“Por eso, mientras viva voy a seguir cantando vidalas” sentenció Sebastián Barraza, desde el escenario de tierra junto a la vieja estación de ferrocarril de la ciudad de Fernández, unas cinco leguas al Sudeste de la ciudad de Santiago del Estero. El cantor había recitado un relato sobre sus antepasados, “buenos cristianos de los pagos de Los Morales”, trabajadores y cantores de vidalas, que solían cantar sólo por darse el gusto, solos o a dúo. También expresó su deseo de que al morir le canten una vidala, para que así lo acompañen al encuentro de su mama. Más de un par de lágrimas rodaron en rostros de gente “de toda laya” congregada por el deseo de compartir el sentimiento terruñero en el Encuentro de Vidaleros y Quichuistas.
En otros momentos hubo cantos jubilosos, cantos nostálgicos, endechas de amor, cantares para la Tierra y sus habitantes, honras al trabajo fecundo, coplas picarescas, y demás expresiones que salen del alma de vidaleros y copleros. Mientras alguien cantaba, los demás acompañaban con un ronco coro de parches tañidos con energía y delicadeza al mismo tiempo. Cada mes de Julio, es todo un espectáculo ver el grupo de amantes de la vidala tocando cada uno su caja mientras alguien canta.
Este año, el Encuentro se realizó el Domingo 17 y fue la edición número dieciséis de este acontecimiento cultural que convoca gente de distintas provincias y de países vecinos. Muchos de ellos están de paso desde o hacia los festejos del aniversario de la Ciudad Madre de Ciudades, y muchos han viajado desde pagos lejanos exclusivamente para este Encuentro.
Cuenta Casilda Chazarreta que la tucumana Josefina Racedo les preguntó hace más de quince años si en la zona cercana a Fernández había vidaleros, pues había escuchado algunos. Le habían respondido que sí, que habría unos pocos vidaleros dispersos y que, a juzgar por lo que se veía en los escenarios de festivales folclóricos, la vidala estaba en franco retroceso. Josefina instó a la gente de Fernández a reunir esos vidaleros y hacer algo para que, lejos de marchar hacia la desaparición, la vidala retomase el camino de su expansión y crecimiento. Dice Casilda que así nació el Encuentro de Vidaleros y Quichuistas, el que cada mes de Julio, congrega junto a la estación de Fernández a toda una multitud de voluntades apuntadas todas en dirección de los sentimientos hacia la tierra a la cual pertenecemos.
Cada año, es ancha súmaj (muy lindo) encontrarse con gente de la ciudad de Fernández, de parajes vecinos, santiagueños que viven en Buenos Aires u otros lugares, cordobeses, porteños, uruguayos, salteños, tucumanos, jujeños... en fin, gente de distintas procedencias, todos convocados por el sentimiento. Las copleras de los Valles Calchaquíes de Catamarca y Salta nos regalan sus cantares que suenan similares al relieve de sus regiones, con subidas y bajadas bien pronunciadas. Las coplas, acompañadas por cajas, suelen tener un sentido entre picaresco y de reclamo, a la vez que hacen saber que quien canta viene de las montañas.
Hermanadas, las vidalas de los llanos santiagueños con las de las montañas y valles calchaquíes, nos sorprenden cada año con la aparición de nuevas creaciones, que fueron naciendo durante los meses de fríos y calores previos a cada reencuentro. El cantar del santiagueño, sostenido por el paisaje de esta mesopotamia de los ríos Dulce y Salado, tiene sus características particulares, aún cuando la nueva vidala haya nacido a orillas del Río de la Plata, o en la lejana meseta patagónica, o en las fronterizas provincias norteñas. Allí donde haya santiagueños que crecieron al son de vidalas, su evocación del pago querido será al son de una caja e improvisando una vidala, o recordando viejos cantares de la tierra. En este encuentro hemos disfrutado del canto de un señor casi centenario, de un santiagueño quichuista residente en la provincia de Formosa, del arte de su bisnieta de apenas seis años de edad y ya cantora de vidalas, de los cantares de la quichuista Pancha Gallardo, que llega a Fernández desde el paraje Buey Muerto, de Doña Roberta Pajón, cantando erguida pese a recientes dolores en el alma que seguramente la agobian por dentro, hemos disfrutado del canto grupal de los cordobeses, de las copleras vallistas, del canto vigoroso y firme de Fidel Ferrández y el quichuista Beto Mansilla, de cantores con caja o guitarra... prácticamente nadie ha quedado sin cantar y expresar lo suyo.
La vidala es una de las expresiones más auténticas de la gente criolla, la que se siente hermanada con la tierra. El canto de la vidala nació quién sabe hace cuánto tiempo. Es hermana de la baguala, del yaraví, de la vidalita y de todos los cantares criollos arraigados en esta parte del mundo. La vidala es bien criolla, pues viene de vertientes andinas y del llano, posiblemente también con influencias de ultramar.
Para cantar vidala, hace falta sentirla y querer cantarla. Si uno crea sus propias coplas, o si repite lo ya cantado desde hace muchos años, son detalles dentro de lo más valioso que es el sentimiento vidalero. Se puede cantar vidala acomñándose con la caja hecha de madera y cuero, o con un bombo, o con una guitarra, o simplemente con el latir del corazón. Atahualpa Yupanqui sintió que la copla de la vidala le quemaba el pecho, mientras miraba la Luna llena pasando por sobre los montes y deseaba tenerla en sus manos, para tener la mejor caja, “pa tinquiarla despacito” y salir cantando por distintos pagos santiagueños.
En cada mes de Julio, Santiago del Estero se torna tierra de encuentros, bajo la convocatoria de los festejos por el aniversario de la más antigua ciudad argentina, por la multitudinaria Marcha de los Bombos, por la Fiesta de la Sachaguitarra Atamishqueña, por las actividades en Las Termas de Río Hondo, por los encuentros de poetas y escritores, por el gusto de sentir el pago santiagueño en pleno Invierno y, de hecho, por el Encuentro de Vidaleros y Quichuistas.
Podemos decir sin temor a errar, que el Encuentro en la estación ferroviaria de Fernández está fortaleciendo a la vidala. Cuando el frío nocturno invita a cuidar las cajas y volver cada uno al resguardo de la casa, ya se está pensando en el encuentro del próximo año. Cada uno evoca lo vivido y piensa nuevas coplas para compartir durante los meses que faltan y para traerlas al reencuentro con la vidala, la baguala y las coplas.
Pasó el día de encontrarse con la vidala junto a la estación de Fernández. Ahora estamos en el tiempo de hacer crecer la vidala, para traerla fortalecida el próximo año, cuando alguien diga: “Vengan, mientras vivamos, vamos a reunirnos para hablar en quichua y cantar vidalas.”
18 de Julio de 2.017.