Por Crístian Ramón Verduc
21/06/2016
“Ama súa”, o “ama suaychu”, decían nuestros antecesores.

Hay dos formas básicas y muchas otras más desarrolladas, en todos los idiomas, para exhortar a evitar el robo. En nuestro idioma oficial y según las normas vigentes, hay distintas expresiones para calificar el hecho de apropiarse de lo ajeno, de lo que no nos pertenece; así es como podemos escuchar hablar de robo, hurto, estafa y otras formas de quedarse con lo que no corresponde. Parece ser que dentro de la cultura incaica, la palabra súa era suficiente para entender que se habla de un acto inmoral e ilegal, consistente en tomar para sí lo que no es de uno.

Si nos ponemos a “hilar fino”, encontraremos ciertas dificultades para establecer qué es lo que nos corresponde y qué es lo que no en la “repartija” del botín que los humanos hemos hecho de la Tierra y de lo que a ella le pertenece. Ahí mismo ya tendríamos que establecer ciertas pautas limitantes, pues si aceptamos la generosidad de la Tierra para proveernos de lo que necesitamos, deberíamos ser prudentes y no abusar en la apropiación de lo que a la Tierra le pertenece.

Históricamente, las civilizaciones han sido devastadoras de la Naturaleza, en mayor medida cuanto mayor fuese el tamaño de sus ciudades y el tipo de explotación de los recursos naturales. No sería muy arriesgado afirmar que, cuanto mejor “calidad de vida” vamos logrando los humanos, mayor es el deterioro que infligimos a la Tierra, el planeta que nos cobija.

Ya instalados en un sistema de vida comunitario, en el que inevitablemente los individuos humanos tenemos una relación de vecindad e interdependencia con otros humanos, ha sido necesario establecer normas de convivencia, a fin de alejarnos cada vez más de la primitiva Ley del más fuerte.

En tiempos lejanos, las leyes prohibían a la plebe tomar o utilizar lo que se ofrecía a la Divinidad o lo que fuese declarado propiedad del Rey. Por ejemplo, cuentan que en algunas culturas, una familia podía estar padeciendo hambre, pero no podía cazar en los bosques que el rey o señor del feudo había decretado que le pertenecían. Los templos religiosos tenían en su interior tesoros que estaban vedados a quienes no fuesen sacerdotes. Hechas estas salvedades, entre la plebe seguía imperando la ley del más fuerte, apareciendo así los fortachones abusadores líderes de grupos bestiales, y los pícaros manipuladores que se transformaban en reyezuelos o remedos de Señores.

Con el paso del tiempo, con el avance de la cultura humana, con la inclinación hacia la fe religiosa, han ido surgiendo normas de conducta tendientes a contrarrestar la tendencia al abuso y alentar el amor hacia el prójimo. Otro paso importante y difícil de dar, ha sido el de aceptar que todo ser humano es próximo a cada uno de nosotros. Ahora, en lo legal y en lo moral, las teorías dicen que nadie tiene derecho a tomar para sí lo que pertenece a otro individuo y tampoco lo que pertenece a la comunidad.

Dicen los conocedores que en el Tahuantinsuyu (llamado Imperio Incaico por los españoles), del cual hemos heredado el quichua, las leyes ordenaban claramente no robar, no mentir y no tener pereza. Nos cuentan que, en el sistema social piramidal que los pobladores del Tahuantinsuyu también tenían, todo lo que fuese tomado sin derecho verdadero, era considerado robo y castigado con gran severidad. Deducimos que el Inca, si era el Señor, hijo del Sol, no incurría en robo simplemente por que todo le pertenecía. Es posible que sus cercanos hayan debido cuidarse de no contrariar al Inca, prácticamente como única limitación por ser cortesanos. El pueblo, laborioso, veraz y honesto, dirigido con normas claras, ha posibilitado una estructura sólida y expansionista, debilitada únicamente por la disputa entre dos hermanos (Atahualpa y Huáscar) por el trono del imperio, debilidad que benefició a los españoles que en ese tiempo llegaron con la misión de expandir su propio imperio castellano y ambición de riquezas que no les pertenecían.

