Al comienzo de su chacarera Telesita baile múnaj (Telesita que ama el baile), Don Sixto Palavecino muestra en forma cariñosa la impresión que se tiene respecto a cómo era La Telesita. Agrega después la afición que tenía esta niña por la danza: “Mayta mayta pureranqui, danzapucus, Telesita. (Por dónde, dónde anduviste, bailándoles, Telesita)”.
La música es mágica, moviliza a las personas. Cuando uno escucha una melodía en cualquier lugar, es posible que sin darse cuenta cambie su ritmo de marcha para adaptarse a lo que está escuchando, o si está en pie ha de acompañar con un ligero balanceo de cuerpo o suaves golpes del pie en el suelo. También ocurre que el tema musical que a uno le haya gustado, lo acompañe sonando dentro de la cabeza durante gran parte del día, sin interferir en lo que se está haciendo.
Dicen que, musicalmente, lo primero que hizo el ser humano es batir palmas, luego vino el silbido y el tarareo que dio lugar al canto, posiblemente imitando a los pájaros, o tal vez inventando ya algunas melodías rudimentarias. Poco a poco fueron apareciendo en la vida humana los instrumentos musicales, primero muy sencillos, pero la aparición de la música trajo como corolario el canto y la danza.
Es posible que las primeras danzas hayan consistido en balanceos suaves o en enérgicos saltos. Es posible que se hayan inspirado en danzas de cortejo de algunas especies animales. Los expertos y estudiosos tienen teorías al respecto, pero por ahora solamente se puede deducir o imaginar desde la lógica actual. Lo importante es que la danza es una muestra de alegría y de otras emociones, que nos llega desde el fondo de los tiempos.
La gente que habitaba nuestro continente antes de la llegada de los europeos, tenía sus propios instrumentos musicales, sus cantares y sus danzas. Con la colonización, las expresiones artísticas europeas y africanas fueron reemplazando a lo anterior, hasta casi hacerlo desaparecer. El arte nativo que se practica en nuestra provincia se basa en instrumentos europeos, más la música, el canto y la danza, surgidos en esta tierra como adaptación de expresiones europeas adoptadas por el pueblo criollo.
La Telesita forma parte de las tradiciones de nuestro pago, transmitidas oralmente entre generaciones, en ruedas de fogones y conversaciones entre gente sachera (del monte), hasta que llegó a las letras de los escritores y poetas.
Don Andrés Chazarreta grabó la chacarera instrumental La Telesita, a la que después el cantor y autor bandeño Agustín Carabajal le pusiera letra; también el poeta salteño Abel Mónico Saravia hizo una letra para la misma melodía. La letra de Agustín Carabajal tiene la introducción cantada y ese canto se repite en los interludios; en la segunda parte, la estrofa que va como introducción e interludios es otra. La letra del Dr. Mónico Savavia tiene también canto en los interludios, pero es un canto amoroso para una dama llamada Telesita.
El poeta Dalmiro Coronel Lugones escribió un poema a la Telesita, que fuera grabado por Eduardo Ávila junto con la chacarera con letra de Agustín Carabajal. Hay alusiones a la Telesita en diversas creaciones posteriores de distintos poetas.
Don Sixto escuchó de sus mayores que La Telesita verdaderamente había existido, que había fallecido en su rancho incendiado accidentalmente. Le habían contado que la niña vivía solita, que amaba el baile y que en toda fiesta de la cual se anoticiaba, ella iba caminando las leguas que fuesen necesarias para llegar, aunque también a veces alguien la llevaba si tenía lugar en su carro, zorra o sulky. Sabiendo que era “yancka” (con cierto retraso intelectual), todos la trataban con cariño y sin segundas intenciones, incluso los jóvenes y adolescentes, que dispensaban para ella un trato fraternal. Una vez llegada al lugar del baile, Telesita quedaba afuera, bailando sola y a su manera. Así es como le habían relatado a Don Sixto sus mayores y lo relata en la chacarera que inicialmente se llamó Telesitápaj (Para la Telesita), quedando finalmente como Telesita baile múnaj (Telesita que ama el baile). Esta chacarera tiene los interludios cantados, todos con distinta letra, en un relato continuo desde el comienzo hasta el final de cada una de las dos partes de la chacarera. Hay una versión completa en quichua y otra en castellano.
“La Telesita bailaba a su manera, distinto a los demás”, decimos generalmente. Antes de la enseñanza sistemática de las danzas criollas, con una coreografía particular para cada una de ellas, los concurrentes a las fiestas bailaban tal como habían aprendido viendo a otras personas, con las diferencias propias de lo aprendido así, sin un método. Casi se podría decir que cada uno bailaba distinto a los demás, a su manera.
Don Andrés Chazarreta, en sus andanzas por el interior de nuestra provincia, buscó las coincidencias entre los bailarines para cada danza e hizo sus anotaciones, las que luego sirvieron para el diseño de coreografías por parte de los especialistas.
Cuentan que en esa época, una chacarera podía ser tocada por los músicos durante un tiempo prolongado, mientras las parejas bailaban del comienzo al final, o se incorporaban o retiraban en cualquier momento. El comienzo estaba bien marcado por el anuncio de lo que tocarían y las voces de mando: “¡Primera!” “¡Adentro!” “¡Segunda” “¡Adentro!” Dicen que no había una cantidad definida de estrofas y que el final de la primera y segunda era anunciado con un “¡Ahura!” previo a la estrofa con la que terminaba la música y por ende la danza. La primera grabación de La Telesita por Don Andrés Chazarreta tiene cuatro estrofas y el estribillo y dicen que no tuvo más por que tanto no iba a caber en el disco. Después la chacarera quedó con tres estrofas y el estribillo.
Actualmente, solamente los grupos combinados de danza, en los que debe haber uniformidad, bailan todos iguales, o casi. En una academia de danzas enseñan a todos la misma coreografía para cada danza, tal como está establecido, pero con el tiempo cada uno le pone algo de sí mismo.
El deseo de cantar y de bailar está latente en cada uno de nosotros y unos lo manifiestan, mientras que otros lo reprimen, en una muestra cabal de que somos individuos con deseos libres, limitados en la ejecución de los mismos.
Cuando una persona desea bailar y lo hace, no necesita saber ni mostrar que baila mejor que otros. Desea bailar y baila, como si la música representase los vaivenes de la vida y su danza fuese su modo particular de acompañar la existencia.
21 de Enero de 2.020.