Por Crístian Ramón Verduc
11/06/2013
El cielo es más profundo que los océanos

“El cielo es más profundo que los océanos”, dijo el paisano mirando las estrellas. Desde tiempos antiguos, el cielo es fuente de inspiración y de ideas fantásticas para la gente observadora. Las estrellas, las constelaciones y en general las distintas manifestaciones naturales que ocurren en el cielo, han sido bautizadas desde tiempos inmemoriales de diversas maneras, con todo tipo de palabras, según los idiomas y las regiones.
 
Los quichuistas santiagueños llaman Inti al Sol, Quilla a la Luna; ckóllur significa estrella, puyu es nube, huayra es viento, para es lluvia. En nuestra habla chajruscka (mezclada) utilizamos palabras del castellano para lo que no tenemos en quichua. Así es como nos referimos a un grupo de estrellas como Las Siete Cabrillas, y hay otros nombres para otras formaciones que la imaginación une con líneas, formando figuras en el firmamento, como el caso de La Cruz del Sur. 

Las Siete Cabrillas o Siete Cabritas son las llamadas Pléyades. Según los antiguos griegos, ese grupo de estrellas eran siete hermanas, cuyo padre era Atlas. Según la mitología griega, Atlas fue condenado a sostener el cielo sobre sus hombros. Con el tiempo, la creencia cambió y Atlas fue dibujado o esculpido sosteniendo el mundo. Como una forma de comparar los grandes esfuerzos con el nombre de este titán, la primera vértebra de nuestra columna se llama Atlas, pues sostiene la cabeza. La palabra pléyade suele utilizarse para denominar un grupo reducido de personas notables, los que supuestamente son siete, no más. 

Por causa de la rotación terrestre, se ve al Sol, la Luna y demás astros trasladarse en el cielo, apareciendo por el Este y hundiéndose en el horizonte por el Oeste, horas después. La Cruz del Sur tiene la particularidad de que si la observamos, va cambiando de posición pero girando con su base dirigida hacia un punto en el espacio. Ese punto se llama Polo Sur Celeste y equivale a lo que sería el Polo Sur si consideramos a lo que vemos del cielo como un gran globo, similar a la Tierra por que también tiene sus polos, ecuador, paralelos y meridianos. Esta esfera celeste ideal que vemos envolviendo a nuestro planeta, sirve para ubicar los astros en el espacio. 

Los andariegos nocturnos en los montes y campos tienen un método práctico para orientarse a partir de la Cruz del Sur: Si sumamos tres veces y media su altura a partir de la base prolongando el palo mas largo, independientemente de la posición de la Cruz en el cielo, ubicaremos el Polo Sur Celeste. Justo debajo del Polo Sur Celeste está el Sur en la Tierra. 

Mientras procuraban “pichis” en los sembrados, un visitante pueblero comentó al hombre sachero que hablaba de la profundidad del cielo, sobre la pesada tarea del mítico titán Atlas. El anciano le respondió: “No es así, mi amigo. Quienes sostienen el cielo son los árboles.” Después de un breve silencio, el hombre de la ciudad respondió: “Tiene razón, así dicen los libros también.” 

Es de tener en cuenta esta afirmación, ya que el color azul del cielo se debe a la acción de los rayos solares en la atmósfera. El juego de roces y desvíos entre los colores componentes de la luz y los gases atmosféricos, permiten que veamos un cielo generalmente azul o celeste, pero también naranja o rojizo. 

Los sabios e investigadores de tiempos pretéritos y presentes nos dicen, por medio de sus libros, que la atmósfera es esencial para la vida en nuestro planeta, que las hojas de las plantas son las encargadas por la Naturaleza para producir oxígeno, controlar el ciclo del dióxido de carbono, de otros gases atmosféricos y regular la temperatura. Además, la vestidura verde del planeta protege a la superficie terrestre de los impactos por lluvia o granizo. El entramado de raíces grandes y pequeñas forma una red protectora que afirma el suelo en su lugar, aguantando el empuje del agua y de los vientos. 

Si queremos imaginar la Tierra sin vegetación, vamos a pensar en una gran sucesión de roquedales, arenales y tierra pelada, además de los mares, cuyos fondos estarían también desprovistos de vegetación, como un desierto cuyo cielo sería la superficie del agua. 

Si uno tiene la suerte de mirar desde el interior de una masa de agua hacia la superficie, las imágenes del mundo extra acuático se ven como una imagen plana, similar a como vemos la bóveda celeste que llamamos cielo. Seguramente, el cielo de los peces, cangrejos y moluscos es la superficie del agua. 

Las algas marinas producen oxígeno y son las equivalentes a las plantas terrestres en cuanto al equilibrio vital en nuestro planeta. 

Salvo algunos cataclismos causados por las fuerzas naturales, que tienen su razón de ser para el buen andar de la Tierra, somos los humanos quienes hacemos trepidar la estabilidad de la vida en nuestro mundo. Las emisiones de gases nocivos para la atmósfera la están debilitando. La creciente deforestación está desequilibrando el ciclo natural de los gases que componen la atmósfera. Las ciudades, construidas con la manifiesta intención de crear un lugar seguro y confortable, al crecer se vuelven inseguras por el juego de acciones y omisiones de sus habitantes, que buscan confort a toda costa, aunque el costo de ese confort sea una desconfortable inseguridad y decadencia de la calidad de vida en las ciudades. 

Todo esto puede parecer una visión pesimista. Puede ser, o puede ser que quienes alertan sobre los peligros de los malos estilos de vida, lo hacen con la optimista idea de que van a ser tomadas en cuenta sus advertencias y se van a reencauzar las acciones humanas, a fin de parar con las agresiones al suelo que nos sustenta y al cielo que nos cobija. 

La vegetación, terrestre o acuática, viene a ser los pulmones de nuestro planeta. Los malos hábitos que los humanos hemos adquirido están afectando seriamente a los pulmones de la Tierra. Hay muchas propuestas a nivel internacional para mitigar o desacelerar la degradación de la Naturaleza, pero tales propuestas corren detrás del problema a una velocidad menor que él. 

Va a ser necesario que comencemos a pensar en renunciar a muchas cosas para encarar acciones en bien de la supervivencia de nuestros descendientes. El principal de esos renunciamientos consiste en pensar en dejar de lado los egoísmos y banalidades. 

Mientras decimos todo esto, seguimos destruyendo la vegetación, en forma directa o indirecta. Cuando hayamos conseguido debilitar la Naturaleza, cuando los árboles no sean suficientes, el Cielo caerá encima de nosotros, por falta de sostén. Debemos dejar de robar de la Naturaleza, dejar de mentirnos y dejar de tener pereza. Comencemos ya mismo a tratar de reconciliarnos con la vida. 

11 de Junio de 2.013.

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