“Siempre que llovió, paró”, solía decir un cómico en la televisión de Buenos Aires. El comentario irónico, afirmando algo que todos sabemos, contenía en el fondo una esperanza. Se parece a la afirmación: “También esto pasará”, aunque esta última es más amplia, pues nos llama a la esperanza en las penurias y a la cautela en la bonanza.
Después de un caluroso final de Primavera, el cambio de tiempo llegó a Santiago del Estero junto con el Verano. Era Sábado por la tarde cuando los nubarrones oscuros y el viento han llegado desde el Sur. Poco después, la lluvia, por momentos de gran intensidad. Enseguida algunos grupos de amigos han comenzado a comunicarse entre ellos para desarmar reuniones programadas, por la incomodidad de la lluvia y el temor a los apagones eléctricos. Casi todos los lugares cerrados continuaron con su plan de reuniones festivas, las que abundan cerca de fin de año.
El Domingo 21, primer día del Verano, amaneció fresco, nublado y sin lluvia. Poco a poco, el cielo fue librándose de las nubes para dar paso al Sol, que pugnaba por echar refulgentes miradas hacia los montes, campos y poblados santiagueños. Quienes debían hacer actividades al aire libre en ese Domingo suspiraban aliviados. No era muy animador un Domingo sin Alero Quichua por radio y sin la presencia de Inti por los cielos.
En la vida personal de cada uno, suelen presentarse tiempos áridos, o tiempos tormentosos, o tiempos de gran calma y equilibrio. Tenemos que aprovechar cada momento. Si hay un tiempo para la sequía y un tiempo para la lluvia, discretamente debemos prepararnos durante la sequía para la futura abundancia de agua, así podremos juntar reservas durante la lluvia, para no padecer durante la escasez.
Dicen los estudiosos que los Incas eran expertos en previsión, para evitar carencias en cualquier lugar del extenso Tahuantinsuyu. Si hace siglos ya había quien sabía prevenir, en nuestra época deberíamos estar más avanzados en cuanto a no ser sorprendidos por los cambios de tiempo en la vida.
Huackáychay, el verbo Guardar era parte de la vida productiva de los pobladores de las Cuatro Regiones gobernadas por el Inca. Nuestros paisanos guardan granos en las pirhuas, depósitos especiales construídos con troncos y sunchos o ramas delgadas. En la pirhua o troja, los choclos, las vainas de algarroba y otros productos secos están protegidos contra las plagas y los animales domésticos, a los que se les provee poco a poco durante todo el año.
En cuanto a la lengua quichua, estamos en un período de bonanza, en el que el idioma de nuestros mayores está siendo cada vez más aceptado en los distintos niveles educativos. Es tiempo de hacer previsiones para posibles tiempos tormentosos, en los que podrían atacar el desinterés, la constante invasión lingüística ajena y la escasez de hablantes naturales del quichua.
Es hora de tomar una actitud positiva y adulta respecto al quichua; tenemos que parar de lamentarnos por que hace décadas haya sido prohibido, dejar de acercarnos a los extraños modos de hablar de los falsos ídolos de la televisión y las músicas de moda; tenemos que, definitivamente, ponernos a aprender, ejercer y enseñar el quichua que decimos amar. Alejar la posibilidad de que en algún momento quede solamente "el último quichuista", sería un verdadero acto de amor hacia el idioma y hacia nuestros antecesores.
Por el momento, la situación del quichua no es mala. Su presencia en la poesía, el canto, la literatura, las emisoras de radio, escuelas específicas y universidades, nos hace pensar con optimismo. El silencio de una gran mayoría de los que saben hablar quichua y la poca transmisión hacia sus descendientes, nos resulta preocupante. En algún momento, esta situación del quichua de Santiago del Estero va a cambiar, va a pasar. Esperemos que el cambio sea para bien.
Los hablantes naturales del quichua son portadores de un tesoro invalorable, el que se multiplica cuando es compartido. Lamentablemente, algunos (o muchos) de los hablantes se niegan a compartir su conocimiento, condenando así su idioma ancestral a la muerte, como si no respetasen lo recibido de sus mayores. Tal actitud suele justificarse en antiguas prohibiciones y actuales frivolidades. Una persona adulta y en sus cabales no se deja amedrentar por el pasado ni se deja influir por la propaganda del invasor.
Debemos dedicarnos cada vez más a practicar la lengua quichua hablando, recitando, cantando, difundiendo e inculcando la importancia de mantener vivo el idioma.
En cuanto a clima, no debemos preocuparnos por las naturales lluvias que llegan cada tanto, especialmente después de días de mucho calor. Todo eso es parte de nuestra vida. Deberíamos preocuparnos si de pronto se hace realidad en nuestro pago la nevada de Diciembre que tanto nos gusta ver en televisión, en los árboles navideños y en los pesebres. No vaya a ser que un día, por descuido nuestro, nos encontremos con que la lluvia extranjerizante acabó por inundarnos en un diluvio imparable, o el Invierno nórdico congeló nuestra personalidad.
Cuidemos nuestro modo de ser, del cual el quichua es parte muy importante. Como dice nuestra gente criolla y creyente: ¡Feliz Navidad!
23 de Diciembre de 2.014.