“¡Qué macana! Está lloviendo, justo cuando quiero ir a la cancha…” Cuando llueve, para unos es cosa buena y para otros no.
Plantas, pájaros y otros habitantes del monte se alegran; también se alegra el paisano que depende del agua del cielo para llenar la represa, para que el terreno quede apto para la siembra o para que se nutran los sembrados. Otras personas, especialmente las de los poblados, se incomodan con la lluvia, por las dificultades que la misma acarrea en los centros urbanos. Muchas de esas dificultades se atenuarían si los pobladores tuviesen cuidado y fuesen solidarios.
En el Sur de nuestro país y en algunas zonas montañosas, se dieron ya algunas nevadas. En los lugares turísticos, la nieve es esperada como un regalo del cielo, mientras que en otras regiones es considerada un problema.
Es decir que, al igual que muchas cosas de la vida, las precipitaciones son recibidas con beneplácito en algunos casos y con cierta molestia en otros.
Dejando de lado la aceptación o no de las lluvias y nevadas, volvamos a la expresión inicial: “¡Qué macana!” Así se dice popularmente en gran parte de nuestro país como una muestra de desagrado y también como un lamento resignado. También suele decirse que alguien es macaneador o macanero por decir que es un engañador, que es poco confiable, capaz de salir con algún “macanazo” cuando uno menos lo espera. En ciertas zonas hay otros sentidos para la palabra macana y el verbo macanear.
En nuestros pagos bilingües, especialmente en la campaña, suele decirse macana a un garrote y macanazo al golpe propinado con un palo. Estas palabras tiene origen quichua. Máckay es el verbo quichua para la acción de golpear. Mackanácuy es pelear a golpes, indicando en este caso el infijo nacu una reciprocidad en la acción. El sufijo y, transforma a la palabra en un verbo en infinitivo, o imperativo, o sustantivo, según el contexto en que se usa. En este caso, está en infinitivo (mackanácuy = pelear, golpearse mutuamente).
La letra j al final de un verbo, transforma a éste en un participio activo. Los verbos irregulares, los terminados en i o en u, cambian esa letra anterior a la j, quedando por ejemplo: Mícuy (comer) mícoj (el que come, el comensal); ‘riy (ir) ‘rej (el que va); ‘rantiy (comprar) ‘rántej (el que compra, el comprador). Macanácuy (golpearse mutuamente) macanácoj (los que se pelean a golpes).
Una antigua coplita quichua dice: “Ckaran puca nisa cara:/ Nocka ‘rini casarácoj./ Hualu saltas nisa cara:/ Nocka ‘rini mackanácoj”. (La iguana había dicho:/ Yo me voy a casar./ Saltando la tortuga había dicho:/ Yo voy a pelear”.
Si en vez de agregarle nacu al verbo, le agregamos el sufijo na, formaremos un sustantivo que puede indicar: Lugar donde se hace lo que indica el verbo, o instrumento para hacerlo. En los nombres de algunos lugares de nuestra provincia hay ejemplos: Ckolla Huañuna (Donde murió el colla), Machajhuay Huanchina (Donde Mataron la Víbora), Horckos Tucucuna (Donde Terminan los Cerros). También hay en el habla quichua de Santiago ejemplos del otro uso del sufijo na: Cutana (instrumento para moler), tajhuena (instrumento para mezclar o mecer), pushcana (instrumento para hilar a mano, huso de hilar), mackana (instrumento para golpear).
La palabra mackana, que designa un elemento útil para golpear, se ha castellanizado como Macana. Con el tiempo, el uso de esta palabra en las ciudades fue otorgándole otros significados. El que quedó firme y utilizado en gran parte del país es el de una cosa grotesca, bruta, torpe, que golpea, absurdo. Por otra parte, para el paisano quichuista o conocedor del habla criolla, macana o mackana es un palo para golpear.
Recordemos que un ciudadano lamentaba que estuviese lloviendo, justo cuando estaba por ir a la cancha. En nuestro país, cuando decimos “cancha” estamos refiriéndonos a un campo de juego, que generalmente es de futbol, aunque también puede ser para otros deportes. También se llama cancha al lugar donde los albañiles preparan la mezcla de materiales que han de unir ladrillos, o al espacio ocupado por la madera que luego irá a los hornos carboneros o a los aserraderos. Cuando se dice “cancha”, se está hablando de un lugar raso y libre de árboles u otros obstáculos.
En quichua, cancha se entiende por claro, por eso decimos “cancha cancha” al amanecer, por que se viene la claridad del día; decimos “cánchaj” a lo que genera luz. La cancha donde se juega a la pelota o a la taba, es un claro en el bosque o entre el caserío. Popularmente, se ha dado en llamar cancha al campo de juego e incluso a todo el estadio para la práctica de un deporte; por eso es que en nuestro pago suelen decir, con cierta picardía: “La cancha i’ Mitre”, por ejemplo. En este caso, se refieren a las instalaciones del Club Atlético Mitre, donde la principal atracción es un campo de juego de fútbol.
Por una adaptación “pueblera”, se dice “canchero” a quien se muestra experto, confiado, seguro de sí mismo. Sabiendo o sin saber, estamos llamando “canchero” a alquien considerado de muchas luces, de visión clara.
El encuentro de los pueblos, cada uno con su propio idioma, suele dar como resultado un enriquecimiento del habla, con la incorporación de vocablos que designan objetos hasta entonces desconocidos por uno de ellos. Después de su desembarco en nuestro continente, el castellano acrecentó palabras americanas que nombran animales, objetos y dignidades que los europeos no conocían, como por ejemplo: Tapir, quirquincho, canoa, quipu, pucho, Inca, Cacique y mucho más.
Por otra parte, los hablantes americanos acrecentaron palabras europeas a su idioma, dando como resultado algunas palabras híbridas, con base de un idioma y complementada con el otro.
Un elemento importante para la dominación de un pueblo por parte de otro es la imposición del idioma, con el consecuente retroceso de la lengua dominada. Esto ya ocurrió reiteradas veces a lo largo de la Historia de la Humanidad. Un caso patente es el de nuestro continente, donde en la mayoría de los países el idioma europeo desplazó al habla originaria del lugar invadido, con honrosas excepciones donde el pueblo se tornó bilingüe.
Santiago del Estero, aún se debate entre la conservación de la lengua quichua y las tentaciones del modernismo. Nuestra provincia es criolla y bilingüe; nuestro quichua está parcialmente castellanizado; deberíamos seguir cultivándolo para no castellanizarlo más y, sin causar rechazos, reincorporar poco a poco vocablos originarios que fueran dejados de lado.
En cuanto al castellano, es el idioma con que nos comunicamos entre todas las provincias, con los países hermanos y con todo el mundo. Tanto el quichua como el castellano son lenguas vivas; mantengámoslas vivas aprendiendo el correcto uso de ambas, evitando la sustitución innecesaria de vocablos y alentando el enriquecimiento del léxico.
Estamos usando lenguas vivas; no caigamos en la tentación de matarlas.
24 de Junio de 2.014.