Dijo como una broma un muchacho ante la señora enojada por la invasión de amigos de su esposo en la casa familiar. Esa respuesta jocosa en medio de una improvisada fiesta de hombres, era un claro reflejo de un rasgo cultural bastante generalizado: El decir que uno no sabe nada, que el causante debe de ser otro.
Además de la costumbre de responder: “Yo no fui” o “Así estaba cuando llegué”, está la de culpar al prójimo, aunque sea por las dudas. La gente que acostumbra tener enemigos, apunta contra esos enemigos cada vez que considera necesario hallar un culpable para una calamidad o pequeño problema. Enseguida se manifiesta también la costumbre de ser implacable con el enemigo e indulgente con uno mismo y, en muchos casos, extender la buena voluntad hacia nuestros más cercanos.
Posiblemente debamos hacer un auto examen cada tanto, para ver qué es lo que falla cada vez. Si es algo que nos interesa o debe interesarnos, es necesario averiguar bien de qué se trata, para evitar el quedarnos con la suposición o el no saber. Ante una pregunta, es bueno tener una respuesta responsable, además de la respuesta jocosa que puede amenizar el momento.
El éxito y el fracaso de cada emprendimiento, ya sea una acción cotidiana o extraordinaria, depende en gran parte de cuánto nos preocupemos por lograr tal éxito. Una vez pre ocupados por algo, el siguiente paso es el ocuparnos de ese algo, haciendo lo necesario para que todo salga bien.
Tomemos por ejemplo la simple acción de abordar un tren para viajar. Sabiendo el horario de partida del tren y la distancia desde nuestra casa hasta la estación, nos preocuparemos por movilizarnos con la anticipación necesaria para no fracasar en nuestro deseo de viajar. Haremos un cálculo del tiempo que demoraremos desde nuestra casa hasta llegar a la puerta del vehículo después de haber pasado por los controles necesarios; una vez hecha la resta del tiempo para fijar el horario de partida desde el domicilio, procuraremos adelantar ese horario de partida para disponer de un margen por los imprevistos que puedan surgir en el camino hacia la estación.
Hay quienes hacen un cálculo optimista, en el cual suponen que podrán transitar por las calles a gran velocidad, “como alma que la lleva el diablo”. Esos optimismos cercanos a la irresponsabilidad son invitaciones a los accidentes o a situaciones generadoras de mayores atrasos.
Siguiendo con el ejemplo del tren, imaginemos que hemos hecho todo lo posible para llegar a la estación antes que el tren. Entonces, esperamos un poco mientras revisamos ligeramente el equipaje para comprobar que no falta nada, concluimos con las despedidas, llega el tren y nos vamos. Luego del viaje, breve o extenso, llegamos a destino en el horario previsto y comenzamos con la rutina programada. Esa rutina podría ser una serie de paseos sin rumbo y sin horarios, o podría ser una serie de trámites, reuniones, actuaciones, entrevistas, o lo que fuere que uno deba hacer en un lugar distinto a donde uno se domicilia.
Hemos imaginado una situación ideal, en donde el pasajero y el vehículo se movilizaron a horario y todo ocurrió como tiene que ocurrir: Sin contratiempos ni contrariedades. Esto suele darse cuando las partes involucradas obran con responsabilidad y eficiencia. De hecho que pueden presentarse situaciones no deseadas, como un corte de la ruta por inundación, accidente o manifestación de protesta que impide el paso. En cualquiera de estos casos, hubo en el medio alguna irresponsabilidad por parte de terceros e imprevisión por parte del viajero.
El anegamiento de una calle puede producirse en días de mucha lluvia. Uno debe prever que, en caso de tormenta, la que es anunciada por distintos medios, si hay lugares con probabilidades de anegamiento, tal anegamiento va a ocurrir, pues hay pobladores que acostumbran arrojar residuos en las calles y la cantidad de operarios municipales que limpian los desagües, o el entusiasmo laboral de tales operarios, generalmente es insuficiente.
Observando el modo irresponsable de conducirse por las calles que exhiben muchos ciudadanos que usan cualquier vehículo, uno puede calcular que en cualquier momento puede encontrarse con algún accidente de tránsito que obstruirá el tránsito, situación que ninguna bocina de automotor puede resolver.
Las manifestaciones de grupos humanos que impiden el tránsito de otros humanos, es el resultado de una lucha entre dos bandos, cuyo resultado es el perjuicio a una gran cantidad de congéneres que poco y nada tienen que ver con tal lucha de bandos enfrentados.
Todas estas situaciones deben ser previstas por los pasajeros del tren que estamos imaginando y, más aún, por los tripulantes del tren, los que reciben un sueldo a cambio de movilizar el vehículo de la mejor manera y cumpliendo el compromiso asumido por la empresa con el pasajero que pagó su derecho a viajar en las condiciones estipuladas.
Si un boleto de ómnibus, tren o avión tiene impresos el precio, el lugar y horario tanto de partida como de llegada, ese boleto es una manifestación del compromiso asumido por ambas partes. El pasajero debe pagar el precio establecido y estar en el lugar estipulado a la hora indicada. Por otra parte, la empresa que ha cobrado ese boleto debe asegurar que el vehículo ha de partir y llegar en los horarios impresos. Cualquier incumplimiento es, por lo menos, una muestra de ineficiencia e irresponsabilidad.
Cuando las actitudes irresponsables y la inoperancia se transforman en algo cotidiano, hay gente que se resigna a ello y, cuanto más ocurren casos así, más se arraiga el acostumbramiento y el que las cosas se hagan mal parece ser lo más natural. Entonces estamos ante la mediocridad e inoperancia colectivas.
Lo mejor que puede ocurrirnos es que comencemos de una vez por todas a responsabilizarnos por nuestros actos, procurando que cada día nos salga mejor cada tarea que tomamos en nuestras manos; así podremos, con justo derecho, cumplir con nuestra obligación de reclamar por lo que está mal hecho.
No debemos cometer ni permitir el robo de tiempos y esfuerzos, no debemos engañarnos con que está bien lo que no lo está; debemos ocuparnos de lo que nos preocupa y deben preocuparnos la desidia y la inoperancia, propias o ajenas.
28 de Junio de 2.019.