En la chacarera Sentimiento Montaraz, de Juan Carlos Carabajal y Elpidio Herrera, se patentiza un momento de rebeldía del hombre, que quiere dejar todo para volver a las raíces, a su modo de ser más profundo y salvaje. Quiere dejar atrás ciertos sentimientos y actitudes que rigen la vida civilizada, para ir a vivir con las leyes del monte, que son claras y directas.
Al ir desgranando las estrofas de la chacarera, el autor muestra su conocimiento del monte santiagueño, “donde los ojos del puma brillan en la oscuridad.” Quiere “escuchar qué dice el viento cuando silba en el cardón” pues hay misterios que tienen los montes y quiere descifrarlos. El cardón es una cactácea de gran altura, con aspecto de un candelabro. Sus “brazos” se elevan buscando el cielo como en un clamor; cuando corre viento, esos brazos espinudos provocan un sonido particular que bien puede considerarse un silbido.
Si uno decide adentrarse al monte, por tupido que sea, siempre va a encontrar una vía de acceso buscando con paciencia. Las tarucas (guasuncha, sacha cabra o corzuela) hacen senderitos muy estrechos en su andar. No son los caminos más aptos para un humano, pero sirven. La sacha cabra (cabra del monte) es un animalito manso, curioso, que al encontrarse de pronto con alguien puede quedarse observándolo con sus orejitas enhiestas y sus ojos bien abiertos, para después de varios segundos alejarse rápidamente. Así suele ser con los humanos, pero con el puma es mucho más cuidadosa, pues ya se conocen desde hace muchos siglos.
Mientras uno va descubriendo el monte, puede llamarle la atención el sonido de dos ramas al rozarse. No son ramas que se rozan por efecto del viento: es el ckeo, un pajarito llamado así justamente por el sonido que emite en forma persistente. Más allá se puede ver una avecita que corre a lo largo del camino, bordeando la espesura, para finalmente perderse en ella; es el sachapollito (pollito del monte), un correcaminos en miniatura. También puede ser que avistemos un coi que cruza el camino con su trote saltitante; el coi o cuis, es la versión silvestre del roedor al que llaman conejillo de Indias o cobayo. Siguiendo por el sendero en el monte, se nos puede presentar un átoj, un zorro, el que pícaramente aparecerá fugazmente para enseguida entrar al monte y volver a mostrarse más adelante.
Arrastrando su cuerpito en movimientos sinuosos y breves, o echado sobre la tierra caliente, o corriendo velozmente sobre dos patas, erguido y levantando la cola, podremos ver al ckomerejo (lagartija), el que debe su nombre al color predominante en su vistosa piel: el verde, al que en quichua se llama ckómer. Un saurio un poco mayor en tamaño, que también frecuenta los suelos calentados por Inti (el Sol), es el ckaran puca, un lagarto al que llamamos iguana. Ckara significa cuero, ckaran es “su cuero” y puca es rojo. En nuestra provincia predomina la iguana colorada, más gruesa y corta que la iguana overa, que suele ser abundante en otras regiones. En Santiago del Estero es poco común la iguana overa. El ckaran puca tiene un andar pesado, bien de reptil, el que usa para desplazarse en busca de alimentos vegetales o animales. Saca la lengua bífida para percibir cambios de temperatura y otras informaciones del aire, con lo que sabrá si debe avanzar en busca de qué comer o retirarse ante la presencia de un enemigo peligroso. La iguana es capaz de correr rápidamente cuando algo la asusta.
Cerca o lejos, escucharemos de pronto un sonido de güiros o guacharacas; seguramente es un grupo de charatas con sus gritos que inspiraron su nombre. La voz de la charata parece decir “¡Char charata, char charata, char charata!” En el Norte de América del Sur, su grito ha sido interpretado como: “¡Guacharaca, guacharaca, guacharaca!” y fue llamada así, con el mismo nombre que después pusieran al instrumento musical que en nuestra región conocemos como güiro. La charata es un ave que suele cruzar caminos y rutas en un vuelo lento, de la copa de un árbol a la de otro, generalmente en grupo.
A mayor altura que la charata, o parado a un costado de caminos y rutas, sobre un árbol o en el suelo, podemos divisar un ckaranchi o carancho, ave de buen tamaño, de vuelo un poco pesado, que anda buscando carroña o animales pequeños para comer. A mayor altura y más ágil, se puede ver el vuelo del halcón, que merodea observando árboles y claros en busca de animales pequeños, lo que incluye palomitas volando, para atacar con un veloz vuelo en picada directo hacia su posible alimento. Más alto aún, podremos ver al pala pala (buitre negro) planeando en círculos montado en una corriente de aire ascendente, o volando con un pesado aleteo hacia una de esas corrientes térmicas que él sabe percibir. Este buitre parece un cóndor de menor tamaño; generalmente lo llamamos cuervo. Vuela en busca de carroña, para descender a cumplir con su tarea de limpiador de los montes y campos. A veces se lo ve asentado sobre un árbol seco. Otras veces, los grupos de cuervos son difíciles de divisar, por la gran altura que alcanza su vuelo de planeador.
En un abra del monte, en uno de esos grandes claros que aparecen cada tanto, podemos ser sorprendidos por algún yutitu (perdicita) que remontará un vuelo rápido y ruidoso prácticamente desde nuestros pies, pues al percibir la presencia de un extraño se había echado en el suelo para no ser percibida y mientras esperaba el alejamiento del intruso. El vuelo de la perdiz es de baja altura y a poca distancia; donde se asienta se las ingenia para perderse de vista entre la maleza.
Es posible que veamos a una chuña o un par de ellas con su andar erguido, o con su trote de buen ritmo para alejarse del peligro impulsada por sus patas largas y del mismo color que su pico, de un negro intenso que combina bien con el gris del plumaje. Puede darse que la sorprendamos en el momento en que ataca a las víboras, culebras o cualquier otro animal que pueda complementar su dieta de granos y una que otra hojita. Es posible que solamente la escuchemos, gritando sola o en contrapunto con otra; dicen que el grito de la chuña anuncia viento.
En el andar por el monte, podremos admirar el páaj o quebracho, cuyo nombre quichua se debe a que sus semillas se esparcen en un vuelo planeado. El verbo páay es el verbo volar; se llama páaj a quien ejecuta la acción de volar; en este caso, la semilla del quebracho, que es voladora. Un poco menores en altura, los tackos (algarrobos), talas, chañares, huíñaj y mishtoles son vecinos del “padre del bosque” (el quebracho), protector de sus cercanos en caso de lluvia muy fuerte o granizo.
Hay mucho para ver en el monte, pero ocurre que ayer el huíñaj se llenó de flores amarillas; dice el Profesor Domingo Bravo que el nombre huíñaj, que sería quien ejecuta la acción de huíñay (crecer), es una deformación de la palabra huíllaj, del verbo huíllay (avisar). Dicen que el huíñaj florido anuncia tormenta. Debe de ser cierto al menos por esta vez, pues la chuña estaba gritando y ya el viento suena más fuerte que la letanía del ckeo. Ya se escucha a lo lejos un trueno y, como dice Don Sixto Palavecino en la chacarera Nostalgias Campesinas: “Se prepara una tormenta relampaguias ancha piña y un ckaran puca dispara sin mirar troncos ni espinas.” Todo esto indica que hay que guarecerse, pues si relampaguea muy bravamente y la iguana corre desesperada, seguro que se viene la tormenta para regar el monte.
19 de Septiembre de 2.017.