En la escuela nos enseñaron sobre las invasiones inglesas al Río de la Plata, las que tenían como objetivo ocupar la ciudad de Buenos Aires, para desde ahí dominar todo el virreinato. Estas invasiones eran parte de las accciones británicas para erigirse como principal potencia mundial.
La supremacía militar en los mares había quedado en manos de los ingleses poco antes, al derrotar a las fuerzas conjuntas de navíos franceses y españoles. Europa estaba dominada por Napoleón Bonaparte y América del Sur pareció a los ingleses una excelente porción de mundo para explotar. Después de todo, el cambio de amo vendría como un hecho positivo por ofrecer libertad de comercio. Las colonias serían libres para comerciar con quienes detentaban un poder casi absoluto en la navegación marítima.
Más de cuarenta años antes, Inglaterra había intentado invadir el Río de la Plata en forma conjunta con Portugal; el plan era que Buenos Aires sería para los ingleses y Uruguay para los portugueses. Aquel intento fracasó y, en Junio de 1.806, los británicos volvían a invadirnos.
Por diversos motivos, entre la población de Buenos Aires había simpatizantes de los ingleses, especialmente algunos comerciantes. Luego de unos disparos de cañón hacia las fortificaciones, los ingleses desembarcaron. Las autoridades coloniales parecían no haberse enterado de lo que estaba pasando. En la primera invasión a Buenos Aires, el Virrey español se ocupó de su seguridad personal, de la de sus cercanos y especialmente del dinero recaudado que debía enviar a España.
Los ingleses se instalaron en la ciudad y gozaron de los favores de una parte de la población, mientras en forma oculta, criollos y algunos españoles se organizaban para la reconquista.
La derrota y expulsión de los ingleses fue parte del nacimiento de la rebeldía de una parte importante de la población criolla, que decidió el reemplazo del Virrey, formó cuerpos de milicia que elegían a sus jefes, y otros actos que demostraron la capacidad del pueblo para manejar sus destinos. Mientras tanto, un gran botín había sido remitido por los británicos a Londres.
Los ingleses continuaron merodeando las aguas rioplatenses, a la espera de refuerzos, luego atacaron la costa oriental del Río de la Plata, ocupando Montevideo y Colonia. A fines de Junio de 1.807, nuevamente una fuerza militar británica desembarcó y en los primeros días de Julio entró en Buenos Aires, pero no fue recibida como sus jefes lo esperaban. Los criollos estaban preparados y los invasores fueron hostilizados por todos los medios posibles en una inesperada lucha urbana, lo que forzó la rendición británica.
Nos han enseñado que la revolución de Mayo de 1.810 es una de las consecuencias del rechazo a las invasiones inglesas. Es verdad, pero no estaría de más agregar que Inglaterra decidió que volvería a desembarcar tropas en Buenos Aires, lo que debía ocurrir en Junio de 1.808. Sería una acción militar simultánea en el Río de la Plata, en Venezuela y en México, para expulsar a los colonialistas españoles, “liberar” a los criollos y hacer que los mismos pasen a tener sus propios gobiernos monárquicos. El monopolio comercial pasaría a manos de los libertadores británicos. Ese plan no llegó a concretarse, al menos no de esa manera.
Cuando los criollos decidieron luchar contra los realistas españoles, Inglaterra encontró la vía de entrada para sus productos industriales en estos vastos territorios y, cuando alguien se ocupó más del desarrollo propio que de las migajas que le daría Gran Bretaña, promovió una Triple Alianza que arrasaría con el país rebelde. Cuando el Comandante Político y Militar de las Islas Malvinas impidió los abusos de loberos y balleneros, destruyó las instalaciones argentinas en las islas y las invadió, contando para ello con la ayuda de los anglosajones de América del Norte.
La presencia inglesa se mantuvo en nuestra región con altibajos. De un modo u otro, los países sudamericanos tributamos permanentemente a los anglosajones. En la época de la recuperación de las Islas Malvinas por nuestro país y durante un corto tiempo, casi nos disociamos totalmente de los ingleses, para luego volver a tributar cada vez más alegremente.
El inglés ha cañoneado sistemáticamente el sentimiento criollo durante décadas y décadas. Ha desembarcado en Buenos Aires con empresas recaudadoras y ocupa fuertes medios de difusión, los que a su vez influyen en la porción culturalmente más vulnerable de nuestra población nacional.
Los disparos contra los invasores son escasos, aislados, y rápidamente repelidos por los simpatizantes locales, siempre ávidos de ser liberados de su condición de criollos por nuevos amos ante quienes inclinarse.
La invasión ha sido profunda, llegando a cada hogar, a las preferencias consumistas, al habla cotidiana incluso de muchas personas que se declaran folcloristas. En el folclore, también hay indumentaria e instrumentos que tributan para las arcas anglosajonas. Es una situación parecida a la de Junio de 1.806, con el faltante de los rebeldes numerosos y dispuestos a luchar por la reconquista de lo nuestro.
Hay quienes procuran nuestro alejamiento de los invasores, pero son “los malos de la película”, por no decir “los indios de la película”.
Hoy en día y desde hace unos cuantos años, vemos cómo desembarca el inglés en todo nuestro territorio, invadiendo casas y corazones. Algunos nos preocupamos, otros nos alegramos y la gran mayoría permanecemos impávidos, como si no nos diésemos cuenta. Cada vez es más difícil entender el habla de nuestros paisanos.
El argumento más utilizado para combatir el habla quichua ha sido (y sigue siendo) que los hablantes no se expresarían bien en castellano, pero nadie dijo ni dice lo mismo respecto al inglés.
Es sabido que el aprender algo nuevo no nos obliga a olvidar lo anterior. El saber hablar dos o más idiomas no convierte a nadie en bruto o semi mudo, sino todo lo contrario. Lo malo es que, mientras despreciamos al quichuista y su idioma, abrimos de par en par las puertas para el invasor que viene a robarnos mediante engaños. Uno de esos engaños consiste en hacernos creer que, cuanto peor hablemos el castellano y más despreciemos los idiomas originarios, más “divertidos” y “modernos” seremos.
30 de Junio de 2.015.