“Yo, argentino”, es una expresión acuñada popularmente hace unos años, para sintetizar la intención de no tomar compromiso en cuanto a lo que se esté tratando. Quien decía: “Yo, argentino”, estaba diciendo que ni siquiera opinaría.
Por una parte, es interesante el hecho de que dos palabras sirvan para sintetizar toda una postura ante una situación e incluso ante la vida misma. Si quisiéramos expresar la idea con todas las palabras, deberíamos decir: “Yo soy argentino; por lo tanto, no quiero saber nada con esto”.
Hay muchos casos en que una frase breve nos da a entender toda una idea. En este caso, la síntesis es tal, que no hace falta usar el verbo para que se entienda que tenemos un “soy” implícito. Lo mismo pasa en algunos temas folclóricos, como por ejemplo en la chacarera Corazón Atamishqueño, de Leo Dan, la que dice: “Nocka, ckari, compañero” (Yo, hombre, compañero) y el “cani” (soy) queda implícito. Igual en la chacarera La Alabanza, que dice: “Nocka, Salavinamanta…” (Yo, de Salavina) por decir “Yo soy de Salavina” o “Yo soy salavinero”.
Por otra parte, dice el Yacháchej (El que enseña) cusqueño Jaime Salazar que el quechua hablante auténtico no dice “yo” en cada oración, pues el verbo en primera persona ya está indicando que se trata de ese Yo que para nosotros es Nocka. Es como si en castellano, en vez de decir por ejemplo: “Yo quiero viajar al Perú”, diríamos: “Quiero viajar al Perú”, dejando que el pronombre sea entendido por su relación con el verbo. Incluso al hablar en castellano, queda elegante no abundar con el pronombre yo.
La elegancia y el buen gusto, tanto para hablar como para distintas acciones humanas, en ciertos momentos históricos comenzaron a popularizarse, pero pronto aparecieron agentes de la mediocridad, haciendo volver a la mayoría hacia el redil de la grosería y el mal gusto. La búsqueda de la excelencia puede ser tildada de impopular, pero sería bueno que las grandes mayorías volviesen a la delicadeza y al sentido de la estética, como un modo de conferir dignidad a cada acto de nuestra vida en comunidad.
No se trata de procurar una vida acartonada y “aburrida”, sino de poner a nuestros actos, especialmente a nuestra palabra, la alegría de obrar bien y contribuir a la buena formación del prójimo. Podemos entrar y salir de las expresiones más populares como una forma simpática de expresarnos, como una diversión, incluso para remarcar rasgos identitarios del lugar al que pertenecemos. Siempre ha de sonar más simpático un modismo propio de nuestra región, que una copia del habla o costumbres de lugares ajenos.
El intercambio es enriquecedor, incluso para los idiomas y hablas regionales. Por ejemplo, la expresión “Yo, argentino” tuvo su origen en determinado lugar de nuestro extenso país y fue adoptada por la gran mayoría de nuestros compatriotas, como una forma irónica de mostrar poca voluntad de compromiso. Lo sintético de la frase, hace que la misma sea un valioso aporte al léxico popular, manteniendo el buen gusto del hablante.
Hay que ser conscientes de que el cometer verdaderos “crímenes idiomáticos” sólo por que “asi se dice” o “así se escribe ahora”, no solo es una muestra de falta de formación cultural, sino también un rasgo de sumisión ante designios de oscuros personajes que parecen usar al pueblo como objeto para experimentos.
“No te metás”, decían los porteños, con su extraña acentuación aguda. Como una respuesta, o reafirmación un poco más delicada, apareció la expresión “Yo, argentino”. Un siglo antes, José Hernández nos mostraba a un repulsivo y egoísta Viejo Vizcacha aconsejando a un hijo de Martín Fierro: “No te debes afligir, aunque el mundo se desplome”, como una muestra de que el individualismo y la falta de compromiso vienen haciendo estragos en la vida de la gente desde tiempos bien lejanos.
Seguramente habría sido muy distinta nuestra realidad si, por ejemplo, los próceres de la Patria hubiesen permanecido indiferentes ante los atropellos imperiales, si nuestros próceres provinciales hubiesen preferido seguir felices de la vida, viendo cómo nuestros recursos eran fagocitados por la metrópoli e intermediarios, sin hacer nada al respecto. ¿Y qué tal si nuestros progenitores hubiesen decidido seguir en pos de su felicidad individual, sin preocuparse por nosotros? Cada uno de nosotros debemos hacer algo para ayudar a sostener el mundo, y debemos obrar con premura cuando veamos que el mundo corre riesgo de desplomarse.
Hace poco, en una reunión de gente dedicada al quichua, un joven hablante que reside en zona quichuista, expresó su preocupación ante el retroceso del habla quichua. Dijo que eran muy pocos los hablantes jóvenes y escasos, casi nada, los niños que aprenden el quichua. En pocas palabras, el joven ha mostrado que esta parte del mundo quichua corre el riesgo de desplomarse, que ya lo está haciendo poco a poco con la natural muerte de los quichuistas más antiguos.
Lamentablemente, no necesitamos analizar los dichos del joven para saber que tiene razón. Sólo necesitamos mirar a nuestro alrededor y comprobar los grandes retrocesos del quichua luego de ciertos fallecimientos cercanos a nosotros, como ser: Felipe Corpos, el Profesor Domingo Bravo, Don Sixto Palavecino. Cada persona es irreemplazable, pero la falta de esa persona no debería ser motivo para el fuerte retroceso que se experimentó en cada uno de los tres casos mencionados. ¿Será que quienes debían asumir y multiplicar el legado de estos hombres dijeron interiormente: “Yo, argentino”?
Más allá de lo simpático, jocoso e irónico de la frase, cuando alguien diga “Yo, argentino”, deberían aparecer tres o más que digan: “Yo también soy argentino, pero me comprometo a continuar e incluso mejorar la lucha que se ha interrumpido”. Incluso, si el dicente es masculino, podría agregar: “Nocka ckari, compañero”. No es de hombres sacarle el cuerpo a la lucha si es por un motivo noble.
El quichua necesita y merece ser practicado, hablado e incentivado. No basta con declamar loas al quichua. Andando, esas loas pueden transformarse en epitafios si seguimos caídos en la falta de compromiso y el facilismo.
Ataricuish, levantémonos. Hay mucho por hacer, podemos hacerlo hablando y cantando, pero en quichua, para eso somos Argentinos.
06 de Octubre de 2.015.