“Comprender que el horizonte es el patio de mi casa. Que el cielo baja tan puro como una madre y me abraza, cuando el Sol sangra al poniente cual arco iris en llamas.” 

La chacarera doble Me Estoy Volviendo a Santiago, de Alfredo Toledo y Leocadio Torres, saca una sonrisa de ojos inundados en el santiagueño emigrado que está volviendo. La vigorosa melodía de Don Leocadio del Carmen ensambla justo con la nostalgiosa y poética letra de “Alito” Toledo. El santiagueño que vuelve aunque sea por unos días, durante el viaje escucha música del pago querido y, si no tiene qué escuchar, viene cantando mentalmente. Es posible que el volvedor esté sintiendo algo por haber salido de su residencia adoptiva, pero por otra parte hay una euforia interior que hace cantar el alma. 

“El avión es cosa buena cuando se anda con apuro” dicen Los Hermanos Ábalos en su chacarera Casas más, casas menos. Con la proliferación de aviones de pasajeros y compañías aéreas en el mundo, cada vez hay una cantidad mayor de viajeros que optan por ir volando a su destino. Un viaje en avión desde Buenos Aires a Santiago alcanza para cantar mentalmente el contenido de tres, o a lo sumo cuatro discos “de los de antes”. 

Traducido en tiempo, poco más que una hora. Es impensable venir a Santiago en avión desde otros lugares del país sin pasar por Buenos Aires; por eso tomamos como referencia la gran ciudad rioplatense. 

Si uno viaja en tren, incluso puede sacar una guitarra y compartir el canto con otros pasajeros durante horas, si nadie se molesta. Este otro medio de transporte nos conecta con Buenos Aires, Rosario y algunas estaciones intermedias. También podemos usar el tren para ir a Tucumán, o volver, pero es “ahicito” nomás. 

El ómnibus llega a Santiago desde todos los puntos cardinales trayendo visitantes, pasajeros hacia otros lugares o volvedores. Desde el Norte, el viajero habrá salido desde Bolivia o desde las provincias que están en el camino hacia Santiago: Jujuy con sus montañas coloridas y llanuras donde se alternan montes y sembrados; Salta con más llanos y cerros; Tucumán con sus extensos cañaverales. Antes de llegar a la ciudad de San Miguel de Tucumán, uno ha pasado por serranías arboladas y habrá podido avistar grandes plantaciones de limón cerca de Tafí Viejo. Pasando la ciudad hay muchos cañaverales; la cercanía de Las Termas de Río Hondo nos produce la alegría de estar entrando a nuestra provincia. Después de la ciudad termal, una ruta recta pero ondulada nos lleva hacia la Madre de Ciudades. 

También desde el Norte, límite con las provincias de Salta y del Chaco, se entra por el Parque Nacional Copo, para viajar hacia La Banda pasando por lugares que nos recuerdan a los hacheros y los grandes desmontes: Monte Quemado, Donadeu, Agustina Libarona, Tintina, Campo Gallo... Cruzaremos el Río Salado en El 30, en plena zona quichuista, pasando por Caspi Corral, para llegar a una zona agrícola del departamento Banda alimentada por canales de riego. 

Por el Sur, uno puede estar llegando desde la Patagonia o desde Cuyo, pero pasando por la provincia de Córdoba. En algún momento, por el Norte de esa provincia encontrará carteles que indican la cercanía de lugares cantados por Atahualpa Yupanqui en su Chacarera de las Piedras: Caminiaga, el Churqui, Rayo Cortado… en Santa Elena está la ruta de entrada hacia el Cerro Colorado, donde está la casa museo de Atahualpa, al pie de hermosos cerros y al lado de un río pedregoso. 

