Por Crístian Ramón Verduc
11/02/2014
Na fruta tucúcoj ‘rin; ckoyuyuscka cantan sin fin...

“Na fruta tucúcoj ‘rin; ckoyuyuscka cantan sin fin. Suj ckoyuyitu huillacun, nispami: Llallin, llallin.” (Ya la fruta se va a acabar, los coyuyos cantan sin fin. Un coyuyito nos avisa, diciendo: “Pasa, pasa”). 

En esta estrofa de la chacarera Sentimiento Montaraz, Don Sixto Palavecino relata cómo el tiempo de la abundancia de frutas en el bosque santiagueño comienza a declinar y una pequeña cigarra, con un canto diferente a las otras, parece estar aserrando o diciendo “llallin” repetidas veces. Llalliy significa pasar, llallin significa pasa (él o ella pasa) y, en este caso, Don Sixto interpreta la voz del pequeño insecto como un aviso de que el tiempo de la fruta está pasando. 

En esta época del año, comenzamos a darnos cuenta de que hace varios días, incluso semanas, que no escuchamos el bullicio de los ckoyuyos. Estamos en ese tiempo en que ya pasó el cambio de año, con las reuniones familiares y los reencuentros en compañía de los que fueran hace mucho a vivir lejos. Algunos estamos deslumbrados con los festivales musicales que se hacen por esta época del año, otros están preparándose para un nuevo año de enseñanza o de estudio. También nos apabullan las noticias cotidianas de prácticamente todo el mundo. 

Sin darnos cuenta, hemos dejado de escuchar a los coyuyos. Así como han irrumpido en grandes cantidades cada uno con su fuerte sonido, se han callado poco a poco, entre truenos y vientos estivales, cuyo ruido ha disimulado el silenciamiento de coyuyos y chicharras. 

Los coyuyos fueron acallando sus voces a medida que el Sol comenzó a alejarse en forma casi imperceptible hacia el Norte. Los criollos observadores saben que a partir de fines de Diciembre, el luminoso Inti está apareciendo en el Naciente cada día un poquito más tarde, y acostándose en el Poniente un ratito más temprano cada día. 

Parece que, al menos en Santiago del Estero, los coyuyos y chicharras se hacen oír en un breve período anual de días largos y noches cortas. En ese lapso, coincidente con el tiempo de vainas a punto de madurar en los algarrobos, los coyuyos han inundado el aire sachero y ciudadano con su intenso canto. Decimos que el coyuyo hace madurar la algarroba, y esa afirmación ha quedado plasmada en la poesía criolla. 

En quichua santiagueño decimos ckoyuyu, en castellano regional pronunciamos coyuyo, sin el fuerte sonido ck, aunque conservando el sonido suave de la y, la que en Santiago suena como la i (“coiuio”). En Tucumán, Salta, Buenos Aires y otras provincias, coyuyo se pronuncia con la y de sonido fuerte, similar a como en Santiago y gran parte del país suena la ll para palabras como caballo, calle, valle, llano, etc. No está de más recordar que el sonido correcto de la ll se da en forma casi exclusiva en algunas provincias litoraleñas. 

El coyuyo forma parte de la familia Cicadidae, dentro de la cual se agrupa una gran cantidad de especies existentes en el mundo. El tamaño y el canto varía de una especie a otra, lo que puede ser comprobado al viajar en el período de calor por distintas regiones. 

Nuestro país cuenta con distintas especies de esta familia de insectos, con tamaños que van desde un centímetro y medio hasta unos seis centímetros para la longitud del cuerpo, sin considerar las alas. En las provincias del Noroeste al menos, suelen llamar coyuyo al de tamaño grande y chicharra al de tamaño menor. En Santiago del Estero diferenciamos entre las dos especies grandes que vemos: Si es de color verde con negro lo llamamos coyuyo o ckoyuyu; si es de color marrón con negro, lo llamamos royo. La chicharra es chica y de color marrón con negro. 

