Es una expresión popular por la que se indica no haber entendido nada de lo escuchado o leído.
La letra J ha llegado hasta nosotros como parte del Abecedario español, en el que ha sido incorporada tomándola del griego como un derivado de la letra iota. Parece ser que en los antiguos alfabetos, la iota era la letra más pequeña y simple para escribir: de ahí vendrían las expresiones referidas a no saber ni jota o a no entender ni jota, lo que equivale a decir que no sabe ni entiende lo mínimo, lo más simple.
El sonido de la J varía según la zona entre los países de habla hispana. En algunas amplias regiones americanas, la letra j tiene un sonido suave, en otros suena fuerte y arrastrada, como en ciertos lugares de España. Podríamos decir que en nuestro país, la j tiene un sonido que no es muy fuerte ni muy suave, sino mas bien moderado. En quichua, el sonido que tiene la J es similar al que tiene en castellano, aunque algunos hablantes, en ciertas palabras, la hacen sonar más suave. Por ejemplo, se escucha decir sajra (feo, fea) con el sonido normal de la j, aunque también suena bastante suave, con una j levemente aspirada, parecido a cuando algunos paisanos nuestros dicen en castellano “nojotro” en lugar de “nosotros”.
Las maestras de la escuela primaria, cuando estábamos aprendiendo a escribir, solían relacionar cada letra con alguna palabra, para ayudarnos a recordar cuál de ellas era. Por ejemplo, nos aclaraban: “Con C de casa”, “con G de gato”, “con Q de queso”, “con K de kilo”, etc. Entre los alumnos, como en todo grupo humano, se podía encontrar distintas respuestas a los estímulos: Había quienes se esmeraban por aprender y quienes parecían no querer o no conseguir escribir con la claridad y elegancia que tiene un texto bien elaborado.
De un tiempo a esta parte, aparecieron conceptos como: “No interesa la forma como la persona escribe, pues lo importante es que uno pueda comunicarse.” Llegado el caso, es preferible que alguien se exprese por escrito en forma confusa si la otra opción es únicamente la de no escribir nada, pero podríamos asegurar que para cada problema suele haber más de una salida; es decir que, la persona que escribe mal, también podría no escribir nada o escribir cada día un poco mejor.
Existe una tendencia a usar la letra Q sin su inseparable compañera la U; sus razones tienen y las enumeran en forma convincente. Para quienes hemos crecido viendo juntas a la Q con la U en palabras como queso, quinto, quebrada, quince y tantas otras que ya tenemos vistas así, el uso de la Q sin la “innecesaria U” sería como un bonito regalo sin moño. Perdería elegancia, pese a que en la fría práctica sigue sirviendo.
Podemos escuchar a personas prácticas que afirman que es inútil decir que Febo asoma y que ya sus rayos iluminan, si se puede decir directamente que está amaneciendo. Tienen razón en cuanto a objetividad, pero una afirmación fría y directa, suena triste y sin belleza, más aún si la contrastamos con una expresión poética.
A lo largo de los siglos, los idiomas han ido enriqueciéndose por la ampliación de horizontes, o cambiando por causa de conceptos erróneos de mayorías poco preparadas, o por otras causas. En estas últimas décadas, signadas por la urgencia y la necesidad de cambiar constantemente, de no tener referencias estables, de incorporar a lo cotidiano y personal lo que nos imponen desde los cerebros de las metrópolis, los idiomas y especialmente los regionalismos están siendo bombardeados por cambiantes disposiciones globalizadoras, como si fuesen pruebas para determinar quiénes siguen las directivas y quiénes no.
En los últimos tiempos se percibe un gran incremento en el uso de expresiones groseras en lugares públicos, incluso en gente que tiene ante sí un micrófono; esas expresiones vienen de la mano con otras que suenan como de mal gusto, sin caer en la grosería ni la agresión, pero que le quitan armonía y belleza al lenguaje, a la vez que causan confusión por su ambigüedad o parecido con otras palabras que tienen un significado distinto.
La decadencia estética y la falta de claridad en el modo de expresarse, se está percibiendo también en el modo de escribir. Hay quienes culpan a los celulares, otros culpan a tendencias políticas, otros a... siempre se puede culpar a alguien cuando una decisión nuestra es cuestionable, aunque también se puede (y debe) asumir la responsabilidad por lo que hacemos.
Una de las fallas que pretenden imponer en cuanto al modo de escribir, es el uso de la letra K en lugar de las letras C y Q. Puede resultar práctico, pero le quita belleza y claridad a lo que se escribe. Es un modo rápido de comunicarse, pero es una comunicación fea e incompleta. Muchas personas que han adherido alegremente a ese retroceso del idioma castellano, son los mismos que cantan loas a los docentes cuando los mismos les parecen cercanos a sus ideologías partidarias. Una forma honesta de reconocer a los docentes, consiste en mantener vigentes y promover las enseñanzas que de ellos hemos recibido.
En el quichua también tenemos confusiones. No está de más recordar que Santiago del Estero es un reducto idiomático argentino, ahora parcialmente comunicado con los muchos lugares donde se habla quichua en países hermanos, cada región con sus características particulares en cuanto a pronunciación y significado de palabras.
Cuando el Profesor Domingo Bravo entrevistaba a quichuistas, grababa sus voces, les pedía que escribieran lo que habían dicho, que escribieran de la manera como se le ocurriese al hablante y después confrontaba lo escrito con lo dicho, y encontraba que en general había coincidencia entre lo dicho y lo escrito. Por ejemplo: Un hablante que en la escuela había aprendido a usar la J para escribir José junto a Juan, al escribir el sonido quichua átoj (zorro) lo terminaba con la letra J, pues se escuchaba a sí mismo diciendo J tanto en quichua como en castellano. A la letra K la reservaba para escribir kilo, tal como se lo había enseñado su maestra o maestro, persona inolvidable y respetable.
En este mundo cambiante y globalizado para mal de los regionalismos y beneficio de vaya uno a saber quién, tanto en castellano como en quichua nos invaden usos y costumbres que nos dejan confundidos y mal comunicados.
El modernismo nos trae beneficios y comodidades físicas, pero en cuanto a comunicación, hay momentos en que no se le entiende ni jota.
11 de Abril de 2017.