Por Crístian Ramón Verduc
28/06/2016
En quichua, cáusay es vivir.

La misma palabra se usa para decir Vida, el hecho de vivir. Por otra parte, ckoshcke es dinero. Pensando en la vida, viendo la vida, uno puede llegar a preguntarse: ¿Cuánto cuesta una vida? O, como muchas veces se dice: ¿Cuánto vale una vida? Lo que equivaldría a: ¿Cuánto dinero vale una vida?

Entre las leyes hay algo que determina un valor material de cada persona, para los juicios en que alguien exige una reparación material por la pérdida de un ser querido en casos especiales, en los que haya un posible culpable a quien demandar. En esos casos, el valor se determina teniendo en cuenta la expectativa de vida y de logros acorde con la edad, rendimiento escolar o productivo y otras circunstancias de la persona fallecida.


Por otra parte, no está de más preguntarse: ¿Qué valor tiene la esperanza? Una vez respondida esta última pregunta, seguramente tendremos un panorama más claro en nuestra escala de valores. Si verdaderamente consideramos que los seres humanos somos iguales en cuanto a valía y derechos, concluiremos en que todos tenemos derecho a procurar la concreción de nuestros sueños, siempre y cuando esos sueños no sean dañinos para alguien.


Cada uno tiene sus anhelos, cada uno a su manera y a partir de lo que conoce. No es fácil saber cuáles serán los sueños íntimos de cada prójimo, salvo en ciertas ocasiones, especialmente cuando muchos se reúnen para competir por algo; en ese caso se entiende que todo el grupo anhela superar a los otros y ganar. En cuanto a los anhelos que no son competitivos, éstos son un misterio mientras no se los comenta o manifiesta de alguna forma. Seguramente entre la gente que lee estas líneas y mucha más, existe el anhelo de que el quichua perviva y crezca, por ejemplo.


Volviendo a la vida humana y lo que vale cada una, de hecho que cada uno consideramos más valiosos o importantes a nuestros seres queridos, en una escala de valores determinada por mayor o menor cercanía en cuanto al afecto. Cuando nos toca entrar en un hospital y vemos el movimiento de médicos, enfermeros y distintos auxiliares, a veces nos preguntamos: ¿Qué impulsa a quienes han abrazado el servicio de salud, para arriesgar su integridad física y psíquica al compartir sus días con gente sufriente y potencialmente transmisora de males? Más allá de la necesidad de trabajar en algo para ganar el sustento, tiene que haber algo que los lleva a luchar en pos de la salud del prójimo, sin preguntar por sus bienes y merecimientos.


El hecho de que un joven médico se largue en la aventura por servir en una provincia distinta a la suya, en territorios poco poblados y en una época difícil, nos da un atisbo de lo que siente alguien que se vuelca por el servicio de salud. Seguramente hubo y hay muchos casos de éstos. Hoy vamos a evocar a un notable médico argentino: Esteban Laureano Maradona.


El Dr. Maradona descendía de ilustres sanjuaninos por línea paterna; su abuelo materno era el santiagueño Esteban Villalba, que fuera bien recompensado por cuidar con eficiencia y honestidad la estancia de la familia Ezeiza en la provincia de Buenos Aires. Don Villalba compró una propiedad en la provincia de Santa Fe a orillas del río Coronda, donde nacieron sus hijos.


Del matrimonio entre Encarnación Villalba y el Maestro Waldino Maradona, que llegara a ser Senador por Santa Fe, nació Esteban Laureano, el 4 de Julio de 1895. El nombre de la ciudad donde nació Esteban Laureano Maradona es significativo: Esperanza. Las esperanzas de la familia se vieron colmadas ante el desempeño escolar de este niño, que crecía jugando con sus hermanos entre el campo, el monte y el río.


Maradona cursó la Universidad en Buenos Aires, donde instaló su consultorio, para trasladarse luego a Resistencia (Chaco), donde ejerció la medicina, el periodismo y también se dedicó a la investigación de la flora de la región, como buen enamorado de la Vida. Pensando en la calidad de vida de quienes trabajan, dictó un ciclo de conferencias sobre Seguridad Laboral, lo que le causó problemas con el gobierno nacional, por lo que decidió emigrar hacia el Paraguay, que iniciaba una guerra contra Bolivia.


En la guerra, Maradona sirvió como médico camillero para los heridos de ambos bandos, diciendo que el dolor no tiene fronteras. Superados los problemas que le acarreó este trato igualitario para con la propia tropa y los ocasionales enemigos, llegó a ser Jefe del Hospital Naval de Asunción; redactó el Reglamento de Sanidad Militar y se ocupó de una colonia de leprosos. Una sobrina del entonces Presidente del Paraguay fue novia del médico argentino. Lamentablemente, la joven paraguaya contrajo fiebre tifoidea y murió ante la impotencia de Maradona y los otros médicos, que no lograron curarla.


Pese a los premios y reconocimientos de la nación paraguaya, una vez terminada la guerra, decidió retornar a nuestro país. Ya en territorio argentino, tomó un tren que atravesaría la provincia de Formosa hacia el Oeste para dejarlo en la provincia de Salta, de donde seguiría hasta Tucumán. Cuando el tren paró en la estación de lo que es ahora Estanislao del Campo, Maradona se encontró con que una parturienta local precisaba atención médica urgente. Cuando logró salvar la grave situación, vio que el tren había partido. Mientras esperaba el día en que pasase el próximo tren, iba atendiendo gratuitamente a quienes lo necesitaban.


Los trenes fueron pasando y Maradona se dedicó a cumplir la misión que como médico se impusiera, cuidando de la salud de la gente de la zona, ya fuesen mocovíes, criollos, matacos, gringos, tobas o pilagás, todos hijos de la Vida e igualmente merecedores de ella. Ayudó a los pueblos originarios de la región, logrando así erradicar la sífilis, la lepra, la tuberculosis y el Mal de Chagas. La mano de Maradona salvó muchas vidas. En reconocimiento, los pilagás se referían a él con una palabra que se podría traducir como “Doctor Dios”, pero el médico no daba gran importancia a los honores ni a los peligros y seguía bregando por mejorar la calidad de vida de quienes lo habían adoptado como su coterráneo. Estudió la flora y la fauna e hizo un estudio científico sobre la vida y cultura de los pueblos originarios residentes en toda esa zona. Fundó la colonia Juan Bautista Alberdi, donde enseñó a los aborígenes a cultivar la tierra y construir sus propias casas de ladrillo.


Los trenes seguían pasando, mientras Maradona continuaba sirviendo al prójimo y vivía humildemente en una casa sencilla que aún se conserva en Estanislao del Campo, provincia de Formosa.


Pasados cincuenta y un años de vida en el lugar, el Dr. Maradona debió ir a internarse en un hospital de Rosario cuando tenía noventa años de edad. Superado el problema de salud que lo hiciera retornar a su provincia natal, quedó en Rosario, en casa de un sobrino, hasta que nueve años después falleció en paz en
Enero de 1995.


En su honor, el 4 de Julio es Día del Médico Rural. Un homenaje que podemos hacerle al Dr. Esteban Laureano Maradona, además de conocer su vida, es procurar leer uno de sus tantos libros: A través de la Selva. Los demás, ha de ser una vez que estén publicados.


La Vida nos regala alegrías, como la de saber que hay quienes transitan por ella entregando su vida por mejorar la vida de los otros, sin importarse por recompensas materiales.


28 de Junio de 2016.

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