Eso lo pueden observar los madrugadores. Hay gente que se levanta a la misma hora durante todo el año. Hay quienes se levantan poco después del amanecer, cuando sus ojos o posiblemente todo su organismo percibió que ya hay luz solar.
Desde que el disco luminoso se asoma por el horizonte hasta que se lo puede ver completo, pasan apenas unos minutos, pero había comenzado a insinuarse un buen tiempo antes. Quien se levanta a la hora que llamamos cancha cancha (claridad creciente del amanecer), puede ver al lucero de la mañana bien alto hacia el Este. Es el planeta Venus, que se hace notar por la intensidad de su brillo en el cielo, semejando una estrella grande. El lucero parece ser el guardián diurno del Sol, pues lo precede en el amanecer y queda vigilante en el cielo después del atardecer.
Cuando llega el alba (claridad del amanecer), Venus ya está bien por encima del horizonte. Aparece por el naciente un par de horas antes que el Sol. Cuando la claridad solar avanza en el nuevo día, cada estrella parece apagarse, pues el aumento de intensidad de la luz solar hace imperceptible las pequeñas luces estelares. Las primeras en dejar de ser visibles son las estrellas de luz aparente más débil, y la última en desaparecer de nuestra vista cada mañana, la que acompaña al Sol durante un rato, es el lucero del amanecer, el planeta Venus.
Por la tarde, el Sol declina hacia el Oeste hasta perderse por debajo del horizonte. Poco a poco, la oscuridad nocturna va reinando en el cielo, superando a la decreciente luz diurna. Al volver la oscuridad, las estrellas se hacen notar; hacia el Oeste, con cierta altura sobre el horizonte, el lucero de la tarde se hizo notar antes que las estrellas: Es el planeta Venus, que “acompañó” durante todo el día a Inti (Sol) sin que pudiésemos percibirlo a causa de la fuerte luz solar. Un par de horas después de la puesta del Sol, Venus llega al horizonte y se apura para alcanzar al Sol y mostrarse ante nosotros antes del amanecer.
Todo esto puede ser observado por quien se levanta de madrugada y durante el día, especialmente al atardecer, observa el cielo con sus cambios cotidianos, cambios periódicos y uno que otro cambio inesperado. Quien en Santiago del Estero se levanta a las seis de la mañana, por ejemplo, a esta altura del año puede percibir que amanece más tarde que para los días de fiestas de fin de año.
Antes de la Navidad, el santiagueño tempranero se había acostumbrado a ver cada día más alto al lucero y que cada día comenzase más temprano el canto de los pájaros y de los coyuyos. En estos días en que Enero declina hacia el ocaso, amanece y atardece mas o menos a la misma hora que a fines de Noviembre. Mientras toma unos mates, los que toma en Invierno “para entrar en calor” y en Verano para no perder la costumbre, escucha los crecientes ruidos y sonidos del vecindario, el canto de los pájaros y… ¡Los coyuyos! ¡No se escuchan los coyuyos! ¿En qué momento se callaron? Entre una cosa y otra, uno no percibió cuándo habrá cantado el último coyuyo de este Verano. Sí se corrió la voz hace un par de meses, cuando cada uno iba escuchando su primer coyuyo de la temporada.
El coyuyo es un insecto muy conocido en gran parte del continente americano. En Argentina se lo escucha y ve durante cada época estival, en la mitad Norte del país. En Santiago del Estero, Octubre suele ser el mes en que comenzamos a escuchar el insistente llamado del crespín, canto que se va acallando unas semanas después, en pleno mes de Noviembre, incluso a comienzos de Diciembre. Antes de que el crespín deje de ser la voz notoria en los montes santiagueños, se escucha el canto de un coyuyo.
El canto del primer coyuyo es toda una novedad. Inmediatamente echamos una mirada a los árboles, para deducir mas o menos cuánta algarroba deberá madurar el cantor veraniego. El tiempo del canto del coyuyo coincide con la época en que las vainas del algarrobo pasan de verdes a maduras. Poco a poco se escuchan más coyuyos todos los días; ya se agregan los royos, que son una especie muy cercana, pero de color marrón y de un tamaño mayor que el verde coyuyo. También se escucha el canto de la pequeña chicharra, también de color marrón, como un royo en miniatura.
En nuestro pago llamamos coyuyo al insecto de color verde oscuro, royo al grande de color marrón y chicharra al pequeño, también de color marrón; ocasionalmente puede aparecer otro tipo de chicharra, más oscura, con un canto distinto al de la chicharra común. En otros lugares del mundo, a todos estos los llaman cigarra o chicharra, o bien hay solamente una de estas especies u otra similar.
Pablo Raúl Trullenque afirma que el coyuyo pasa un Verano cantando. Para llegar a vivir ese Verano cancionero, el coyuyo debió pasar por un tiempo de preparación, que comienza también en una época calurosa, cuando su madre pone huevos en los árboles que frecuentó; en nuestros pagos, esos árboles suelen ser principalmente algarrobos, aunque no son los únicos a los cuales visitan.
Cuando nacen los coyuyitos, se las ingenian para lanzarse a la tierra, donde cavarán una cueva, en la cual vivirán unos años, chupando jugos vitales de las raíces. Durante ese período subterráneo pasa por mudanzas de aspecto: Primero parece un gusanito; después es un bichito de abdomen alargado, que al crecer va engrosando su cuerpo y tomando un aspecto de coyuyo sin alas, con las patas delanteras en forma de garfios. Una vez conseguida la condición física para enfrentar el cambio, urgido por un cuerpo que quiere salirse de la coraza que viene a ser su piel, en una cálida jornada santiagueña, el bichito sale de la tierra, camina hacia el tronco de un árbol y sube como un hábil escalador.
Aferrado firmemente al árbol con sus fuertes patitas, su cuerpo comprimido en la coraza hace fuerza hacia el lomo, el que se abre en cruz para permitir que el coyuyo salga de esa piel protectora. La “ropa vieja” del coyuyo queda adherida al árbol, mientras que el insecto se aparta un poco, con las alas húmedas y arrugadas. Al contacto con el aire, el pálido bichito va tomando color y su nueva piel se hace fuerte. Pronto estará listo para volar, para introducir su largo piquito en un tallo y chupar la savia. Si es macho, pronto el coyuyo comenzará a cantar reclamando el apareamiento. Una vez asegurada la continuidad de la especie, machos y hembras mueren, sirviendo de alimento a otras especies animales.
Hay personas que no soportan el canto grupal de los coyuyos, el que suele atronar en los árboles de montes, parques, plazas y casas particulares. El coyuyo canta durante un tiempo breve, coronando la preparación de toda una vida. Podría cantar de otra manera, pero él canta así. Así hay que disfrutarlo. Pronto volverá, dentro de unos meses.
29 de Enero de 2.019.