Por Crístian Ramón Verduc
17/11/2015
“El hombre muestra en la vida la astucia que Dios le dio”.

“El hombre muestra en la vida la astucia que Dios le dio”. Dice José Hernández al comienzo de El Gaucho Martín Fierro, cuando describe los preparativos del peón domador para montar un potro bravío. La inteligencia, la astucia como dice Martín Fierro, es lo que hace miles y miles de años marcó la diferencia entre el Ser Humano y los animales.

Es lo que explica cómo un ser físicamente débil si comparamos al humano con los seres de su mismo porte, ha llegado a imponerse sobre todos ellos, desplazándolos de vastos territorios. A lo largo de la Historia hay muchos ejemplos de gente astuta, como por ejemplo Ulises, el protagonista de La Odisea, poema del griego Homero. En ese clásico de la cultura europea, Homero relata las aventuras y desventuras de un rey guerrero que pasa años luchando lejos de su tierra y luego sorteando obstáculos para regresar a casa. Ulises vence gracias a su creatividad y astucia.

Los invadidos pueblos originarios americanos, inferiores en tecnología de guerra, cuando decidieron enfrentar a los europeos, debieron valerse del ingenio para no ser llevados por delante por los jinetes y arcabuceros españoles y portugueses. Martín Miguel de Güemes y sus gauchos son otra muestra de cómo con astucia y coraje, se puede vencer dificultades en apariencia insalvables, como lo era el combate contra ejércitos de línea numerosos, bien entrenados y bien equipados.

Con un puñado de gauchos más preparados para el trabajo que para la pelea, Güemes protagonizó una serie de escaramuzas sorpresivas contra los realistas, con lo que contuvo el avance español en el Norte de nuestro país hasta la llegada del Ejército del Norte. Martín Fierro, el protagonista de la obra cumbre de la literatura gauchesca, es un ejemplo de astucia cuando de resolver problemas se trata, aunque José Hernández hace notar más que nada la valentía del gaucho.

El tramo en que Fierro elogia la astucia del hombre es en la doma de caballos. En La Vuelta de Martín Fierro, un hijo del protagonista relata las diabluras y artimañas del Viejo Vizcacha, que viene a ser un antecesor de lo que décadas después sería llamada “viveza criolla”. Los recursos del paisano ante la vida y sus viscisitudes son numerosos. Cada uno pone su cuota de creatividad para resolver los más variados problemas, desde lo relacionado con su vida laboral hasta casos difíciles de creer por las rarezas que encierran en sí.

En la Leyenda del Cacuy, el protagonista obra con cruel astucia para engañar a su pérfida hermana y librarse de sus maldades. Fuera de lo mítico y legendario, en la vida cotidiana de la gente sachera hay momentos en que se ha de obrar con astucia y sin demoras. Contaba Don Sixto Palavecino que en su juventud, mientras estaba “meleando” vivió un episodio en el que su rápida reacción le salvó la vida: Estaba hachando el tronco de un enorme cardón para llegar hasta los codiciados panales de abejas, cuando percibió que sus hachazos habían debilitado tanto el soporte del gigantezco cactus que éste comenzaba a caer. Rápidamente, el joven Sixto pensó que si cedía al impulso de salir corriendo, la pesada arboladura lo alcanzaría en su caída, aplastándolo irremediablemente.

Relataba Don Sixto que en ese momento pensó que su única posibilidad estaba en quedar lo más cerca posible del tronco. Debemos recordar que el cardón es un cactus muy grande, con un único tronco del cual salen muchos brazos como si fuese un gran candelabro. El melero quichuista se arrojó al suelo en el ángulo que formaba el tronco del cardón con el suelo, lugar donde el tronco formó una “casita” protectora contra los gajos del cardón que caía con gran estrépito. Hay casos en que lo recomendable es no hacer nada.

Contaba Don Sixto que también durante esos años juveniles en los montes salavineros, en una ocasión había entrado en la espesura con un compañero a fin de “melear”(recolectar miel) y que para una mejor tarea, habían decidido separarse, hacer cada uno su recolección y luego llamarse mutuamente con gritos, como suele hacer la gente sachera (montaraz). Cuando el joven Sixto hubo terminado su recolección, soltó un grito en dirección hacia donde había partido su compañero de labor, recibiendo por respuesta otro grito desde la lejanía.

Don Sixto repitió el grito y volvió a escuchar la respuesta, pero a una distancia mucho menor, sorprendente para el tiempo transcurrido. Y emitido por una voz extraña, inhumana. Entonces decidió no repetir el llamado, mientras escuchaba cómo los reclamos retumbaban cada vez más cerca, aproximándose a una velocidad imposible para la densa espesura. Quieto y callado, escuchó al ckaparilu (gritón) pasar muy cerca y seguir de largo, repitiendo insistentemente el grito, como esperando respuesta. Nunca pudo saber concretamente qué o quién habría sido el que emitía los gritos. Su compañero de meleada manifestó no haber escuchado nada.

Al margen de las apariciones que pueden ocurrir en el monte, Don Sixto contaba que una de las diversiones varoniles de sus tiempos mozos era la “visteada”, consistente en simular una pelea a cuchillo. Generalmente se vistea usando palitos o un talero, pero también puede hacerse el juego con cuchillos de verdad.

Es una forma de prepararse para eventuales contiendas, en las que la picardía y velocidad hacen la diferencia entre la vida y la muerte, como en los relatos hernandianos. Una tarde en el pago de Barrancas, el adolescente Sixto Palavecino estaba en casa con un amigo, los dos solos. Para entretenerse, habían decidido vistear con cuchillos. El juego consistía en lanzar puntazos, hachazos y planazos, procurando vencer la astucia defensiva del otro, pero sin que nadie salga herido. En ese juego estaban cuando, enfervorizado el vecino, comenzó a lanzar golpes fuertes, con la evidente intención de lastimar.

Don Sixto esquivaba y paraba golpes en espera de que su oponente se tranquilizase, pero el mismo no paró hasta lograr abrir un gran tajo en el dorso de la mano derecha del amigo Sixto. Hecho esto, se fue poco menos que huyendo. Perdiendo gran cantidad de sangre, Don Sixto se sintió débil y con ganas de dormir, por lo que se acostó en un catre al lado de la casa, donde a los pocos minutos lo encontró un hermano, con un gran charco de sangre formado debajo del catre a causa de la hemorragia.

Este hermano lo llevó rápidamente hacia la casa de una persona experta en curaciones, lo que le salvó la vida. La rápida toma de decisiones y la velocidad para ejecutar lo resuelto, en muchos casos van marcando la vida del ser humano, especialmente en los que viven cerca de la Naturaleza, en esos montes lejanos de las cómodas ciudades.

El hombre muestra en la vida la astucia que Dios le dio, y ella ha de servirle para superar sus limitaciones físicas respecto a los predadores naturales que encuentre en su vida sachera.

Claro que esa astucia debería estar acompañada de la necesaria actitud reflexiva, lo que nos evitaría caer en los abusos destructivos del ambiente en el que vivimos y del cual dependemos.

17 de Noviembre de 2.015

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