Los juegos infantiles suelen ser mas o menos los mismos para todos los niños, según la época. En esos años, los niños tenían juegos para varones, para mujeres y mixtos. Sería un buen ejercicio para la memoria el recordar en qué juegos participaba cada uno en los primera década de vida.
En la escuela secundaria, la clase de Educación Física nos abre otro panorama y nos iniciamos en la práctica de deportes bien estructurados, basados en normas internacionales. Generalmente, a partir de esa edad es que uno pone en práctica lo que llamamos “espíritu deportivo”. Estos pensamientos nos lleva a evocar a un deportista nato, dotado de la caballerosidad propia de quienes hacen actividad física recreativa como una actividad social, amistosa y noble: Mario Olivera era un santiagueño que había vivido muchos años en Buenos Aires, desde que decidiera estudiar Arquitectura, después de haber cumplido con el Servicio Militar.
En su juventud ha practicado deportes de gran exigencia física, como la pelota a paleta, la natación y el polo acuático. Una mañana de Domingo, a fines de la década de 1.970, el Arquitecto Olivera entró al auditorio de Radio Nacional para presenciar el Alero Quichua Santiagueño. Amante del folclore argentino, buscaba un lugar donde disfrutar de lo más auténtico de su tierra natal. Había regresado hacía poco tiempo, como Jefe de Obras Sanitarias de la Nación en Santiago del Estero.
Sencillo y jovial, trataba a todas las personas por igual, con respeto y simpatía. A las señoras mayores les caía muy bien la sorpresa de ser llamadas “niña” por este Señor. Mario Olivera se sentaba a presenciar la audición, mostrando un rostro serio y concentrado ante los diálogos entre gente sachera o ante las clases de quichua de Doña Isabel de Pappalardo.
Su sonrisa era amplia cuando alguien cantaba, y solía hacer algún comentario a quien estuviese a su lado, conocido o no. Jubilado de Obras Sanitarias, comenzaba a tener más tiempo disponible para las actividades gratas, como ocuparse de su familia, de las “juntadas” con sus amigos de distintos deportes, con ex compañeros de trabajo y con la gente del Alero Quichua, al que se integró plenamente.
Para entonces, ya le decíamos afectuosamente “Arqui” o “Marito”. Por problemas cardíacos, debía ser cuidadoso con sus hábitos: No podía someterse a esfuerzos bruscos ni emociones fuertes y debía ser prudente con la comida y la bebida. Todos los días hacía caminatas por el Parque Aguirre con su esposa, pero fuera de la casa no se controlaba totalmente en lo que compartía alegremente con sus amigos. Después de presenciar el Alero Quichua en la radio, si había un tincunácuy (reunión) a la salida, seguro que participaba. Si se programaba algo para día Viernes o Sábado, el Arqui adhería inmediatamente.
También frecuentaba la Asociación Santiagueña de Tango, los frontones de un prestigioso club, el Club de Paracaidismo y donde fuese que se lo invitase. Como nos caía bien a todos, Marito Olivera “debía” ser invitado. Su conversación era amena, y podía ser seria o jocosa, según el interlocutor y el momento. Era firme a la hora de defender sus convicciones, pero siempre dentro del respeto y la amabilidad. Así, poco a poco, el Arqui Olivera ha ido ganando un lugar en la vida del Alero Quichua Santiagueño.
Cada Domingo se lo veía sentado, presenciando la audición radial. A mediados de la década de 1.980, una noticia sacudió al Alero Quichua: Rubén Palavecino había sufrido un infarto en Buenos Aires y estaba internado, aunque fuera de peligro. Don Sixto había llamado por teléfono a Marito Olivera, pidiéndole que se hiciera cargo de la conducción del programa de radio.
Ese primer Domingo ha sido particularmente difícil para el Arqui. No era quichuista ni tenía experiencia en radio, pero quería ayudar. Se ha puesto a estudiar quichua y a visitar de Lunes a Viernes al Profesor Domingo Bravo en el Museo Histórico. Pasaba muchas horas con el docente aprendiendo sobre el quichua, la historia de Santiago, el folclore en general y el Alero Quichua en particular. El Domingo por la tarde comenzaba a preparar lo que haría y diría en la audición del siguiente Domingo.
Durante la semana acrecentaba o modificaba los textos. Con el paso de las semanas, fué saliéndole cada vez mejor la conducción del programa. Pasado un tiempo, Rubén Palavecino reapareció en la radio, aunque como espectador y en forma esporádica, pues tenía orden del médico para no esforzarse de ningún modo. Meses después y ya recuperado, Rubén comenzó a compartir la conducción del Alero con el Arquitecto Olivera.
Habrán pasado unos dos años desde el primer Domingo en que Mario condujo el programa, cuando un día nuestro amigo anunció que dejaba la conducción radial del Alero. Pasaría entonces a ocuparse de Áshpap ‘Rimaynin, el programa de radio dedicado a la lengua quichua, que fuera creado por el Profesor Domingo Bravo a fines de los años ‘50. Solíamos visitarlo en su casa, en la calle Catamarca al 100, donde los amigos éramos muy bien recibidos. Los días Sábado a media mañana, Marito armaba una “picada” en el taller de Don Ernesto Suárez, de la que participábamos varios amigos, gente del Alero Quichua. A veces era invitado para alguna fiesta en el campo o en instituciones de la ciudad, como siempre desde su retorno a la provincia.
El 19 de Marzo de 1.989 había pasado el día como era habitual en los últimos años. Por la noche, mientras se preparaba para ir a misa con Yoli Luna, su esposa, el querido Marito ha sufrido un infarto del que no lo han podido recuperar. Ha fallecido a los pocos minutos. La mala noticia ha sido una puñalada al corazón de la gran cantidad de gente que sentíamos un gran afecto por el Arquitecto Olivera.
Era muy pronto para su partida. Podría haber quedado mucho más entre nosotros, enseñándonos con el ejemplo cómo se puede sembrar simpatía, caballerosidad y generosidad, aún habiendo sido agraviado. Quienes lo hemos conocido, no podemos evitar el recordarlo cuando escuchamos la zamba La Callejera, que era su preferida, especialmente si la tocaba Don Sixto Palavecino.
Algunos de sus amigos, cuando compartimos un brindis, imitamos al “Arqui” Marito Olivera, repitiendo sus palabras al levantar la copa y luego bebiendo con los ojos vueltos hacia el cielo. Esa imitación es un homenaje a su memoria y, además, es un gesto que nos sirve, por las dudas los ojos quieran soltar una inundación de recuerdos.
15 de Marzo de 2.016.