acciones cotidianas, por nuestros antecesores, por nosotros y por quienes vienen después.
16 de Junio de 2.020.