Los siglos han pasado, en el mundo hay pocas monarquías declaradas y aparentemente imperan la igualdad y la Ley. Las leyes, elaboradas en modernos palacios, dictan normas que hacen cada vez más intrincada la cada día más complicada relación entre los seres humanos. Si tomamos como referencia las normas morales básicas, las que ordenan no hacer al prójimo lo que no desearíamos que se nos haga, las leyes emanadas de esos lejanos palacios son difíciles de comprender.

Hace más de ciento treinta años, el gaucho Martín Fierro se quejaba de que la Ley es una tela de araña, que atrapa a los bichos chicos, mientras que los bichos grandes la rompen. En la maraña social en que vivimos, aparte de los ladrones que entran subrepticiamente en un lugar para robar, o los que asaltan provocando daños graves además del robo mismo, hay quienes despojan a sus vecinos, comprovincianos o compatriotas, y los despojados no lo perciben, por que el robo es perpetrado en pequeñas cantidades a cada uno entre miles o millones de personas. Hay quienes roban e incorporan a su patrimonio el botín obtenido, pero también hay quienes hacen un gran daño y obtienen un beneficio material ínfimo, como es el caso de los rateros que despojan a la gente de bienes valiosos, para ir a cambiarlos por drogas o venderlos por poquísimo dinero a otros delincuentes.

Hay otra clase de dañinos que nos despojan a diario a casi todos, haciéndonos perder diversos bienes u oportunidades, a partir de las cotidianas pérdidas de tiempo. La inoperancia y la pereza eran consideradas patrimonio de la administración pública, lo que ya era denunciado a comienzos del Siglo XIX por el español Mariano José de Larra en su artículo "Vuelva usted mañana". Lamentablemente, tropezamos con la incompetencia a diario y en muchos ámbitos, la que se refleja en trabajos o trámites mal hechos, o no realizados, o papeles extraviados, o en demoras inauditas. Esos males llevan al ciudadano a sentirse despojado de varios bienes, entre ellos dos muy valiosos: El tiempo y la libertad. Todo ese daño repercute en la sociedad, bajando la calidad de vida de toda la población y, hasta ahora, no se puede divisar alguien que salga beneficiado por semejantes desastres. Es una forma cotidiana de robo no tipificado por las leyes, con muchos damnificados y ningún beneficiado.

Cada día estamos llegando al cúmulo del progreso. El mundo nunca ha sido tan moderno como hoy; mañana se modernizará más y al día siguiente habrá nuevos inventos y descubrimientos que continuarán alejándonos del ser humano primitivo, el que dependía únicamente de sus manos y pies para luchar por la vida. Los estudios realizados por especialistas, nos dicen que ese antiguo ser salía cada día de su guarida procurando tomar para sí todo lo que pudiese, mientras evitaba el ataque de los predadores. Es decir que, la vida del ser humano era similar a la de cualquier habitante de la jungla, pues tenía que devorar mientras evitaba ser devorado.

¿Cuánto ha avanzado la Humanidad desde esos tiempos lejanos? Si contamos los años, hemos avanzado muchísimo. Si vemos los elementos con que podemos contar para facilitar cualquier tarea, hemos progresado en forma sorprendente. Si observamos nuestro comportamiento respecto a nuestros congéneres, como seres civilizados... ¿Qué podríamos decir? ¿Cómo podríamos evaluarnos sinceramente y en forma colectiva? Es mejor dejar la pregunta para que cada uno respondamos íntimamente y nos fijemos objetivos morales a lograr, pues socialmente no queda bien admitir el fracaso de la civilización en el aspecto humano, y quedaría mucho peor, robarnos la oportunidad de ser sinceros.

21 de Junio de 2.016.

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