“¡Ama llullaychu, huauckéluy!” (No mientas, hermanito mío). En ciertas ocasiones dan ganas de exclamar de esta manera. Esto puede ocurrirnos en cualquier momento del andar cotidiano y por distintos motivos.
Cuando es en el ámbito del arte folclórico donde alguien dice una falsedad, afecta de un modo especial a las personas que escuchan. Lamentablemente, suele ocurrir que se emita información errónea ante los diversos micrófonos puestos al servicio de la difusión del arte.
Esa información errada puede salir hablada o cantada, incluso escrita. En este caso, concretamente, nos referimos a las composiciones musicales, muchas de las cuales son, sin duda, particularmente importantes para el patrimonio cultural de nuestro pueblo.
Algunas canciones marcan una época determinada en la vida de una persona o de una comunidad, lo que le da a la pieza musical un valor histórico. Otras atraviesan las etapas temporales y se mantienen vigentes por causa de la riqueza musical o poética que contienen.
Hay músicos y cantores que procuran ser fieles a la idea del compositor cuando reproducen una música. Otros, prefieren darle un toque personal y juegan con fraseos, silencios, alteraciones rítmicas y variantes que salen de su propia emoción al interpretar un tema musical. También hay quienes toman un tema musical y al interpretarlo lo dejan poco menos que irreconocible, en algunos casos por falta de capacidad para tocar como debían y en otros casos por que lo hacen intencionalmente.
Incluso hay compositores que alteran sus propias obras, un poco en cada interpretación. En cuanto a la melodía, la reproducción fiel y el toque personal del intérprete, son dos líneas de pensamiento que no dejan de ser aceptables. Además, nos estamos refiriendo a la música, para la cual la gran mayoría de los habitantes no estamos dotados.
El habla es algo que entendemos casi todos. Dentro de los que sabemos hablar y entender lo que nos dicen, hay una gran cantidad de gente capaz de comprender un escrito, con los distintos recursos literarios.
Hay en la población un gran porcentaje capaz de comprender, valorar y disfrutar la poesía. Entre los oyentes y lectores hay una apreciable cantidad de personas capaces de percibir cuando algo ha fallado en la rima, en la métrica o en la coherencia de la obra poética expuesta, que puede ser escrita, recitada o cantada.
Lamentablemente, no podemos decir lo mismo de algunos recitadores o cantores, que parecen tener una gran capacidad en cuanto a arte escénico, elocuencia y timbre de voz, pero que parece ser que repiten las letras así como las han incorporado a su memoria, sin prestar atención a lo que ellos mismos están diciendo o cantando.
En ocasiones, uno escucha recitar o cantar una pieza que en alguna parte no tiene sentido o no guarda la rima y métrica que luce el resto del tema. Si conseguimos preguntar al intérprete qué ocurrió, puede que nos diga que así le han enseñado, que así ha escuchado o que así ha leído en un cancionero o antología. En algunos casos la explicación se basa en un error del momento y ahí queda todo aclarado.
Generalmente, los cantores de guitarreadas alrededor de una mesa, suelen funcionar como instrumentos musicales, con su voz sonando fuerte al reproducir la melodía, aunque no siempre reproduciendo la letra que corresponde al tema que interpreta. Hay quienes aprenden en esos encuentros y así desvirtúan la creación de gente pensante e inspirada. Mal que mal, esos cantares de mesas compartidas son uno de pilares de nuestro folclore. Lo que se canta ahí se difunde de boca en boca, así que no es nada gracioso que el cantor no preste atención a lo que dice en su canto, por más que haya bebido.
No es que el canto no deba ser divertido, sino que sería bueno definirse al anunciar lo que uno va a cantar, para que la parodia no quede entendida como letra original.
Muchos cancioneros impresos parecen haber sido escritos alrededor de esas mesas. Es muy posible que los papeles se manchen si van a la mesa del comedor. Es muy posible que las letras se distorsionen si se copian en esas mesas.
Estos errores con las letras de las piezas folclóricas toman mayor dimensión cuando son perpetrados ante un medio de comunicación masiva. En escenarios, en emisoras de radio o de televisión, ya sea por actuaciones en vivo o por la difusión de discos, escuchamos letras de canciones o recitados que no son iguales a la creación del autor, llegando en algunos casos a trotar alegremente por el terreno de lo absurdo.
Otra plaga instalada entre los intérpretes es la de cambiar el orden de las estrofas en la obra que interpretan. Es una “moda” que se ha hecho notar con fuerza en los últimos años. El hecho de que tales alteraciones a la obra de los autores incluyan algunos clásicos, nos lleva a sospechar que en estas malas acciones hay cualquier cosa, menos falta de conocimiento.
Donde se pone en evidencia la falta de conocimiento es en algunos programas de televisión, donde una persona anuncia lo que alguien va a cantar y menciona como autor a cualquier intérprete famoso. Si la costumbre quedase en el frívolo y liviano ambiente del espectáculo televisivo, esto podría tomarse como una broma. Lástima que la exhibición de ignorancia se traslada a unos que otros intérpretes artísticos y difusores de radio o televisión de menor fama.
Otro mal hábito que se está arraigando entre nuestros “folcloristas” es el de cambiar el nombre de una obra artística. Ya sea por que la memoria falla, ya sea por facilismo, o vaya uno a saber por qué, se escucha en los ámbitos en que uno menos lo espera, temas conocidos a los que les atribuyen un nombre tomado antojadizamente de alguna parte de la letra. Por nombrar algunos de los absurdos: Los descuidados llaman “Luna Santiagueña” a Zamba Para mi Luna, “Pago Donde Nací” a Nostalgias Santiagueñas, “Zamba Enamorada” a Zamba Para mi Tristeza… lamentablemente, la lista sigue y crece.
Un horcón fundamental de la cultura es el conocimiento. Si personas que dicen difundir la cultura popular hacen gala del desconocimiento, deberíamos asumir que nuestra cultura, especialmente nuestro folclore, está necesitando que en forma urgente nos pongamos a buscar las obras y los autores en fuentes confiables e intercambiar esa información, por que unos por acción y otros por omisión, estamos debilitando el movimiento folclórico… al son de abundante música folclórica.
Cuando se escucha a alguien decir o cantar públicamente algo ajeno a la verdad, uno suele callarse y esperar el momento oportuno para hacer la aclaración en privado, no siempre con éxito para el raciocinio.
Ante la reiteración de los ataques a la verdad de la cultura de nuestro pueblo, dan ganas de pararse en plena actuación del irresponsable y gritarle: “¡No mientas, hermano!”
30 de Abril de 2.013.