Pero el objetivo es llegar a Santiago, volver a Santiago desde el Sur, así que el ómnibus no gira a la izquierda en Santa Elena, sino que sigue hacia el Norte por la Ruta Nacional número 9. Faltando pocos kilómetros para el límite con nuestra provincia, entramos en una serranía de poca altura y, una vez dentro del mapa santiagueño, falta poco para llegar en Ojo de Agua, ciudad cercana a las serranías y muy bonita. De Ojo de Agua a la derecha, se puede ir a Sumampa y otros lugares típicos, incluso a Villa Salavina. Pocos kilómetros más hacia Santiago hay otra entrada hacia Salavina, en El Jume. Dejando atrás las serranías de Ojo de Agua, bajamos a las planicies características de nuestra provincia y a poco de recorrer encontramos un amplio salitral a los dos lados del río Saladillo. Ese gran salitral era conocido como Las Salinas hace décadas. Esa zona aún conserva en parte el nombre, pero la vegetación poco molestada ha ido avanzando sobre el desierto blanco. Mientras ya se respira quichua en el ambiente, pasaremos por donde nace la ruta hacia Atamishqui, para pocos kilómetros más adelante encontrarnos con la Villa Loreto. Cincuenta kilómetros de campos sembrados, alternados con montes, y llegaremos a la ciudad de Santiago. 

Por el Oeste, podemos llegar desde el Sudoeste, si venimos de Catamarca, La Rioja o del Noroeste cordobés. Pasaremos por la hermosa ciudad de Frías, por Estación Laprida, llegaremos a Loreto y luego a Santiago. Del Oeste mismo, desde Catamarca, entraremos a territorio santiagueño por Lavalle, para iniciar un suave ascenso hasta las Sierras de Guasayán, donde subiremos y bajaremos por camino sinuoso hasta una pendiente que nos mostrará lindos lugares típicos de la provincia como Santa Catalina, San Lorenzo, Pampa Múyoj, hasta entrar en Santiago por un costado del Barrio Autonomía. 

La entrada del Sur Este es paralela a la línea del ferrocarril que viene desde Buenos Aires y Rosario. Pasaremos cerca de las lagunas cercanas a la gran laguna de Mar Chiquita, lo cual puede percibirse por las banquinas de la ruta generalmente inundadas. Alternando con los montes y campos sembrados, veremos pueblos y ciudades que crecieron junto a la línea férrea, como Selva, Malbrán, Pinto, Real Sayana, Colonia Dora, Icaño, Herrera, Lugones, Garza, Taboada. 

Si llegamos desde el Este, es muy posible que estemos viniendo desde la provincia del Chaco y quizá desde más lejos (Formosa, Paraguay, Corrientes, Misiones, Brasil). Quimilí es la ciudad que está creciendo a paso firme en esa región cercana al límite con la provincia del Chaco y Noroeste de la provincia de Santa Fe. 

Una vez que el ómnibus ha pasado la ciudad chaqueña de Gancedo, el corazón se dispara ante el inminente paso por el límite interprovincial, para entrar en Santiago por Lote 2. La Paloma, Roversi, los montes alternados con grandes campos, nos anuncian la cercanía de Quimilí. Cantando chacareras, gatos, vidalas y zambas, la mente del santiagueño se emociona en los cien kilómetros hasta Suncho Corral. Se ven grandes campos que parecen mares con pequeñas islas de árboles, como si el antiguo monte santiagueño hubiese sido hundido a hachazos y arremetidas de topadoras. Están prácticamente desaparecidos los montes de quebracho, algarrobo y otras especies donde vivían el oso melero, el hurón, el oso hormiguero, el puma, el tatú carreta y otros vistosos habitantes de esas inmensides. 

Al cruzar por sobre el angosto y profundo Río Salado, una vez pasado Suncho Corral, quedan pocos kilómetros para llegar a la Ruta 34. Desde Estación Taboada, es sólo enjugar cada tanto los ojos humedecidos para llegar al pago querido, pasando por Fernández, Forres, Beltrán y Vilmer. 

Ahí está ese Santiago tan nombrado y tan añorado. El santiagueño emigrante volvió. Está nuevamente en su hogar. Ahora es tiempo de honrar a su terruño desde la propia casa, procurando apuntalar el alero que quiere extenderse hacia el horizonte, un horizonte bilingüe santiagueño, de gente solidaria y amable. 

El viajero recién llegado, va mirando todo ansiosamente mientras el colectivo entra en la terminal y, en un suspiro, exclama: “Mi pena ya no es más pena… ¡Me estoy volviendo a Santiago!” 

14 de Octubre de 2.014.