“El que no nace para el cielo, de vicio es que mire para arriba”. Mas o menos así son algunos dichos y refranes que descalifican a quien intenta algo y no lo consigue o le sale mal; también esas expresiones invitan a resignarse y no intentar logros fuera de lo habitual.
Existe por una parte, el hábito de no esmerarse para hacer algo, ya sea algo relacionado con el trabajo, el estudio, las artes o los deportes. Por más que personas comedidas intenten enseñar a la persona desprolija, ésta no corrige su error y sigue sin mejorar lo suyo. Es como si la pereza le impidiera modificar lo mal aprendido para convertirlo en un buen resultado; es como si hubiese una resignación que lleva a quedarse con lo que está logrado a medias, sin afanarse por conseguir la excelencia.
Uno podría decir, en último caso, que no debemos preocuparnos por la persona improlija, pues esa persona será quien coseche los resultados de su siembra mediocre. Vivimos en una comunidad, la que a su vez forma parte de un conglomerado de pequeñas comunidades que hacen a una comunidad grande de la cual también formamos parte. Una persona que hace o dice algo erróneo es escuchada por gente con menor experiencia, y mucha de esa gente parece estar pronta para incorporar a su bagaje cultural lo que le resulte más impactante y, por alguna razón que no se puede entender, lo que a muchos nos parece feo, es lo que atrae a una gran cantidad de gente ávida de novedades. La persona desprolija es negativa para la sociedad, por el efecto multiplicador que pueden tener sus acciones erradas.
Por otra parte, hay gente bien preparada que cuida el lugar logrado dentro de la sociedad. En algunos casos, el cuidado cotidiano de la altura lograda en la pirámide de la sociedad, consiste en una autosuperación constante, motivada también por el deseo de ascender en la pirámide de la comunidad. En ciertos casos, se cuida el sitial propio impidiendo el ascenso de otros, a los que se desalentará y se instará a seguir en una cómoda chatura. Como bien dice mucha gente: Hay de todo en la viña del Señor.
Cuando se habla de predestinados en el nacimiento, nos remontamos a épocas antiguas, cuando quienes se habían erigido en jefes de su pueblo daban una imagen de persona imprescindible e irreemplazable, produciéndose grandes disputas en caso de muerte de ese líder, pues debía ser reemplazado por alguien excepcional. Algunos de esos líderes tuvieron la idea de preparar a un hijo para ocupar su sitial cargado de responsabilidad y de poderes sobre sus coterráneos. Nacieron así las dinastías, muchas de las cuales fueron efímeras, ya sea por que el rey no había dejado descendencia o por que el sucesor no era apto para el cargo que detentaba por herencia.
No está de más recordar que, por más que uno ponga el mayor de sus esfuerzos para lograr lo que se ha propuesto, hay cosas para las cuales se necesita también un grado de aptitud natural, la que ha de ser cultivada para poder competir en forma airosa con otros también dotados naturalmente. También es bueno recordar que generalmente, el “rey padre” ha llegado al trono como resultado de una larga lucha que lo ha moldeado, para bien o para mal de la comunidad. El hijo llega al trono por el sólo hecho de ser hijo, por eso muchas veces han fracasado los herederos y han sido derrocados, o han servido de pantalla para que quienes gobiernen sean los cortesanos, mientras el rey no aporta nada concreto mientras goza de privilegios que no merece.
Es necesario distinguir entre privilegio y trato preferencial. En general, entendemos por privilegio un trato diferente, por encima del resto de un grupo, concedido a una persona en forma injusta. El trato preferencial se parece al privilegio pero es específico para algo y con un fundamento mejor que el de la simple herencia. Un ejemplo de trato preferencial es el que se otorga en cuanto a prioridad en la atención a personas ancianas, o con problemas de movilidad que le harían muy difícil una larga espera. Otro caso de tratamiento preferencial es el que un grupo de accidentados en plena cordillera de Los Andes dispensó a los dos hombres que debían afrontar la peligrosa travesía en busca de ayuda; esos dos expedicionarios tuvieron por unos días un trato preferencial en cuanto a descanso y alimentación, y también fueron provistos de las ropas más abrigadas.
Un claro ejemplo de trato preferencial que encontramos en la Naturaleza es el de la abeja madre a la que llamamos reina. Esa abeja, única en una colonia con miles de integrantes, es la única que pone huevos y no debe descuidar su tarea, por eso es que recibe el alimento directamente en su boca y no necesita limpiarse a sí misma, pues hay abejas obreras que se encargan de ello. Por otra parte, las obreras están dispensadas del esfuerzo de poner huevos.
Cuando emergen a la vida fuera de la celda natal, las abejas obreras comienzan su servicio a la colonia animal produciendo jalea real, lo cual puede ser hecho solamente por abejas muy jóvenes. Después continúan cumpliendo tareas simples dentro de la colmena para pasar después a otras tareas, cada vez más cercanas a la puerta de entrada, donde servirán como guardianas cuando comiencen a practicar el vuelo, para finalmente ser las encargadas de traer los suministros para toda la familia.
Trasladado el ejemplo de las abejas a un trabajo organizado de seres humanos, tenemos que deberíamos respetar las especialidades que son útiles a la comunidad, brindando a cada especialista el trato preferencial que permite eficiencia en la tarea de tal especialista. Ese trato preferencial será dado en virtud de lo específico de su trabajo y no por cuál fuere la cuna en que haya nacido. Cada uno debería cumplir tareas de una calidad creciente, gracias a su capacitación y adaptación a nuevas situaciones.
Capacitarse, prepararse para ser cada vez mejores en el servicio a la gran familia en que vivimos, es un derecho y una obligación. Si caemos en la cómoda y perezosa postura de que ya hemos “ganado el cielo” solamente por ser herederos o por haber alcanzado una cierta altura dentro de la pirámide social, estaremos mintiendo y mintiéndonos a nosotros mismos, pues los privilegios son falsos e injustos. Estaríamos también incurriendo en robo al detentar privilegios que no nos corresponden.
El precepto Ama súa, ama llulla, ama ckella, que nos manda no robar, no mentir ni tener pereza, está vigente para todas las situaciones que sean modificables por nosotros los seres humanos. Todos tenemos el derecho y la obligación de procurar la excelencia en lo que hacemos, pues una sociedad es mejor en la medida en que sus integrantes son mejores.
05 de Mayo de 2.020.