Cantaba Don Fortunato Juárez en su chacarera Inti Súmaj, que tiene música de Alberto Pérez y es muy intepretada por cantores de todo el país. Es una de esas letras bien criollitas de Don Fortunato, en este caso dedicada al Sol y su recorrido cotidiano por el cielo de los montes santiagueños.
Recordemos que la palabra súmaj significa lindo o linda.
A la hora de la puesta del Sol, tal como dice en la chacarera, las palomitas van hacia sus nidos, al igual que los pájaros y demás aves diurnas. Si además canta el crespín y se escucha el canto de vidalas, se acentúa la tristeza del monte por el ocaso del Inti.
Las puestas de Sol tienen una belleza particular, al punto de animarnos a decir que no hay dos atardeceres iguales y que todos nos presentan un panorama bello, ya sea con cielo despejado, con nubes o con bruma. Las líneas rectas que proyectan en el cielo los haces de luz cuando hay partículas sólidas en el aire, el color rosado o rojizo del cielo al Oeste cuando hay bruma o está nublado, nubes traslúcidas u opacas que se interponen entre el Sol y el observador… todo ello da una belleza particular a cada puesta del Sol.
Si a la puesta del Sol tenemos lluvia, es muy posible que no miremos hacia el Oeste del horizonte en ese momento, pero si la lluvia no es muy densa tendremos un atardecer de día nublado. Si la lluvia es intensa y la nubosidad es muy gruesa en el Poniente, la decreciente luminosidad del anochecer será difusa.
A la aparente caída del Sol hacia el horizonte para perderse como hundiéndose en la Tierra, se le llama de diversas formas: Ocaso, puesta del Sol, crepúsculo, momento de la oración o simplemente “la oración”, atardecer, anochecer. El crepúsculo puede ser matinal o vespertino, pues la palabra se refiere a la posición relativa del astro respecto al horizonte. Cuando decimos “ocaso”, estamos hablando del momento en que el Sol “se va”.
En la chacarera Nostalgias Salavineras, Don Sixto dice en una estrofa: “Na Inti yaycun, na tutayan”. (Ya entra el Sol, ya anochece). A la hora de la puesta del Sol, todos los animales domésticos tienen que estar en su lugar de descanso nocturno. El ganado vacuno y los yeguarizos, para entonces ya habrán vuelto a tomar agua que estará baldeando del pozo el muchacho de la familia al que le haya tocado el turno para ese día.
De paso que da de beber a los animales, el chango controla que estén todos; los conoce por su color y por alguna seña particular (oreja caída, cola larga, etc.) que dará lugar a ponerle nombre a cada animal, especialmente a los de montar.
Tal vez por sus colores mortecinos, por la luz natural decreciente, por el piar de los pájaros, distinto al del amanecer, o por recuerdos de otros atardeceres, ese momento del día tiene un dejo de tristeza, pese a la belleza del mismo. Al igual que las aves que a la puesta del Sol regresan a sus nidos, nuestro corazón nos pide regresar al pago si estamos en tierras lejanas. Si estamos en nuestro lugar, es posible que el soncko nos esté pidiendo anidar nuevamente en pasados atardeceres felices.
Llamamos ocaso al tramo final del declinio del Sol en el firmamento vespertino. Por extensión, se dice ocaso a una parte de la vida humana, cuando por edad se considera que uno ha recorrido desde el amanecer de su vida, pasando por la plenitud de un luminoso mediodía, un poco perceptible declinio vespertino y en el ocaso viene la marcha hacia la desaparición física detrás del horizonte.
Por ahí hay publicaciones que dan cuenta de la expectativa de vida que hay actualmente para el ser humano en general. Esa cantidad de años son el resultado de un promedio según estadísticas y apreciaciones médicas. Hay factores que pueden aumentar o disminuir tal apreciación para cada individuo. No ha de ser la misma expectativa de vida para alguien que está entregado al sedentarismo que para quien hace una buena actividad física en forma regular. No es la misma expectativa de vida para quien hace una vida sana, que para quien lleva una vida entregada a los vicios o excesos varios.
Ya sea una vida poco intensa o muy movilizada, ya sea una vida extensa o breve, cuando llega el ocaso, cuando empiezan a faltar las fuerzas y a fallar ciertas funciones del organismo, la nostalgia por momentos particularmente alegres de la vida trae un dejo de tristeza por la realidad actual. El ocaso en la vida de una persona es, al igual que el ocaso del Sol, un momento previsible, que sabemos va a llegar; no es un momento deseado, pero sí es un momento esperable, por lo inexorable de las etapas que se cumplen en la vida.
Al llegar el ocaso, las avecitas del monte buscan el nido; ya no salen a volar lejos de su morada. Por más que en el transcurso de la vida haya quedado algo sin hacer, en el ocaso es necesario ir poco a poco hacia la quietud, para facilitar las cosas a uno mismo y a los afectos cercanos. No se trata de quedar inactivos, sino de evitar los riesgos que pueden tener las actividades lejos del nido.
Los changos del campo, al atardecer controlan que no falte nada de su ganado. En el ocaso de la persona, es necesario revisar lo realizado durante la larga jornada de la vida, observando qué valores se han extraviado momentáneamente y, dentro de las reales posibilidades de uno, procurar evitar la pérdida de los mismos.
La proximidad del Otoño también nos da una sensación de retorno a la quietud del nido, con las noches cada vez más largas, con el Inti Súmaj pasando cada vez más alejado hacia el Norte en cada giro cotidiano. Los coyuyos ya han silenciado su canto estival.
Tenemos la alegría de saber que se aproxima el comienzo del ciclo anual de las audiciones radiales del Alero Quichua y sus programas amigos, apenas poco después del retorno de los alumnos a las escuelas, pero ya estamos comenzando a extrañar al aún presente Verano, con sus conversaciones y cantares bajo las estrellas en un patio amigo. Extrañamos el entrar al río antes de la fuerte creciente de final del Verano, cuando las aguas vienen más cálidas que cuando pasan en grandes cantidades.
Se aproxima un venturoso y activo Otoño, pero ya estamos despidiendo con tierna nostalgia al querido Verano de algarrobas y coyuyos.
25 de Febrero de 2.020.