Estaba entrando a la escuela cuando vio al docente con el que tienen clase una vez por semana. En otro establecimiento, esa clase sería de poca importancia, pero en esta escuela cercana a un río muy quichuista, esa hora áulica semanal era fundamental para los directivos y para los alumnos.
A la vera del río que discurre cerca de la escuela, pero varias leguas aguas abajo, hacia el Sur, en una escuelita rancho de personal único, supo ejercer el “Maestro Bichero”. El joven llegado desde la ciudad Capital se ganó ese mote por su actividad con animales ponzoñosos.
El Maestro, al llegar en la comunidad ribereña del cachilu río, había encontrado en algunas familias cierta reticencia para enviar a sus hijos a la escuela. No dejaba de ser un choque cultural el hecho de que llegase alguien de pagos lejanos, con modales distintos, con horarios establecidos y hablando únicamente castellano. Los huahuitas tenían que ocuparse de ciertas tareas, como pastorear las cabras y ovejas, acarrear agua dentro de sus posibilidades, y en general ayudar en la casa, además de ir al monte o al río para sus juegos de niños.
No le ha sido fácil al Maestro conseguir que todos los vecinitos se convirtieran en alumnos de la escuela rural, a la que primero tuvo que poner en condiciones para recibir a los chicos. Una vez comenzada la actividad escolar, cada uno fue adaptándose al nuevo ambiente y la comunidad educativa pasó a tener sus propias costumbres. El Maestro comenzó por exigir a sus alumnos expresarse únicamente en castellano; mientras él, poco a poco iba aprendiendo palabras y frases quichuas. La imposición del castellano se debía a directivas superiores que debía hacer cumplir el docente, para que sus alumnos, en su futura actividad en las ciudades, pudiese desenvolverse sin problemas de comunicación y por que además, en nuestro país el castellano es el único idioma oficial.
El Maestro fue quichuizándose poco a poco, hasta que un día, en clase, se le “escapó” una palabra quichua, ante la risa de los alumnos, por lo que les permitió que cada uno hablase quichua o castellano, según su preferencia.
Mientras ejercía la docencia, el joven observaba la Naturaleza circundante, identificando animales, especialmente insectos. Sus inquietudes de escritor lo llevaban a ser muy observador. Al saber que el científico Salvador Mazza estaba trabajando cerca, en su epopeya contra el mal transmitido por las vinchucas, el Maestro le brindó ayuda.
También entró en contacto con el Médico y Farmacéutico Bernardo Houssay, al que también ayudó en la elaboración de sueros contra picaduras de arañas. La ayuda consistía en capturar “viudas negras” (arañas negras con pintas rojas, de picadura peligrosa) y enviarlas vivas al científico. Su trabajo con animales ponzoñosos, incluidas las víboras venenosas, tuvo entre otros frutos el apodo de Maestro Bichero.
El Maestro Bichero escribió libros sobre escorpiones, arañas, víboras, identificación de animales venenosos en Argentina, relatos, cuentos, etc. El Maestro de esa comunidad quichuista nos dejó libros particularmente amenos y descriptivos, como Shunko, Shalacos, Cuentos con y sin víboras. También nos legó su valioso Coplero Popular, con coplas “compradas” a sus alumnos, tal como relata en Shalacos. Ese hombre de múltiples actividades, aún nos enseña desde sus libros. Jorge Washington Ábalos dijo, con toda razón, que su trabajo de Maestro ha sido el más importante de su vida.
“Ama ckechuaychu, Maestritu” (No me quite, Maestrito), recitó una vez Aldo Tévez en nuestro Alero. El ruego del niño quichuista se debía a que embelesado con su nuevo trompo, no había podido resistir a la tentación de sacarlo en plena clase, solamente para mirarlo mientras lo hacía girar en su mano. Finalmente, el trompo volvió a su dueño una vez terminada la clase, como tiene que ser.
Están comenzando las clases en todo nuestro país. Pasó el Carnaval y en el Miércoles de Cenizas los alumnos vuelven a las aulas. Los docentes comenzaron sus actividades un par de semanas antes. Hay docentes que se han jubilado a fin de año y solamente verán pasar a colegas y alumnos hacia sus tareas cotidianas, forjando el futuro de la Patria. Otros docentes estarán comenzando una etapa muy importante de su vida, egresados hace poco tiempo y a punto de encarar su propio servicio de enseñanza.
Muchos educadores, en estos días se ven reflejados en sus alumnos; si hacen una retrospección profunda, se verán entrando entre curiosos y asustados a su primer día de Jardín de Infantes, donde muchos se niegan a quedar, sintiéndose presos y despojados de su madre, rodeados de gente desconocida. La ternura de la Maestra Jardinera los apacigua y logra que la huahuita aprenda a vivir en comunidad. Después recordará la escuela primaria, donde todo parece venir ya “en serio”, pues hay que leer, sumar, restar, estudiar, aprender a comportarse…
En la escuela secundaria, el alumnado se encuentra con su crecimiento físico y una serie de cambios en su ser, al tiempo que conoce otras formas de aprendizaje y comienza a pensar en una carrera terciaria o universitaria. Es esa la época en que el Maestro decidió cómo quería que fuese su futuro.
El Maestro estudió para desarrollar su natural inclinación por la música y para ejercer la docencia. Su primer destino como docente fue en un poblado quichuista. Su deseo de aprender el habla de nuestra tierra lo llevó hacia el Profesor Domingo Bravo. Con las enseñanzas de quien fuera Maestro Rural, Profesor y Doctor Honoris Causa, más el contacto con auténticos hablantes, le otorgó fluidez para su quichua aprendido siendo ya mocito.
Con el Profesor Bravo, en la Universidad de Santiago del Estero había estudiado Lingüística Regional. Con este título y los anteriores, fue enviado a la gran escuela cercana al Río Salado. En la escuela, como quien cantar con los alumnos y enseñarles los instrumentos autóctonos, hace de freno para evitar el retroceso del quichua, ante los avances del castellano cotidiano y el inglés de la televisión y otros medios.
La tarea del Profesor de Lingüística Regional es ardua, pero él la hace agradable acompañándola con música, y recibe premios todos los días, cuando los alumnos lo llaman Maestro Quichua o, más aún, cuando uno de los más utulitas (chiquitos) le dice “Maestro Cuicha”.
05 de Marzo de 2.019.