“Los huacos volando pasan, igual que arenas al viento…” La chacarera Coplas de Río y Arena, de Dardo del Valle Gómez y César Leovino Suárez, es uno de los temas folclóricos santiagueños que hacen referencia a esta avecita zancuda que frecuenta ríos, lagunas y humedales de gran parte del mundo.
El nombre del huaco tiene origen onomatopéyico; se debe a su habitual grito: “¡huác, huác!” Se lo escucha de noche cerca del agua, o en los árboles, e incluso suele pasar volando sobre zonas pobladas.
Los huacos solían anidar en los eucaliptus del Parque Aguirre en Santiago del Estero hasta hace un par de décadas. Los changuitos vecinos se afanaban por alcanzarlos con algún hondazo travieso que no llegaba a destino, felizmente. Hoy el movimiento de vehículos y la fuerte iluminación nocturna los ha empujado a buscar otros cobijos. No es que en esos años no hayan existido otros árboles altos, sino que posiblemente haya una distribución territorial entre ellos, y los que veíamos como vecinos nuestros de la ciudad eran los que tenían “adjudicados” esos árboles. Ahora es raro verlos anidando en el Parque Aguirre.
El huaco es una especie de garza pequeña, de color marrón claro. Se lo ve caminando a orillas del agua, procurando capturar peces u otros animalitos de los cuales se alimenta. Anida en los árboles cercanos a las aguas que suelen frecuentar. En el caso de los huacos del Parque Aguirre, es posible que hayan desarrollado el hábito de anidar allí por que hasta los años ’60 el Río Dulce llegaba muy cerca del parque cada vez que crecía, con la única contención de la Costanera. Después, el dique de Las Termas de Río Hondo acabó con las grandes crecientes anuales.
El grito del huaco le valió no sólo ese nombre. En otros lugares es llamado zorro de agua por la misma razón, pues el grito de un zorro asustado suele ser parecido al del huaco. En la provincia de Tucumán era conocido como Cochatoro, que significa Toro de la Laguna, por que según los paisanos, en determinados casos emite un grito parecido a un mugido.
Esta garcita se encuentra en distintas regiones del mundo, en casi toda América, gran parte de África, Asia y Oceanía. Tiene muchos nombres, según los países y regiones donde es conocido y observado. Uno de sus nombres también es Cuajo, seguramente también por causa de su grito. El huaco es visto a cualquier hora del día, especialmente en horas crepusculares. También es muy activo durante la noche. El quichuista santiagueño pronuncia Huacko; el diminutivo, aplicado generalmente para los pichones, es Huackanchu, huackancho o huackanchito. Dicen que la carne de huackanchito es sabrosa.
Algunas plantas sudamericanas reciben el nombre de huaco o guaco. En Brasil, un remedio casero antitusivo y contra estados gripales es el té y jarabe de hojas de guaco. En este caso se refiere a una enredadera de las selvas que ha sido adoptada para los jardines.
También un tipo especial de objetos hechos en cerámica por distintas culturas preincaicas en gran parte del Perú son llamados huacos. Son vasijas trabajadas delicadamente, con figuras pintadas que representan personas, animales o relatos. No son utilitarias, sino totalmente artísticas o ceremoniales.
En la provincia argentina de Catamarca hay un pueblo llamado Huaco, al igual que en la provincia de San Juan. El pueblo de Huaco, en el sanjuanino departamento de Jáchal, es muy recordado por ser el lugar de nacimiento del gran folclorista cuyano Don Buenaventura Luna. Huaco es un lugar muy visitado, no solo por los lugares históricos relacionados con Don Buenaventura Luna, sino por las bellezas naturales del lugar y las que han sido logradas por la mano del hombre al construir, por ejemplo, el dique Los Cauquenes. Para llegar a Huaco, una de las opciones es pasar por la Cuesta de Huaco.
La tonada Vallecito comienza evocando: “Vallecito de Huaco, donde nací…” y es una de las piezas musicales y poéticas clásicas del folclore argentino. Cuando uno escucha Vallecito cantado por Los Cantores de Quilla Huasi, parece retroceder en el tiempo en alas de la nostalgia, con las voces de los cantores acariciando los sentidos y el viento huaqueño llevando lejos cualquier evocación de aquellos años ’60 que no sean recuerdos dichosos.
En la provincia de San Juan hay también una población llamada Vallecito, pero la tonada Vallecito se refiere a Huaco, enclavada en un valle. El cariño hace que la gente criolla nombre a personas y lugares en diminutivo, por eso el valle de Huaco es recordado como un vallecito.
Como imitando al vuelo tranquilo del huaco, volvemos a Santiago del Estero. Nuestros compatriotas criollos suelen ser afectos a poner apodos o sobrenombres. Este hábito de reemplazar el nombre formal de la persona querida por otro más íntimo, relacionado con alguna circunstancia de la vida del nominado, da lugar a la creación de nombres postizos que van desde lo más amable hasta lo rayano en la crueldad, pero generalmente con una alta dosis de ingenio y picardía.
Los muchachos acostumbran saludarse a la distancia con un silbido o con un grito, que puede ser: “¡Ooop!” o algo así. Algunos santiagueños suelen exclamar: “¡Velo!” como diciendo: “¡Mírenlo, ahí está, es él!”
Uno de esos obreros del Barrio 8 de Abril gritaba su saludo de un modo muy particular, por lo que no faltó el chusco que lo bautizó Huaco. Integrante de una familia numerosa, el nombrado Huaco entregó como herencia, sin proponérselo, sino por mandato popular, el apelativo para todos sus parientes. Así es como se pudo escuchar referencias a, por ejemplo: Juan Huaco, María Huaco, Pedro Huaco, Juana Huaco, además de la aclaración de que unos son Huacos grandes y otros Huaquitos o Huacos chicos.
Ésta podría ser una muestra de cómo pueden haberse formado los apellidos o nombres familiares, mas que nada por voluntad de quienes conocen, aprecian a la persona y son impactados por algo en su aspecto físico, en su actividad habitual o en sus gestos y dichos.
En este simple hecho del apodo impuesto a una persona y la transmisión a toda una familia, vemos otra prueba de nuestra condición de criollos o mestizos, que cargamos en nuestra formación cultural hábitos traídos de la Península Ibérica conviviendo con las costumbres existentes entre los pueblos originarios de estas tierras de llanuras, ríos, esteros, pájaros y huacos.
12 de Junio de 2.012