El canto de estas tres especies es distinto entre sí. Incluso a veces aparece un tipo de chicharra que tiene un canto distinto al de la chicharra que vemos habitualmente. El coyuyo y la chicharra tienen un canto ligeramente parecido: un chirrido semejante al que produce la víbora de cascabel. El royo comienza su canto con una especie de “toc toc” que se repite con mayor frecuencia de golpes hasta convertirse en pocos segundos en un silbido grave y constante, que dura poco tiempo, dando paso a un silencio y vuelta a empezar con los golpes sonoros. Cerca de Santiago del Estero, en la provincia de Tucumán, al royo lo llaman coyuyo, mientras que el coyuyo (verde) es poco común. 

Si viajamos a otras provincias u otros países, encontraremos coincidencias y diferencias en el color, el tamaño, el sonido que emiten e incluso en la época del año en que estos animalitos cantan. 

En el Noroeste Argentino decimos coyuyo. No sabemos si en otros lugares también los llamarán así. Falta averiguar más. En general, en los países que hablan castellano, a esta familia animal la llaman cigarra o chicharra. 

Es creencia popular que el coyuyo aparece en el Verano, canta para madurar la algarroba y luego desaparece, para resurgir al Verano siguiente. También se habla bastante de la vida efímera del coyuyo. Sin apartarse demasiado de esa idea generalizada, Pablo Raúl Trullenque nos dice que el “coyuyo trovador pasa un Verano cantando”. 

El ciclo de vida del coyuyo es muy interesante de ser observado. Cuando el huevito eclosiona, la larva de coyuyo cae desde el árbol donde nació y se entierra. Cava cuevas para llegar a las raíces, de las que chupará la savia. Según de qué especie se trate, pasará entre dos y diecisiete años de vida subterránea, mientras crece luciendo un aspecto similar al de un grillo topo rechoncho y grande. 

Una vez concluida esa etapa de preparación lejos de la vista de curiosos y predadores, en alguna jornada calurosa, especialmente de noche, emergerá de la tierra para caminar lentamente hasta el tronco de un árbol, al que subirá trabajosamente. Una vez alcanzada cierta altura, comenzará a salir el coyuyo alado y pálido, como en un lento parto, por el lomo del cuerpo acorazado que lo protegiera durante su vida bajo tierra. 

Al contacto con el aire, el nuevo insecto volador irá tomando paulatinamente el color definitivo, comenzará a caminar lentamente, libará savia y en pocas horas estará apto para el vuelo. Si es macho, atronará al amanecer, al anochecer y en diversos momentos, con el canto que corresponde a su especie. Si es hembra, escuchará atenta hasta decidir cuál cantor será el padre de sus hijos. 

Toda esta fiesta de libación de savia, competencia de canto, casamiento y postura de huevos dura poco tiempo. Atacados por distintos predadores o muertos simplemente por que ya cumplieron su misión, los coyuyos, royos y chicharras desaparecen de los árboles, dejando una nueva generación que se unirá a los que se preparan en el seno de la tierra. En sus camarines subterráneos se preparan para la espectacular actuación cancionera en los escenarios arbóreos cuando llegue el Verano correspondiente. 

Indudablemente, estos insectos dependen de su canto para reproducirse. Al cantar, denuncian su ubicación y se exponen al ataque de otros animales, pero el temor a los atacantes no puede silenciar su voz; se impone la necesidad de interpretar su canto de conquista. Lo que los ayuda a perpetuar la especie es la irrupción de una enorme cantidad de coyuyos en un lapso mas o menos breve. Los predadores no tienen tiempo para atacar a todos y así se asegura la reproducción. 

El coyuyo trovador pasa un Verano cantando, pero para ello pasó un largo tiempo de preparación y crecimiento con las consabidas penurias y riesgos. 

¡Bienhaiga el coyuyito! El hecho de subir a un algarrobo para hacer oír su canto, en coro con sus hermanos y todos bregando por la continuidad de su especie, bien vale un largo tiempo de preparación y espera. 

11 de Febrero de 2.014.

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