“Aquí se come, no como en su casa”, dijo el criollo con un guiño cómplice. Se ufanaba ante su invitado, haciendo notar que su esposa era la mejor cocinera que había conocido y que su casa era pródiga con los visitantes. Este tipo de chanzas es común entre nuestros paisanos. En ocasiones, el visitante hace comentarios como: “Voy a comer poco, pues en mi casa ya como demasiado” o “Estoy comiendo mucho por que en mi casa es ésa la costumbre”. Todo ello forma parte de un intercambio de amables bromas, como un medio para no parar de sonreír en el encuentro entre afectos.
Muchas veces nos cuestionamos el por qué de las mesas pantagruélicas cuando de festejar algo se trata. Hay quienes afirman que para demostrar alegría no hace falta dar rienda suelta a la gula, sino que bastaría con una celebración consistente en palabras conversadas o cantadas. Algo de razón tienen, como cada opinante.
La mentalidad de nuestra gente criolla está muy relacionada con la prodigalidad. Hay entre ellos un desprecio embozado hacia quienes “no comen huevo por no tirar la cáscara”, que es una forma de definir al avaro, al micha (mezquino). Es posible que tal prodigalidad se relacione con el espíritu generoso que se despierta ante el caminante que viene andando por esos campos de Dios, presuntamente sin tener qué comer ni beber. La sufrida gente de la campaña, conocedora del hambre por épocas de sequías bravas, o por largas y azarosas jornadas hacia tierras lejanas en busca de trabajo, no pregunta si el viajero está bien provisto y directamente pone todo lo que tiene a disposición del andante. En ocasiones, es emocionante ver cómo una familia de muy pocos recursos se entrega totalmente hacia ese prójimo que está necesitando apoyo.
Quien por alguna razón anda por los caminos, tiene que haber notado que la gente del campo no queda indiferente ante el viajero que parece estar en problemas, sobre todo cuando percibe en ese pasajero una afinidad con su modo de ser. La familia que está firme en su casa ha de ofrecer lo mejor para el visitante, ya sea eventual o esperado. Así es como se ha de escuchar frases como: “Estos cubiertos y estos platos son para cuando venga gente”, o “Ésta es la silla especial para las visitas, por eso no la usamos nosotros”.
Nuestra gente gusta de las fiestas y las hace del modo que aprendió de sus antecesores. Cuando la gente criolla festeja algo, lo primero que hace es preparar la casa y todo lo que será servido en la mesa. Hay especial cuidado para no equivocarse en el cálculo de las cantidades. Ante la duda, es mejor que sobre mucho y no que falte aunque sea un poquito.
Para poder ser buen anfitrión, el deseable anfitrión pródigo, hay que prepararse bien. Hay fechas que forman parte del calendario familiar: Cumpleaños, aniversarios, fiestas religiosas y festejos tradicionales de la comunidad donde viven.
Hay gente que espera durante todo el año el cumpleaños de uno o más integrantes de la familia o, por ejemplo, las fiestas del Señor de los Milagros de Mailín, de la Virgen del Valle, aniversario de la fundación de la ciudad donde uno vive o que añora, como el cumpleaños de Santiago del Estero, o el aniversario de nacimiento de la Abuela Carabajal, o el 1 de Mayo con su clásico locro, o el 25 de Mayo, etc.
Los festejos oficiales responden a una programación y organización con una buena base logística. En forma paralela, o como consecuencia de las fiestas oficiales, se producen las fiestas familiares en las que son celebrados los reencuentros producidos por la llegada de los afectos que vienen desde lejos para asistir a las fiestas centrales.
Cuando una familia sabe que va a recibir visitas, comienza a seleccionar lo mejor de sí para agasajar a quienes llegarán. Es necesario preparar dónde los viajeros van a dormir y qué se van a servir. Lo importante es hacer que quienes llegan a la casa se sientan bien.
Cuando un santiagueño, o cualquier otro provinciano, emigra en busca de mejoras para sí mismo y familia, es muy posible que se encuentre con parientes o comprovincianos que ya se desarraigaron. Los ya emigrados, que ya tienen experiencia y generalmente una posición firme en el nuevo lugar de residencia, reciben a los recién llegados como quien está en su casa y recibe a viajeros necesitados de apoyo o, mas bien, como quien recibe una visita en día festivo. La casa se alegra con la llegada de los emigrados; hay que “ponerse al día” conversando sobre pequeñas cosas del pago querido, sobre los acontecimientos familiares o del barrio, intercambiando opiniones y experiencias sobre la vida en el lugar de origen y en la nueva ciudad.
Pasados un día o dos, es cuestión de que el residente guíe al inmigrante para buscar trabajo mientras continúa el período de adaptación a la nueva residencia. A partir de la palabra Migración, que define el desplazamiento de un ser vivo de una región hacia otra, tenemos las palabras Emigración para definir la salida desde un lugar hacia otro lejano, y la palabra Inmigración para la llegada o entrada de los migrantes en determinado lugar. Es emigrante quien se va e inmigrante quien llega.
Si los santiagueños nos observamos, veremos que la mayoría de nosotros sintió en algún momento la tristeza del desarraigo. En la mayoría de los casos, el santiagueño emigra en busca de mejores oportunidades laborales o para estudiar; hay quienes emigran de puro caminadores y aventureros, peo quien más, quien menos, alguna vez tomó distancia del terruño querido.
Hay lugares donde el motivo para emigrar es gravísimo, por grandes desastres naturales o desastres organizados por seres de nuestra especie. Cuando se desata una guerra, los primeros en caer son los soldados, pero si las acciones continúan, hay gran sufrimiento para toda la población, la que padece temor y desabastecimiento.
El fenómeno de la emigración a gran escala se está dando en la lejana Siria, por causa de una guerra civil. Una ciudad hermana de Santiago del Estero es Hamas, en el convulsionado país árabe. Gran parte de la población siria está emigrando y algunas familias vienen a nuestra tierra. Los nuevos pobladores de nuestra provincia, seguramente han de integrarse a las familias sirias residentes en nuestro medio desde hace varias décadas.
Así como los anteriores inmigrantes sirios y libaneses se han integrado a nuestra provincia, acriollándose a partir de la segunda o tercera generación, es de esperarse que los nuevos vecinos se integren pronto a nuestro modo de ser.
Parte de ese nuestro modo de ser, compartido por los descendientes de árabes, es la hospitalidad para quien llega.
Ya sin broma, aunque manteniendo el buen humor que ayuda a distender las relaciones humanas, podemos decir a quien llega, como canta Juan Carlos Carabajal: “Abre la puerta y entra a mi hogar, amigo mío, que hay un lugar”.
08 de Septiembre de 2.015.