“Todo será distinto, cuando no esté el abuelo. Se escucharán gastadas palabras de consuelo…” En su breve poema Cuando no Esté el Abuelo, Don Lorenzo Gutiérrez nos deja reflexiones referidas a las personas mayores de cada familia.
De poco y nada sirve no asumir la ancianidad cuando ella llega, pues negar la realidad es un modo de afear lo que cada circunstancia y cada momento de la vida tiene de lindo. Cuando los años “pasan y pesan” uno debe ir adaptándose a la cambiante realidad. La familia toda debe adaptarse, y en general lo hace por que se trata de cambios paulatinos. Mientras los niños crecen, los jóvenes ganan en experiencia y los adultos caminan hacia la vejez.
Lo habitual es que las personas entradas en años, tengan hijos, nietos y, sobre todo, un bagaje de experiencias de vida que le habrán otorgado cierta calma y buen criterio a la hora de tomar decisiones. Los pequeños de la casa e incluso los vecinos, al anciano llamarán Abuelo, incluso si no lo es. El ser llamado Abuelo por los chicos, no deja de ser agradable a los oídos y acariciador del corazón, pues los niños suelen sentir especial afecto por sus abuelos.
En otros idiomas, en vez de la palabra Abuelo y Abuela, se usa el equivalente a Gran Padre y Gran Madre, respectivamente. Estas expresiones no dejan de ser significativas, pues muestran un reconocimiento. Don Fortunato Juárez recuerda a su abuelo al que llamaban Tatacu, como una forma de decir “Gran Padre”, equivalente a la palabra Abuelo. El criollo del Noroeste Argentino, especialmente el santiagueño, utiliza generalmente las expresiones Mama Vieja y Tata Viejo como equivalentes a Abuela y Abuelo, respectivamente.
El ciclo vital del hombre sachero suele ser: De chico ayuda en tareas simples como si fuese un juego, o como quien jugar. Cuando comienza a concurrir a la escuela, se reduce el tiempo dedicado a esas tareas, pero no las deja. Poco a poco va asumiendo mayores responsabilidades, como el pastoreo del ganado menor, el arreo de vacunos y equinos, la siembra, las juntadas de algodón, etc. Cuando el muchacho es grande, pasa a tareas más pesadas o especializadas. Pronto se ve hombre y formando un nuevo hogar junto a una moza que pasó por las etapas infantil y adolescente. Las niñas, generalmente se ocupan de tareas domésticas ayudando a la madre, lo que no les impide el pastoreo, el acarreo de agua e incluso el hachar leña o ayudar en las cosechas de algodón u otras campañas en que se involucra toda la familia.
Mientras el matrimonio acompaña el crecimiento de sus hijos, casi sin darse cuenta va asumiendo tareas menos esforzadas; cada vez acepta con mayor naturalidad la ayuda de los jóvenes, cuando no el reemplazo, para ciertas tareas que hasta poco tiempo atrás podía encarar sin ayuda. Así es como se da naturalmente la renovación en las familias y en los otros grupos humanos.
A medida que pasa el tiempo y los jóvenes se hacen adultos, éstos van comprendiendo el modo de ser y obrar de quienes van pasando hacia la ancianidad; es entonces cuando aprovechan el caudal de conocimientos empíricos de sus mayores; es cuando las consultas a los abuelos se hacen frecuentes.
Cuando la persona entra en la ancianidad, primero no lo percibe o no lo acepta, hasta que finalmente el organismo les manda mensajes haciéndole saber de sus limitaciones. Si es una persona preparada, asumirá su nueva situación sin mayores penas. Las sociedades establecen ciertos privilegios para las personas con mayor edad, para facilitar la existencia de quienes antes dieron lo mejor de sí en pos del bien común. En las sociedades modernas, un sistema de jubilaciones, pensiones, obras sociales, gratuidades y descuentos en precios para las personas de edad avanzada apuntan a ello.
Dentro de las familias, los ancianos suelen ser las personas que ayudan y acompañan a los nietos en ausencia o como complemento de los progenitores de los menores. Esta cercanía con esa mama vieja o tata viejo es muy positiva para los chicos, que aprenden cómo tratar con alguien de edad avanzada, el que a su vez ha desarrollado para entonces un grado de tolerancia y comprensión que puede no haber tenido en la juventud hacia sus hijos.
Don Sixto Palavecino contaba cómo él y sus hermanos disfrutaban de la presencia del abuelo, al que hacían cantar y contar cosas “de antes”. Quién más, quien menos, ya hizo lo mismo con sus mayores, fascinándose con relatos de épocas pasadas, cuando la vida era muy distinta a la actual, cuando los recursos eran otros y había que esforzarse de otra manera para lograr resultados. En muchos casos, los niños o los jóvenes llegan a pensar que el relato del abuelo es una broma o una fantasía. Es cierto que hay ancianos que caen en la exageración al relatar sus hazañas juveniles, o se hacen poco creíbles cuando en sus remembranzas suenan agresivos hacia las nuevas generaciones, con frases como: “Hombres eran los de antes”, “ustedes no saben nada”, etc.
También hay factores relacionados directamente con la salud, que provocan en el anciano recuerdos distorsionados, alejados cada vez más de la realidad que él mismo relató en ocasiones anteriores. En esos casos, sus interlocutores comienzan a desconfiar de sus recuerdos y los toman como fantasías jocosas. Hay un tiempo y un límite para cada cosa; la memoria humana también tiene un tiempo de vida útil, y parece ser que la capacidad para distinguir las diferencias entre lo que ocurrió y lo que uno quisiera que haya ocurrido, también se deteriora a partir de cierto momento en la vida.
Por más que ya esté descendiendo en la montaña de la vida, por más que poco a poco vaya perdiendo su autonomía, el anciano debe conservar un cierto grado de privacidad y libertad de acción. No debe ser alejado de sus amistades, las que cada vez serán menos numerosas por la lógica partida de algunos hacia otros lugares de residencia o hacia el camino sin retorno que a todos nos espera.
Algunos viejitos santiagueños, cuando algún joven les menciona su ancianidad, suelen responder con sarcasmos como: “¿Usted también va hacia allá, joven, o va a quedarse antes?” mientras pícaramente le señalan un lugar mas o menos distante, el que para el buen entendedor simboliza la vejez.
Es bueno saber y recordar que no hay mérito en morirse joven ni tampoco lo hay en llegar a vivir muchos años. Sí lo hay en lo que uno haga en cada etapa de la vida, especialmente en los últimos años, que serán los más recordados. Mientras el abuelo está en la casa, los chicos tienen un compañero de juegos, con sus limitaciones físicas y en ocasiones excesiva prudencia; es alguien a quien los menores se acercan y les piden que recuerde antiguas hazañas propias o ajenas, las que generalmente han de tener una enseñanza incluida.
Algunos valoran al abuelo cuando ya es sólo un recuerdo. Otros, como Don Lorenzo Gutiérrez, se preguntan a sí mismos, si todo será igual cuando ya no esté el abuelo.
20 de Mayo de 2.014.