Por Crístian Ramón Verduc
17/01/2017
“¿Cómo te llamas?”

Es una pregunta habitual entre dos personas al conversar por primera vez; así empiezan a conocerse, pues comienzan a saber con quién están hablando.

Cuando este diálogo ocurre entre adultos, una vez sabido el nombre del interlocutor, uno se tomará en silencio el trabajo de guardarlo en la memoria de algún modo, relacionándolo con alguien o con algo fácil de recordar. Si en el nombre de esa persona hay un detalle que nos llama la atención, en un futuro no muy lejano abordaremos el asunto, o en una de ésas lo dejaremos pasar en forma indefinida.

Si la pregunta respecto al nombre es asunto de niños, es muy posible que haya una respuesta inmediata, casi sin pensar. En esa respuesta puede haber un comentario referido al parecido del nombre con el de alguien conocido, del hecho de que es la primera vez que escucha ese nombre, o de que ya son muchos conocidos que tienen ese nombre, o en ocasiones, con la candidez infantil, surge la burla por el nombre de la persona con quien se está hablando; si es en un grupo, como en la escuela por ejemplo, la burla se generalizará pronto.

Como los humanos vamos mudando nuestro modo de ser a medida que acumulamos experiencias de vida, nuestras actitudes adultas son muy distintas a las de la época de la infancia, salvo en algunas características que conservamos, lo que nos lleva a decir que todos tenemos también algo de niños. Entre las actitudes infantiles del adulto hay algunas que tienen como punto de partida el nombre de algún conocido; una de ellas es la de relacionar con algo jocoso, el nombre de la persona recién conocida; otra es la de recordar a un humorista que hizo de las suyas al hacer conocer algunos nombres de pila que no tienen relación, o no suenan armónicos, con el apellido. Es que los nombres de pila suelen “ponerse de moda”, produciendo franjas etarias en las que se reparten unos pocos nombres. Si esos nombres de pila nos suenan “gringos”, será motivo de asombro cuando no de broma, si está seguido por un apellido considerado criollo. Lo que parecía ocurrir únicamente en Bolivia comenzó a suceder en nuestros pagos hace unas pocas décadas.

Como quiera que sea, el nombre de una persona es parte de su ser y debe ser respetado, pues ha sido impuesto por sus progenitores, personas a las que cada uno ama con todo su ser.

En esta parte del mundo en que vivimos, el nombre de una persona consta de un nombre de pila seguido de un apellido. Tanto el nombre como el apellido, pueden ser de una sola palabra o más. Siguiendo una mentalidad católica, el nombre de pila es el que se impone a la persona en la pila bautismal cuando la persona, generalmente de muy corta edad, es incorporada a la religión. Se llama pila bautismal a un recipiente especial donde cae el agua del bautismo.

El apellido indica a qué familia uno pertenece, por lo tanto ya viene con uno en el momento de nacer, pues ya se sabe quién es su madre, quién es su padre y a qué familia pertenece cada uno. Cada apellido, si viene inalterado desde su origen, define cabalmente a una familia en cuanto a de quién descienden todos los integrantes. Hay apellidos que indican que sus lejanos antepasados tenían tal o cual profesión, o que eran naturales de cierto lugar, o que eran hijos de alguien notable que marcó con su nombre a sus descendientes.

El apellido permite saber a qué familia pertenece, mientras que el nombre de pila va a permitir diferenciarlo de los otros integrantes de la familia.El apellido viene de los ancestros familiares; el nombre de pila es impuesto por la madre y el padre del recién nacido.

Así como se pone nombre a la gente, también se pone nombre a distintas actividades que se emprenden, como ser negocios, asociaciones culturales, cooperativas, barrios, ciudades, países y continentes. Las galaxias, estrellas, planetas y otros cuerpos celestes conocidos ya tienen nombre: A nuestro planeta se lo llama Tierra, a la estrella alrededor de la cual gira la Tierra se la llama Sol, al satélite natural de la Tierra se lo llama Luna, al continente donde vivimos se lo llama América, nuestro país tiene por nombre Argentina y nuestra provincia es Santiago del Estero. Cada uno de estos nombres fue impuesto de común acuerdo entre gente preparada para ello y respondiendo a circunstancias que justificaban el porqué de cada denominación.

Las ciudades suelen tener nombre desde el tiempo en que son parajes poco habitados, aunque en muchos casos han sido rebautizadas con nombres modernos, algunos de los cuales después han sido cambiados nuevamente. Estos cambios producen cierta incomodidad en los habitantes, pues ellos conocen el lugar por el nombre desde la época de sus antepasados. Es bueno tener en firme saber quién es y de dónde es uno, tomando como base el nombre propio y el del lugar.

Los grupos que encaran una acción deportiva, cultural, política, religiosa o de otra índole, suelen pensar muy bien y debatir respecto al nombre que pondrán a su proyecto, pues el nombre debe indicar cuál es la característica de tal grupo activo. Cuando hay una falta de coincidencia entre lo que dice el nombre y lo que se ve en la realidad, al principio resulta chocante, aunque después la gente se acostumbra, pero no deja de ser extraño el tener que aclarar, por ejemplo: “Ahí donde hay un cartel que anuncia una verdulería, en realidad funciona una biblioteca; verdura no hay”.

En esta época del año en que hay abundancia de festivales artísticos, no deja de llamar la atención el nombre de muchos de ellos, pues lo que se ve en escena no es lo que el nombre anuncia. Da la impresión de que algunos festivales han sido bautizados con el nombre que ostentan, simplemente por que algún nombre debían tener. Claro que no debemos perder de vista que tales festivales se realizan a partir de fuertes compromisos económicos, lo que lleva a los organizadores a copiar la forma que tienen festivales económicamente exitosos. Para lograr una buena recaudación, el organizador tiene que procurar atraer una gran cantidad de clientes y, si alguien recauda bien, pasa a ser un ejemplo a seguir por los otros emprendedores.

Ya faltan pocas semanas para que volvamos a reunirnos, de un modo u otro, a la sombra del Alero Quichua Santiagueño, extensión del techo criollo, cobijo para quienes se acercan sin necesidad de abrir puertas, con la intención de compartir el quichua arraigado en Santiago del Estero.

Estamos comenzando el año, prontos a conversar y cantar por radio, dando prioridad al quichua dentro de nuestro ser santiagueño, tal como el nombre lo indica.

17 de Enero de 2017.

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