“Siempre en voz baja he cantao por que gritando no me hallo…” decía Don Atahualpa Yupanqui. Y agregaba: “Grito al montar a caballo si en la caña mei bandiao; pero tratando un versiao donde se cuentan quebrantos, apenas la voz levanto para cantar despacito. El que se larga a los gritos, no escucha su propio canto.”
Es importante que si alguien tiene algo para decir, como recitado, como prosa o como canto, haga escuchar el contenido de lo que pretende transmitir. Claro que, si quienes deben escuchar no están dispuestos a prestar atención, no va a ayudar en mucho levantar la voz queriendo imponerse, pues cualquier agresión, aunque sea agresión sonora, provoca rechazo.
Cuando uno va a transmitir un pensamiento hablado o cantado, debe decirlo con claridad, sin estridencias. Lo más importante debe ser el contenido del mensaje. Claro que, si se trata de canto, no se debe sacrificar la belleza musical en aras del contenido. Para letra sin música, están los recitados y los discursos.
Una pieza musical tiene autor y compositor. Se llama autor a quien escribió la letra y compositor a quien creó la melodía. La letra tiene una cierta cantidad de estrofas, ordenada en una secuencia que el autor decidió a la hora de crear, en base a la historia que quería contar. Cada estrofa tiene una secuencia de palabras que el autor ha puesto ahí con precisión para reflejar el sentimiento que lo embargaba a la hora de escribir.
Un buen cantor respeta la letra creada por el autor y busca su propio lucimiento en la forma de cantar esa letra con la que cuenta la historia ideada por esa otra persona. Las faltas de respeto a la obra de los autores dañan el saber popular y privan al oyente de conocer buenas obras de arte poético.
La música de cada pieza ha sido compuesta siguiendo una inspiración. Esa inspiración ha llegado al compositor y él la ha puesto a disposición de los intérpretes para que la hagan llegar a los oyentes. Una pieza musical tiene una melodía con comienzo, medio y fin, que pueden escribirse en una partitura para no depender exclusivamente de la memoria. Los músicos “de oído” que no saben leer partituras, apelan a la memoria. La melodía de un tema tiene una forma única, ideada por un compositor que merece respeto. El respetable público merece también escuchar la melodía que tal compositor ideó. El músico o cantor intérprete, va a lucirse con la limpieza y claridad de sonido que sacará de su instrumento y de su voz, con los fraseos que pueda lograr y algunas otras variaciones, siempre dentro de la melodía creada por el compositor.
Cualquier salida de la línea melódica o de la letra originales, se puede considerar una mentira llevada a los oídos de quien tiene el comedimiento de escuchar al músico y al cantor.
En el caso específico de la chacarera, la música es muy breve, pues generalmente consiste en una introducción y una estrofa que se repite, cambiando solamente la letra en cada estrofa. Si tenemos en cuenta esta simplicidad, veremos lo absurdo que es interpretar una chacarera con cualquier introducción, sin seguir la creación del compositor; en ese caso, se está distorsionando casi la mitad de la música de la pieza.
Los intérpretes que no son autores, o que reproducen con su arte la obra de otros, deben tener mucho cuidado para no engañar al público. Deben informar de quiénes son los temas interpretados. Es responsabilidad del intérprete decidir en qué momento de la actuación irá tal información, pero mejor si la misma va inmediatamente antes o después del tema musical.
Un cantor que está en un escenario, enfervorizado y nervioso al exponerse ante el público y sabiendo que debe aprovechar ese momento breve, puede llegar a olvidarse de ciertos detalles como el nombre de los autores. Incluso se ha visto cantores que han omitido u olvidado el nombre de sus músicos acompañantes. Es comprensible.
Es inaceptable que cuando grabe un disco reproduzca mal la letra o la melodía, o que coloque información errada en la tapa o lámina del disco. Disco es cultura, dice una frase muy conocida. Es bueno recordar que un disco debe ser una contribución a la cultura y no una confusión más.
Los difusores radiales, televisivos y gráficos tienen una obligación mayor, pues son profesionales que detentan el poder de llegar a multitudes. Es su obligación informar al oyente o al lector sobre lo que le están ofreciendo. Un tema musical tiene un título exacto; además tiene autor, compositor e intérprete que son personas con nombre y apellido o con un nombre artístico elegido por ellos mismos.
Los programas de radio y televisión, las páginas de Internet y los cancioneros impresos deben dejar de ser fuentes de confusión para pasar a ser de una vez por todas fuente de conocimiento veraz y confiable. Hay excepciones. Existen difusores e intérpretes que son cuidadosos en medio del caos. Primero hay que dar un vuelco en el porcentaje, para que lo correcto y confiable no sea la excepción sino la amplia mayoría; después, la excelencia debe pasar a ser lo normal.
El cantor que se larga a los gritos, procurando cantar “fuerte y fiero”, o que tapa las falencias de su canto con una baraúnda de instrumentos en alto volumen, no escucha su propio canto ni permite que se escuche lo que ha querido decir el autor.
En festivales, peñas y otros espectáculos donde el público se sienta a la mesa, la atención hacia las letras se pierde en parte, y si algunos concurrentes se embriagan, no se preocupan por la estética de la letra o de la música. Aún así, el cantor y el músico deben ser fieles al arte, al autor, al público y a su propia dignidad.
La contundente afirmación vertida por Don Atahualpa Yupanqui en la Milonga del Solitario nos lleva al pensamiento del paisano a quien los folcloristas afirmamos comprender. El hombre grita en ciertos momentos, especialmente si ha abusado de la bebida. Por eso en algunos casos se ha escuchado al criollo de campo decir frases como: “Ese cantor está bramando fuerte y fiero, debe estar tomadito”.
Cuando uno va a expresar algo para el público, debe estar sobrio, consciente de lo que dice, debidamente preparado y sin hacer un escándalo vocal o instrumental. Si no, corre el riesgo de no ser escuchado ni por él mismo. O corre el riesgo de contribuir al caos, para mal de todos.
29 de Agosto de 2.012.