“Es mejor que aprender mucho, el aprender cosas buenas.” La afirmación de Martín Fierro ante sus hijos es digna de analizarse. ¿Debemos valorar poco a quienes tienen en su memoria datos enciclopédicos? ¿Debemos promover la escasez de conocimientos? ¿Debemos desalentar a quienes buscan y buscan el saber en los libros, en las conferencias, en las conversaciones?
En todo caso, tal vez deberíamos preguntarnos primero: ¿Qué cosas son buenas? ¿Qué es bueno y qué es malo? Buscando en nuestro propio entender, o consultando a una persona confiable, o leyendo publicaciones que se nos ocurren válidas, podríamos vislumbrar la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Podríamos consultar un código de leyes; en él veríamos tipificadas las actitudes que son consideradas malas. Lo que no esté en la nómina de lo malo ha de considerarse bueno. Las leyes consultadas pueden ser las leyes para la convivencia en determinada ciudad o provincia. Si nos vamos a otra ciudad o provincia, que tenga sus propios códigos, es posible que encontremos algunas diferencias, ya sea en la tipificación de las faltas o en el castigo que cada caso merece. Con esa simple comparación podremos deducir que, según la gente de cada lugar, que cultiva su propia cultura, lo que para unos es bueno para otros puede ser malo o no muy bueno. Si consultamos fuentes confiables, veremos también que algunas conductas que antes eran consideradas malas ahora no lo son.
Si tenemos en cuenta que los humanos tenemos religiones, partidos políticos, gustos artísticos, preferencias deportivas y otros factores que nos hacen marcar una serie de diferencias entre las personas y los modos de pensar deduciremos de inmediato por qué hay diferentes criterios en cuanto a lo que es bueno y lo que no lo es.
También podríamos consultar otros libros, conversar con muchas personas, escuchar, ver y percibir toda la información que hay en los lugares por donde andamos. Esa serie de consultas tiene por finalidad la adquisición de conocimientos. Puede ser que no pensemos en ello, pero los humanos estamos todo el tiempo ávidos de nuevos conocimientos, que nos permitirán andar mejor en la vida o que satisfarán nuestra curiosidad.
La curiosidad o ansia de conocimiento suele ser insaciable, o al menos lo parece, pues cada nuevo descubrimiento nos muestra que más allá hay nuevas incógnitas a develar. Detrás del horizonte del saber hay más y más preguntas cuyas respuestas vamos a buscar. Y veremos que por cada respuesta que encontremos, nos van a asaltar muchísimas preguntas nuevas, como si estuviésemos subiendo una montaña interminable, en la cual nos aparecen más cuestas para subir cada vez que creemos haber llegado a la cima.
¿Es todo esto malo? ¿Es malo ir avanzando en el conocimiento para encontrar a cada paso que cada vez nos falta más para llegar a la añorada meta consistente en saber Todo? ¿No es bueno acaso transitar un camino, buscar la verdad escudriñando en todos los rincones y corriendo cortinas imaginarias que encubren el saber?
Es posible que para encontrar las tan soñadas cosas buenas, uno deba transitar por el largo camino de aprender mucho, y dentro de ese mucho, o mejor si es muchísimo, clasificar lo que nos parece bueno, malo o indefinido. Dentro de lo bueno y lo malo, aún nos quedarán conocimientos o criterios a los que no podemos definir en forma terminante, y para poder ubicarlos en nuestra escala de valores precisaremos continuar analizándolos y comparándolos con otros.
“La vida es toda camino… todo arenal y distancia…” decía Don Atahualpa Yupanqui, y no se refería a caminos de tierra o asfalto, a kilómetros o leguas…. posiblemente se refería a transitar por las penurias que puede acarrear la búsqueda de conoceres y saberes.
¡Cómo quisiéramos que aparezca alguien que nos revele la Verdad! Muchas veces soñamos con la llegada de alguien que nos diga qué es justo y bueno, más allá de los intrincados vericuetos de la legalidad; alguien que nos aclare el muchas veces confuso panorama de la vida en comunidad. Y muchas veces aparecen los esclarecedores de la vida; algunos de ellos incluso no cobran ni un centavo. Pero después de que el sabedor nos ha convencido de que nos dejó en el camino correcto hacia las verdades, recibimos nuevos datos, nos elevamos más en conocimientos y vemos que más allá del horizonte que nos habían mostrado hay otros horizontes que perseguir.
Es muy bueno y necesario el saber sobre números, datos, fechas, valores de resistencia de los materiales y tolerancias de los organismos. Los valores de las Ciencias Exactas son imprescindibles para que las comunidades gocen de obras necesarias para el confort de todos, para que los bienes materiales puedan ser distribuidos de un modo conveniente y para otros aspectos que hacen a la satisfacción de necesidades.
Hay otros conocimientos, que se basan en criterios, en sentimientos, en el universal sentido de justicia consistente en no hacer lo que no queremos que nos hagan, que son los conocimientos intangibles, los que forman parte de una cultura en muchos casos considerada inútil por que no da réditos inmediatos. Esos conocimientos son los que nos diferencian de las abejas, de las hormigas y de los hombres avaros.
A la hora de tomar decisiones respecto a qué conocimientos debemos buscar, es posible que un anciano sabio nos diga que hay que tratar de saber todo, pero que todo conocimiento debe ser primero analizado y luego compartido para que el saber tenga sentido. Si compartimos los conocimientos adquiridos y las conclusiones a las que hemos llegado, estaremos evitando caer nuevamente en las mismas búsquedas, en los mismos errores y en un continuo volver a empezar.
Compartir conocimientos y conclusiones nos permitirá transferir tales sapiencias a las generaciones futuras, las que depurarán y mejorarán el saber heredado, para que a su vez sea legado a sus sucesores, a fin de que la Humanidad siga avanzando.
Ese proceso de transmisión de conocimientos se está dando a lo largo de la Historia de la Humanidad, por eso es que no seguimos estancados en la Edad de Piedra. Un gran problema del progreso humano es que una parte notable de esos adelantos son de orden técnico apuntado a la destrucción del prójimo y del ambiente.
Los conocimientos técnicos y la instrucción necesaria para la vida en comunidad, en general serán obtenidos en la vida pública, comenzando por la escuela. La educación humanitaria, la del respeto por la vida en todos sus aspectos, los sentidos de solidaridad, lealtad, veracidad, laboriosidad y las virtudes que verdaderamente humanizan a las personas, deberíamos aprender en el hogar; y si no es así, siempre se está a tiempo para aprender.
Los mayores somos responsables por la educación de quienes vienen a continuación en la vida. Ellos son nuestra oportunidad para trascender y no quedar como seres simples que pasamos por la vida comiendo y ensuciando.
Hay que aprender mucho para separar lo constructivo de lo destructivo. Hay que reforzar el conocimiento en lo que sirva para el bien de todos.
Tenía razón Martín Fierro. Hay que procurar aprender y aprender hasta encontrar lo bueno, para afianzar ese conocimiento benéfico y enseñarlo a nuestros descendientes y a los descendientes de nuestros hermanos, para bien de todos.
08 de Mayo de 2.012.