“Al que tiene ojos no se le avisa”, decimos algunas veces en Santiago. En este caso, podría ser innecesario tocar este tema ante gente que tiene los oídos funciando. De todos modos, no está de más advertir sobre lo que unos observan y otros parecen no percibir.
Desde los tiempos coloniales de España, la ciudad de Buenos Aires ejerce el mando sobre las provincias de nuestro país. Desde Buenos Aires llegaban las directivas del Virrey del Río de la Plata. Cuando se formó la Primera Junta de Gobierno Patrio, lo hizo en Buenos Aires, pues la misma reemplazaba al destituído Virrey.
Y Buenos Aires siguió siendo sede del Gobierno Nacional. El poder de los medios de difusión es dirigido desde la ciudad que a la vez es Capital Federal y puerto. Las grandes empresas y las federaciones de lo que sea, deben tener sede en Buenos Aires para poder gestionar con agilidad. Los viajes a cualquier lugar del país, salvo entre provincias colindantes, son más fáciles si parten de la ciudad de Buenos Aires.
En las últimas décadas, el televisor pasó a ocupar un lugar privilegiado en casi todas las familias y, desde ese sitial, nos enseña el modo de hablar que impone Buenos Aires. Desde hace relativamente pocos años, las redes sociales por Internet son un reflejo de las tendencias culturales mayoritarias, con el vocabulario centralista imponiéndose, incluso entre gente que podría ser referente cultural en cuanto a cómo debemos expresarnos y comportarnos.
Palabras extranjeras, no siempre usadas en forma adecuada, expresiones del lunfardo porteño, muchas tomadas de las “girias” brasileras o de un dialecto italiano, se pueden escuchar o leer en los diálogos callejeros, en publicaciones varias y en algunas letras de temas musicales, incluso dentro de lo que llamamos Folclore.
El sueño de muchos, desde hace bastante tiempo, ha sido la unificación de los idiomas de todo el mundo. Los imperios suelen obligar a los pueblos invadidos en el uso del idioma del invasor. Desde tiempos antiguos, los grupos más tradicionalistas, resistentes a las imposiciones de los invasores, se han ubicado geográficamente en los pagos más apartados y culturalmente entre los patriotas ilustrados.
Esos “paganos” han sido históricamente los conservadores de las tradiciones de sus respectivos países, mientras que los “puebleros” (citadinos) han sabido mostrarse complacientes hacia los invasores, o ávidos de las novedades que llegan de lejanas tierras, de las míticas metrópolis imperiales, donde “todo es mejor que aquí”.
A fines del Siglo XIX, el oftalmólogo Lázaro Zamenhof creó un idioma que utilizaba palabras de muchos de los idiomas conocidos, con la esperanza de que esa nueva lengua fuese de uso general internacional, sin afectar a los idiomas locales. Para dar a conocer su idea, Zamenhof publicó el libro La Lengua Internacional. En ese libro, cuyo título original es La Lingvo Internacia, explicaba las características del nuevo idioma. En vez de poner su nombre como autor, utilizó el seudónimo Doktoro Esperanto (Dr. Esperanzado). Los lectores impusieron a la nueva lengua el nombre de Esperanto, que es como quedó conocida mundialmente.
Es posible que la esperanza del Dr. Zamenhof fuese la de que su propuesta sirviese para que el mundo tenga una “lengua general”, como si todo el planeta fuese un gran imperio, pero sin emperador, sin el dominio de unos sobre los otros. No en vano, la gente impuso al nuevo idioma el nombre de una esperanza. El idioma Esperanto no creció mucho, la esperanza quedó por ahora en un tiempo de espera, pues hay una gran cantidad de hablantes esperantistas en el mundo.
Es alentador el pensar que tenemos una posibilidad, por remota que sea, de algún día poder comunicarnos internacionalmente con un idioma “de todos” sin que el idioma propio, el que hace a nuestra personalidad como pueblo, deba dejarse de lado.
Mal que mal, se está usando cada vez más el inglés como idioma internacional. Sea cual fuere el idioma que va a acortar distancias en el entendimiento entre los países, ha de ser bienvenido mientras se respete la personalidad de cada pueblo.
En el caso de los santiagueños, que tenemos como “carta de presentación” un castellano quichuizado y el quichua en parte castellanizado, si bien es cierto que como seres humanos somos capaces de entender prácticamente cualquier habla, debemos afianzarnos en nuestro modo de ser y de expresarnos.
Se puede aprender otros idiomas. Es más: Vivimos diciendo que Santiago del Estero es bilingüe, que hablamos quichua y castellano. Entonces, tenemos que esmerarnos para aprender y practicar un buen castellano, bien hablado y bien escrito. Podemos (y debemos) quedarnos con los giros y particularidades que son la característica del habla paisana en Santiago y otras provincias del Noroeste Argentino, para usarlas en forma coloquial, o en donde vayamos a presentarnos como folcloristas santiagueños. En esas ocasiones, las características de nuestra forma de hablar toman mayor importancia y afianzan la simpatía que la gente de otros pagos siente hacia nosotros.
Y así tiene que ser, pues a cada uno nos pasa: Si nos presentan a un cordobés, esperamos que hable como cordobés, igual si escuchamos un tucumano, un riojano, un catamarqueño, un correntino, etc. Nos sentimos decepcionados cuando no varían las tonadas ni los vocabularios de unas provincias para otras; sentimos como si estuviésemos ante una radio o un televisor, con programas de Buenos Aires.
Los santiagueños debemos aprender aunque sea algo de quichua. Cada día hay más posibilidades para aprender, y las están aprovechando muy bien personas de otras provincias, enamoradas de ese Santiago bilingüe que a veces nos cuesta encontrar en nosotros los santiagueños. Aprovechemos también y aprendamos cada día un poquito de nuestro quichua, así dejarán de sorprendernos “los de afuera” sabiendo más que nosotros, los de aquí.
Si seguimos permitiendo que nuestra habla regional sea degradada mediante la adopción de vocablos ajenos, solamente por que nos gustaría parecernos a quienes actúan en la televisión porteña, o por que los adultos queremos parecer adolescentes, o por lo que fuere, poco quedará de los santiagueños como tales y seremos una caricatura de nosotros mismos.
Tenemos a mano todo un vocabulario santiagueño en el cancionero y la literatura de nuestra provincia. Los grandes autores de la prosa y la poesía regionales pueden ser buenas fuentes de consulta. Nuestros mayores, nuestros parientes y amigos que suenan naturalmente como santiagueños, gran parte de la gente del campo y de las ciudades del interior provincial… todos ellos permanecen resistentes a los avances aplanadores de los lejanos centros de poder.
Parezcamos santiagueños los santiagueños, y seremos un poco más argentinos.
14 de Enero de 2.014.