¿Cuántas veces hemos escuchado esta advertencia? Parecería que no ha sido repetida lo suficiente, o somos rebeldes para aprender a ser cuidadosos.
Parece ser que, en muchos aspectos de la vida, marchamos por detrás de los problemas lamentándonos, buscando culpables y jurándonos que nunca más ocurrirá algo así. Posiblemente logremos evitar que el mismo rayo caiga nuevamente en el mismo lugar, pero “el rayo” seguirá cayendo en distintos lugares sin que atinemos a, de una vez por todas, poner manos a la obra y construirnos el pararrayos que necesitamos.
Cuando decimos, en sentido figurado, que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar, nos referimos a que es poco probable que el mismo problema vuelva a ocurrir, pues la experiencia nos previene para no “tropezar de nuevo con la misma piedra”. Los hechos se repiten y deberían transformarse en experiencia positiva, la que puede ayudarnos a mejorar nuestro proceder.
Sería muy lindo andar por la vida totalmente descuidado, sin que nada nos preocupe, pero la realidad no es así. Con solo mirar alrededor, escuchar o leer respecto a desgracias acontecidas a cercanos y distantes, debemos asumir actitudes preventivas. Para evitarnos el trabajo de cada ciudadano hacer experiencia o aprender del error ajeno para recién poder librarnos de posibles males, los funcionarios públicos han venido elaborando leyes y normas que regulan el uso de espacios y elementos para la vida en sociedad.
Vamos a un ejemplo: Para que el tránsito en las ciudades no sea caótico y plagado de accidentes, se ha establecido que todos los vehículos circulen para el mismo lado en determinados sectores, llámense calles, rutas o autopistas. En los cruces de calles o avenidas, hay semáforos o controladores de tránsito que indican cuándo van a avanzar los vehículos de una de las vías y parar los de la otra, para ir moviéndose por turnos. Para que los vehículos no atropellen a los peatones, están establecidas las prioridades de paso, o hay semáforos o controladores de tránsito, además de sendas peatonales que los municipios han pintado en las calles. Todo esto está ordenado por leyes y reglamentado, con la previsión de sanciones para quienes no cumplan esas leyes u ordenanzas.
Sería abundante enumerar las limitaciones que imponen las leyes; esas limitaciones sirven para la convivencia. Las mismas se refieren al tránsito, al estado en que deben encontrarse los vehículos, a la construcción de casas, al horario y volumen para la emisisión de sonido amplificado, a la tenencia y uso de armas, a la compra y venta de bienes, a la contratación de servicios, etc. Las leyes también regulan los derechos y obligaciones de los funcionarios públicos, desde las categorías administrativas bajas hasta los Jefes de Estado.
Cuando uno se dirige de un lugar a otro por el campo, podría caminar en línea recta, si en el trayecto no hubiese un sembrado que podríamos dañar. Para evitar ese problema, se construyen calles y se demarca la propiedad privada. Si caminamos por una ciudad, podríamos cortar camino andando alternadamente por calles, veredas, patios, fondos, puertas y ventanas. Eso no es posible pues los que tienen su casa pretenden y merecen vivir tranquilos sin gente transitando por el interior de la vivienda, las calles están reservadas para los vehículos y las veredas para los peatones.
Por más que uno desee hacer todo lo que quiera, hay cosas que no se pueden, aún en el caso de que nadie hubiese dictado normas al respecto. Por ejemplo, hay lugares en las costas de ríos y mares con carteles indicando que no se debe entrar. Hay lugares peligrosos que no tienen esos carteles, pero si uno sabe del peligro tiene la obligación moral de advertir a los otros. En este caso, es una restricción, pero… ¿En nombre de qué libertad se dejaría a una persona incauta entrar de todos modos, para verla después debatirse entre la vida y la muerte?
La vida, así como la conocemos, no permite que andemos “a la yanga”. Debemos tener un mínimo de buen criterio y precaución para no causar ni sufrir daños. Para los casos en que falte buen criterio y precaución, están las leyes para regular la convivencia con sus restricciones. Hay leyes escritas para prácticamente todos los aspectos de la vida en convivencia. Para las relaciones privadas hay leyes éticas que no son reguladas por el Estado; son las normas que están sujetas a la calidad de cada persona, la que se enaltecerá con su cumplimiento.
Hace pocos días, nuestro pago santiagueño se ha visto sacudido por una explosión. Muchos se mostraron sorprendidos, absurdamente sorprendidos ante lo que estaba anunciado desde hace mucho por los antecedentes.
Es sabido que para dictar una norma hubo estudios previos, considerando lo que podría tener de beneficioso y de impopular dicha norma. Una vez dictada la directiva y dada a conocer, se debe controlar el cumplimiento; si no, es casi como no haber hecho nada.
En Santiago tenemos una triste lista de accidentes que podrían haberse evitado con buen criterio o, en todo caso, por temor a las sanciones oficiales. Los casos de familias enteras andando en pequeñas motocicletas, vehículos a contramano y avanzando en semáforos en rojo, o excedidos en velocidad, son moneda corriente donde por un lado no hay consciencia del peligro y por otro no hay controles efectivos.
Hace pocos días, una fuerte explosión sacudió al pago santiagueño. Ocurrió en La Banda; posiblemente podría haber ocurrido también en cualquier otro lugar. Hubo personas heridas, entre ellos una criaturita de dos años de edad, y una mujer joven ha perdido las dos piernas. Todo por causa de la negligencia conjunta, comenzando por el conductor del automotor que fue a cargar gas comprimido sin que el vehículo estuviese habilitado para ello, siguiendo por la persona que hizo la carga sin cumplir con las restricciones establecidas, continuando por el ambiente mismo en que nos conducimos, en el que es “mala persona” quien cumple con las normas establecidas, mientras que los que transgreden las leyes son tenidos por expertos, audaces, admirables...
El grave problema cultural que nos aqueja como sociedad nos impide ver que estamos mal. Por el momento, solamente se puede ver y lamentar el accidente del automóvil que explotó en La Banda. Se puede buscar culpables que no sean uno mismo, ese personaje llamado Ego que se escabulle de cualquier responsabilidad. Pero este grave accidente es solamente una de las consecuencias del cotidiano obrar irresponsable.
En pocos días habremos olvidado este hecho. En pocos días, nuevos accidentes absurdos distraerán nuestra atención e iremos olvidando el día en que la irresponsabilidad hizo explosión. Es tiempo de comenzar a asumir responsabilidades, de comenzar a cuidarnos los unos a los otros; es tiempo de advertir al vecino que está obrando mal, para evitar que se haga daño o dañe a otros.
Dejemos de una vez por todas de engañarnos, creyendo que la transgresión a lo establecido es cosa buena. Recordemos que, hace más de años, José Hernández nos dijo: “No tiene patriotismo quien no cuida al compatriota”.
¡Ama ckella! No tengamos pereza ni temor de advertir lo que está mal. Después de todo, el daño que sufre cualquier persona es un daño a cada uno de nosotros también, y duele.
21 de Enero de 2.014.