Dice Pablo Raúl Trullenque en la chacarera Pa estas fiestas vuelvo al pago, con música de Carlos Carabajal.
Hemos entrado en Diciembre, un mes que por tradición y algunos fines prácticos, es tiempo de cierre de ejercicio contable, de balance material y personal. También es un tiempo en que la nostalgia se siente más; esa nostalgia puede ser por estar lejos o por los cambios acontecidos, que nos llevan a la añoranza de otros Diciembres, que se nos antojan más felices.
Dicen que hay más santiagueños fuera de Santiago del Estero que la cantidad de habitantes que tiene nuestra provincia. Muchos de ellos aprovechan vacaciones o permisos en sus lugares de trabajo, para venir al pago desde los lugares donde han encontrado mejores condiciones laborales. Algunos vienen para fin de año, otros para Carnaval, otros para la fiesta de Mailín, otros para los festejos del mes de Julio, otros para la fiesta aniversario de su pueblo; hay quienes pueden venir más de una vez al año y hay quienes pasan mucho tiempo añorando y sin poder volver al terruño querido, que se hace más lindo y distante cuanto mayor es el tiempo de ausencia.
Cada vez que el provinciano regresa al pago, hay fiesta en su casa o en la de amigos y parientes, todos contentos por el regreso de uno de los suyos. La fiesta consiste en compartir una mesa mas o menos abundante, conversar, escuchar música o interpretarla y también bailar un poco. Las risas y una que otra lágrima, todo producto de las evocaciones, son habituales en una reunión con quienes faltaban desde hace un cierto tiempo.
Algunos dicen que vivimos de fiesta todo el año; es que muchos aprovechamos cada ocasión para reunirnos y compartir una mesa, por sencilla que sea, o simplemente armamos una rueda de conversación y canto con guitarra. Las llamadas “juntadas”, que son reuniones realizadas “por que sí”, suelen ocurrir en cualquier momento del año, del mes y en algunos casos en cualquier día de la semana, aunque al día siguiente haya que trabajar. Esas reuniones sin un motivo aparente, tienen por finalidad satisfacer el deseo de estar juntos, de conversar sobre todo tipo de asunto, de hacer escuchar un tema folclórico recientemente aprendido… en fin… no faltan motivos para las juntadas sin motivo.
Hay grupos que toman el hábito de reunirse una vez a la semana, en determinado día. Son las tertulias que gracias a su regularidad van creciendo en cantidad de participantes y en calidad de los temas que se tratan en las conversaciones. En realidad, todas estas reuniones tienen el fin en sí mismas: La gente se reúne por el gusto de reunirse y cualquier otro fruto de la reunión es simplemente una “yapa”.
Las reuniones que se hacen por el gusto de estar juntos, suelen parecerse a un oasis en medio de la chatura de lo cotidiano. En las “juntadas” se olvidan momentáneamente las preocupaciones y penurias que acarrea la vida en sociedad.
Las reuniones familiares de fin de año han ido mudando con el paso de las décadas. La Navidad, de ser una celebración religiosa y familiar, ha pasado a ser una fiesta familiar y de amistades. Desde la televisión han venido ofreciendo costumbres y tradiciones foráneas y una gran parte de nuestros compatriotas ha comprado alegremente esos hábitos ajenos. Este hecho no es nuevo, sino que es el resultado de un largo proceso comenzado hace varias décadas.
Los registros y testimonios nos dan una idea de cómo han sido los hechos históricos. Según parece, las sucesivas culturas que habitaron nuestro territorio fueron mudando los hábitos con el correr del tiempo. No tenemos certezas de que donde hoy es la provincia de Santiago del Estero se hayan realizado las celebraciones propias de la cultura inca.
Aparentemente los españoles, en su llegada a estas tierras no paraban en sus actividades de exploración y conquista por causa de las conmemoraciones religiosas. Es posible que los sacerdotes que formaban parte de las expediciones hayan celebrado los oficios religiosos correspondientes a cada fiesta de guardar, y habrán hecho participar a los expedicionarios que en esos momentos estaban disponibles. Hay hechos históricos trascendentes ocurridos en días que hoy son feriados, incluso en el siglo XIX, que nos dan la pauta de que las celebraciones eran consideradas de una manera muy distinta a la actual.
Hasta hace no mucho tiempo, mas o menos medio siglo, o un poco más aquí, la celebración de la Navidad era una fiesta de la familia, con una mesa pródiga preparada por la propia familia. El llamado “pan de Navidad” era elaborado en la casa, al igual que casi todos sus ingredientes. El progreso tecnológico de la Humanidad trajo aparejada la necesidad de vender los nuevos productos y para ello, quienes deciden sobre los gustos populares fueron cambiando tales gustos y preferencias, en un proceso que nos coloca hoy a las puertas de la Navidad y el Año Nuevo, con los deseos generalizados de hacer festejos “mejores” que los del año anterior. La consigna es: Compre, gaste y después puede (o debe) quejarse.
Es lindo ver cómo, al igual que “antes”, nuestros afectos cercanos y demás comprovincianos que se fueron a trabajar en otros lugares “regresan, manos curtidas, dichosos de su destino” (Tiu Chacra, chacarera de Horacio Banegas). Es que así como el destino los ha llevado lejos del pago, también los ha traído de regreso y bien preparados para armar mesas generosas antes, durante y después de las fiestas tradicionales.
Nos gusta reunirnos, conversar, compartir “un algo” en la mesa, cantar, bailar. El espíritu festivo de nuestra gente tiene un extenso recorrido a lo largo de la Historia. Después de un gran esfuerzo, lo mejor es descansar el cuerpo y la mente. Una buena “juntada” ayuda a dejar de lado las preocupaciones y las tristezas. La alegría se aumenta y las penas se suavizan cuando son compartidas. De las reuniones suelen surgir también buenas ideas para el futuro y posibles soluciones para problemas presentes.
Se acercan las fiestas de fin de año. Objetivamente, son días tan valiosos como todos los demás; está en cada uno de nosotros el agregarles un valor extra, una yapa.
17 de Diciembre de 2.019.