Por Crístian Ramón Verduc
28/10/2014
Lindos son en mi pago esos patios de tierra...

“Lindos son en mi pago esos patios de tierra.” El poeta santiagueño Pablo Raúl Trullenque, en su Chacarera del Patio (música de Carlos Carabajal) nos describe, con su particular estilo, las vivencias que se dan en un patio de tierra, el que podría formar parte de una casa en el campo, en un pueblo chico e incluso en un barrio de una ciudad, con la aclaración de que son patios de Santiago del Estero. 

El gran poeta dice que el patio puede estar pintado por el Sol o por la Luna, bajo un techo de estrellas. Dice que el patio es un lugar donde se desarrollan ciertas tareas y se comparte la mesa, lo que suele darse cuando las condiciones climáticas lo permiten. Es un lugar de juegos para los niños y para los adultos carnavaleros, evocando los tiempos en que las familias se reunían en la casa de alguien para celebrar el Carnaval. El patio puede ser demasiado cálido a la hora de la siesta, por eso es mejor descansar en una habitación a esas horas. 

Claro que si el patio tiene un buen árbol, puede ser el lugar fresco donde hacer algo en las horas de calor, o poner un catre para dormir una siesta, la que nos permite tener dos despertares en un mismo día, con energías renovadas. 

Hay un algo de mágico al compartir una conversación o una guitarreada nocturna en un patio iluminado por los astros. Es la oportunidad para enseñar a los menores sobre la Luna, las estrellas y las nubes. En esa oscuridad que no es total, desde un patio familiar se pueden observar “estrellas fugaces”, aviones y una que otra luz extraña que transita el cielo, ese cielo que por momentos parece lejano y en ocasiones queda al alcance de la mano. 

Si estamos en el campo, desde el patio podremos escuchar distintas voces de aves nocturnas y de algunos mamíferos también, como el zorro que puede gritar si ha sido sorprendido en alguna de sus correrías. Mirando hacia el campo, desde el patio se pueden ver las luces de tucu tucus y luciérnagas; a veces se ven los ojos de los ñan árcaj (ataja caminos) que hacen sus vuelos breves para capturar bichitos. Los patios campesinos permiten escuchar lo que ocurre a lo lejos. No faltan las noches en que se escucha un dúo vidalero, un musiquero practicando u otras manifestaciones destinadas a acariciar las almas. En esta época del año podemos escuchar al crespín con su insistente llamado. 

Para nuestro Alero Quichua son muy importantes los patios. Ha sido en patios de tierra donde muchas ideas han tomado forma y donde se han afianzado amistades. El patio de la casa de Don José Marcelino Ruiz ha sido cobijador de muchas reuniones festivas y de conversación, a la sombra de un gran algarrobo, a la vera de la calle que Don Ruiz consiguió que se llamase Quichua durante unos años. El patio de Doña Michi Sosa ha marcado una época memorable, cuando lo habitual era ir debajo del algarrobo de “La Michi” a la salida de la radio, para compartir la mesa, la conversación, la música, el canto y la amistad hasta entrada la noche. 

En la casa de Don Ernesto Suárez, llamado Shaticu por Don Sixto, el patio no es de tierra y no tiene un árbol, por lo que las reuniones se hacían de noche. A falta de árbol, nos cubríamos de música y amistad. Donde hemos vivido también lindas jornadas en patio de tierra ha sido en casa de Don Teodoro Villavicencio, cerca de Árraga, unos 30 Km al Sur de la ciudad de Santiago. El grupo del Alero solía quedarse toda la tarde, pero quienes han pernoctado en ese patio han podido escuchar lejanos cantos, un poco sorprendidos por que los dueños de casa solían identificar fácilmente las voces de los cantores aunque estuviesen a un kilómetro o más de distancia. Don “Teo Villa” gustaba de conversar en quichua con la gente del Alero, contar anécdotas jocosas y brindarse generoso a las visitas. 

El patio de la casa de Don Sixto Palavecino tiene su algarrobo, y césped cubriendo la tierra. El patio de Don Sixto ha sido lugar de reuniones guitarreras y de largas conversaciones con gente del Alero Quichua y de distintos lugares del país e incluso del extranjero. El patio de Rubén Palavecino también ha sido lugar de encuentro para el Alero Quichua y donde llegan visitas ansiosas por hablar en quichua o del quichua. 

El patio de Doña Ilda Juárez de Paz también ha sido lugar de reuniones del Alero, debajo de un gran algarrobo añoso que fue derribado por un vendaval hace pocos años. Por ese patio pasaron padres y alumnos de escuelas de zona quichuista, donde Sipas Ilda enseñó y aprendió de las comunidades bilingües. 

En Villa Atamishqui, la última casa yendo hacia Yacu Chiri solía ser la de El pidio Herrera. Debajo de los ancoches del amplio patio de tierra de Elpidio, los que venían del Este dejaban sus bicicletas, ropa propia adecuada para la travesía y otros elementos, para encarar caminando y con otro aspecto, hacia el centro del pueblo. Daba la impresión de que cada uno tenía su propia horqueta en los ancoches para dejar su “envueltito”. Villa Atamishqui ha crecido bastante, así que la casa de Elpidio ya no es la primera viniendo desde el Este, pero el hábito de dejar las bicicletas y prendas a buen resguardo en casa del genial músico, continúa firme. 

No es difícil imaginar las juntadas guitarreras que pueden armarse con las visitas que llegan a ese patio durante todo el año y desde los más diversos lugares. También están las reuniones tranquilas entre la familia nomás, o los diálogos de Elpidio con amigos deseosos de conversar de algo concreto y a veces por conversar nomás, muchas veces a la luz de las estrellas. Una vez al año el gran patio se llena de gente que acude a la fiesta de Las Sachaguitarras Atamishqueñas, la que ocurre un fin de semana del mes de Julio, con la presentación de artistas folclóricos de todas las provincias y de distintos niveles en cuanto a éxito. 

Doña Dolores Sayago solía recibir visitas cancioneras en su patio bandeño; entre ellas, la de la gente de su querido Alero Quichua Santiagueño. Desde hace unos días, Doña Dolores ya no está; un par de semanas después de cumplir 103 años de edad, se nos fue de este mundo. 

El patio de la escuela, con sus juegos de recreos y sus actos por fiestas patrias, es un recuerdo imborrable para los adultos. En las aulas hemos obtenido conocimientos específicos, mientras que en el patio hemos aprendido a compartir juegos y amistad desde los primeros años de nuestra vida. 

Los patios son valiosos, son el lugar de conversaciones, de mateadas, de guitarreadas y de juegos infantiles. La gente que vive en edificios altos, en las ciudades, puede reemplazar al patio pueblerino con la sala del departamento, o con una plaza o parque donde compartir las vivencias que se dan en la vida sencilla del campo, de pueblos chicos y de barrios con casas mas o menos amplias. 

El patio en sí es una escuela donde los chicos deben compartir juegos, mientras los adultos comparten un diálogo mateado como quien mirar esas huahuitas, las que a su vez observan “a los grandes” para luego imitar sus acciones y gestos. 

En el gran patio de la vida estamos expuestos y somos guía de los que vienen marchando detrás de nosotros; por eso es que no debemos desviarnos del buen rumbo, pues nuestros desvíos pueden traer malas consecuencias en el futuro andar de nuestros seres queridos. 

La vida es un patio donde vamos a compartir juegos, cantares, tareas, dichas y desdichas, con el Sol, la Luna y las estrellas como testigos. 

28 de Octubre de 2.014.

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