Por si quisiera participar, su interlocutor le enumera varios lugares, como ser la Feria de Upianita y La Casa del Folclorista para Sábado, los días Domingo en El Patio de Froilán, las peñas de los Viernes en diversos lugares, con el agregado de las reuniones cancioneras que ocurren también en otros días de la semana, como por ejemplo los Miércoles en el rancho de Luis Martinelli, o las reuniones de los Martes por la noche en el Dr. Ricardo.
Viendo los habituales encuentros festivos de los santiagueños, muchos foráneos preguntan en qué momento se trabaja en nuestra provincia. La respuesta está en el sistema de vida diferente entre las grandes ciudades, que aparentan ser “este país” y las provincias a las que los “estepaisanos” van descubriendo una a una entre lapsos mas o menos largos.
Cuando los argentinos foráneos llegan a una provincia del Noroeste Argentino, suelen mostrarse sorprendidos por las grandes diferencias que encuentran en ellas respecto a su mundo conocido, pese a los esfuerzos de los paganos por parecerse a los metropolitanos. Desde los medios de difusión metropolitanos y por sus múltiples repetidoras locales, cada día pretenden inculcarnos sus cambiantes vocabulario, modales, gustos musicales y demás preferencias. A su vez, la metrópoli parece obrar como repetidora de lo que “baja” a lo largo del mapa continental.
Las costumbres en los pagos alejados de la metrópoli están talladas por el tiempo y arraigadas como un quebracho de tronco racu (grueso); por eso debe de ser que nuestros paisanos pequeños no consiguen ser una copia fiel de lo que quieren imitar, gracias a Dios. Por eso debe de ser que cuando llegan los visitantes, en vez de encontrar la aldea colonial que esperaban, con la chacarera sencilla inundando el ambiente, son sorprendidos por una serie de cosas extrañas y otras conocidas, demasiado conocidas, de las que esperaban librarse por un tiempo.
El ambiente pueblero santiagueño suele estar impregnado por sonidos musicales que son escuchados hasta el hartazgo por propios y extraños, pues vienen impuestos “desde arriba” en todo el país; también se van a sorprender por algunos amagos creativos que son igualitos a lo que escuchan en sus lugares de origen cuando pretenden escuchar algo de Santiago del Estero.
Al margen de todo ello, la siesta es un tema recurrente. Algunos “andaluces” salidos hace bastante tiempo de nuestro pago, han acuñado frases y creencias en los metropolitanos ávidos por conocer el otro país, al que llaman “el interior”. Para que el relato sea fácil de vender, tiene que tener ribetes fantásticos o exaltar la imagen del cliente. En cuanto a relatos fantásticos, hay una cantidad enorme de mitos y leyendas que nos vienen de tiempos ñaupas e inventos actuales, casi todos muy satisfactorios para quienes pretenden saber algo del misterioso interior. El artista, que debe hacer sentir bien a los estepaisanos, podría hacer un espectáculo de elogios a los habitantes de la gran ciudad, lo cual puede arrancar algunas sonrisas, pero no risas ni aplausos; entonces, hace varias décadas, algunas figuras del espectáculo han encontrado una veta en reírse de sus propios coterráneos, que es reírse de sí mismos.
En actuaciones de hace largo tiempo, e incluso en algunas grabaciones, hubo folcloristas que “hicieron humor” diciendo que los santiagueños somos perezosos, lentos, poco menos que disminuidos mentales, y eso agradaba a su público, pues no falta el oyente que se siente mejor al escuchar que otros están mal, salvando a ese oyente de ser el último en la escala de valores.
Si la broma que muestra al santiagueño como un ser inferior ante sus compatriotas había dado resultado, no había que esforzarse buscando otras vetas, pues ya había cómo arrancar la risa fácil y el aplauso repetido. En una de ésas, tales artistas estaban hablando de sí mismos y extendían su concepto a toda la provincia. En algún momento, como queriendo afianzar lo ya dicho, han comenzado a recalcar una diferencia entre Santiago del Estero y las grandes ciudades: En Santiago se duerme la siesta (¡Qué horror!).
Se llama siesta a un descanso posterior al almuerzo, que consiste en dormir media hora o poco más, o permanecer acostado un cierto tiempo; su nombre viene del latín y se debe a que mas o menos coincide con la sexta hora posterior al amanecer, en el conteo de horas del imperio romano. Quien duerme la siesta, tiene el día dividido en dos jornadas, generalmente más intensas que una larga actividad de muchas horas.
Una afirmación de nuestros paisanos trabajadores, a la hora del almuerzo, suele ser: “¡La chacarera también tiene descanso!” Es que la pausa de la siesta se sale con energías renovadas para encarar el segundo tramo de tarea. También hay quienes afirman que se acuestan después del almuerzo para “hacer la digestión” y parece estar bien dicho, pues tal como podemos observar, muchos otros seres duermen o por lo menos se entregan a la quietud luego de haber comido; también los humanos sentimos somnolencia después de una comida abundante. Esto responde a mecanismos naturales y, hasta donde sabemos, no hay ser humano más sabio que la Naturaleza.
Uno debe adaptarse a la realidad de la vida moderna y al rol de cada uno en ella. Por eso es que, en cualquier lugar del mundo, los horarios laborales de los servicios médicos de emergencia, bomberos, policía, farmacias, gomerías, transportes colectivos y otras actividades, son distintos a los otros, por lo que no siempre se hace la pausa de la sexta hora del día.
En las ciudades grandes, por causa de las distancias que recorren de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, en vez de una jornada dividida en dos tramos, se trabaja en horario corrido, y la gran mayoría de empleados y obreros que usan el transporte público, aprovechan el tiempo de viaje (generalmente un par de horas) para dormir tanto de ida como de vuelta.
En las metrópolis, muchos aprovechan el Sábado para recuperarse de la semana laboral con una buena siesta. De paso, quedan en buenas condiciones para una salida nocturna. El Domingo por la noche hay que acostarse temprano por que se viene el madrugón del Lunes.
En las ciudades en que no se viaja mucho para llegar al lugar de trabajo, se mantiene la costumbre de parar al mediodía, almorzar en familia, dormir la siesta, volver con mejor ánimo para la jornada vespertina y luego estirar la noche con una guitarreada, una reunión con amigos o parientes, o simplemente disfrutar de una parte de la noche. Son costumbres arraigadas con la firmeza de un quebracho de tronco grueso.
Pese a la dureza sintetizada en su nombre (Quiebra hachas), ante la persistencia del hachero con sus golpes, el quebracho se debilita y cae. Debemos evitar que los golpes de imposiciones extrañas debiliten nuestras costumbres. Los habitantes de otras provincias hacen algunas cosas que nosotros no hacemos. Los santiagueños tenemos entre nuestras costumbres, algunas que ellos no comparten. Lo seguiremos haciendo, por que podemos y queremos.
03 de Julio de 2.018.