Las Malvinas son argentinas. Es un enunciado que encontramos en carteles, en corazones y en razones por toda la Patria. Hay quienes opinan lo contrario, ellos sabrán por qué.
Hay una gran cantidad de argentinos que están influidos por el resultado de la guerra de 1.982. Puede parecer poco inteligente, pero es evidente que una gran cantidad de nuestros compatriotas son triunfalistas, exigen resultados y en vez de preguntarse quién tiene razón, preguntan quién ha sido el ganador en el enfrentamiento. La mentalidad futbolística nacional suele sintetizarse en “goles son amores”, sin importar los medios utilizados para obtenerlos ni los motivos por los cuales hubo que hacer los disparos que llevarían al gol o no.
Además, y esto también es lamentable, no somos los únicos que rápidamente condenamos la derrota que consideramos ajena y justificamos las derrotas propias con cualquier argumento. Es necesario visualizar los triunfos y derrotas que protagonizamos en lo cotidiano; así podríamos hacer una proyección hacia algo mayor y tener una idea respecto a cómo nos desempeñaríamos ante un hecho excepcional.
El solo hecho de que para trámites sencillos ante la administración pública o ante oficinas privadas, los ciudadanos debamos soportar largas esperas, o no obtener resultados, o escuchar justificaciones absurdas para la inoperancia, ya es una derrota colectiva cotidiana. El hecho de que alguien nos diga que nos representa y no consigamos comunicarnos con ese supuesto representante, es otra derrota colectiva cotidiana.
La gran tolerancia hacia la mentira propia o ajena, es otra derrota individual o colectiva según los casos. La obsecuencia, la moral elástica y cambiante, son derrotas cotidianas que van minando los cimientos de cualquier sociedad. No somos los únicos que obramos así, es verdad, y eso convierte a las miserias humanas en males terribles, de los cuales parece imposible liberarse.
Un atenuante o paliativo para nuestros cotidianos atentados contra la Patria, podría ser el ejercicio de un autoexamen de conciencia y la búsqueda de mejoras en nuestro pensar y en nuestro obrar. Para mejorar nuestro modo de pensar, nada mejor que informarnos cada día más y mejor. La información puede depurarse a medida que uno aprenda a diferenciar entre lo creíble y lo dudoso. Como dicen en el habla popular: Las cosas deben tomarse como de quien viene. Otro dicho antiguo para tener presente es: En boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso. Claro que el mentiroso no miente siempre ni el creíble es siempre veraz; uno debe analizar cada caso en particular.
Es preocupante ver a una gran cantidad de compatriotas ejerciendo la amnesia al tiempo que rotulan a la misma como Memoria. La memoria, para ser tal, debe ser lo más objetiva posible, pues si se toma solamente una parte de los hechos que se recuerdan, tal memoria es solamente un mito o una falacia.
Hay varios modos de recordar el 2 de Abril de 1.982. Es posible que muchos de los protagonistas directos de esa jornada y de las posteriores en las Islas Malvinas tengan recuerdos de pesadilla, como es seguro que cada uno de ellos tenga un recuerdo diferente, según su modo de ser y el puesto que le tocó cubrir o misión a cumplir. Es muy cierto que el resultado de la contienda influye mucho en el recuerdo, pero también es cierto que se honra a la realidad procurando acercarse lo más posible a la objetividad, por dura y poco conveniente que ella sea.
No hay que olvidar que desde hace muchos años Inglaterra y toda Europa es un mundo soñado por casi todos nosotros, los habitantes del país subordinado a Buenos Aires. Hemos crecido leyendo o escuchando cuentos de hadas, de brujas, de guerreros, de reyes y de princesas, generalmente acontecidos en Inglaterra. Hemos admirado y soñado lo inglés desde mucho tiempo atrás.
Poco después de las Invasiones Inglesas al Río de la Plata, nuestros patriotas libertarios conspiraban contra el colonialismo español, recurriendo al apoyo inglés para fortalecer la lucha contra España. No había pasado mucho tiempo desde la Independencia cuando Inglaterra invadió Las Malvinas. Tampoco ha pasado mucho tiempo desde tal invasión colonialista cuando nuestro país ha marchado obedientemente a destruír el Paraguay, en complicidad con Brasil y Uruguay, todos sumisos a directivas inglesas.
Cuando tuvimos discusiones con Chile por límites fronterizos, los organismos internacionales indicaron a Inglaterra como árbitro, y los capataces locales autodenominados Gobierno aceptaron que quien nos había robado una parte de nuestro territorio decidiese si teníamos razón los argentinos o sus amigos chilenos.
El robo de las islas perpetrado en 1.833 fue un delito cometido conjuntamente entre Inglaterra y Estados Unidos. El avance de Chile hacia el Océano Atlántico contó con la complicidad inglesa. Nadie bien informado y con memoria podía sorprenderse ante la ayuda chilena y estadounidense a Gran Bretaña en el conflicto armado de 1.982.
No es bueno vivir guardando rencor, sobre todo si quien nos ofendió ha enmendado su delito o pecado. Así que debemos prepararnos para ser amigos de Inglaterra después de que nos devuelva lo que nos robó; entonces seremos amigos de ellos y de sus cómplices, pero recién entonces. Toda la obsecuencia nuestra hacia ellos es un patético alarde de miseria moral.
El 02 de Abril de 1.982, nuestros soldados han hecho lo que no se había logrado en casi ciento cincuenta años: han recuperado Las Malvinas e Islas del Atlántico Sur. Ese día han sido héroes admirados por todos nosotros. Después de la rendición, nuestras cabezas de pelotas de fútbol han renegado de la guerra, no por las muertes o el sufrimiento de nuestros héroes; hemos renegado por la derrota, y seguimos haciéndolo.
Debemos, de una vez por todas, derrotar a ese lado débil de nuestro ser, que nos lleva a negar la realidad, a cambiar el discurso según de quién se trate sin ver de qué se trata el asunto. Debemos derrotar esa moral tan elástica que parece inmoralidad, que nos lleva a preguntarnos primero quién ha sido en vez de ver qué es lo que ha hecho, para luego emitir nuestros inefables juicios.
El hecho concreto es que un país de otro continente nos ha robado una parte de nuestro territorio, tiene cómplices en todo su lejano continente y, lamentablemente, también tiene cómplices entre nosotros mismos.
Debemos tomar conciencia de los hechos, reconciliarnos con la Verdad y con la Memoria, honrar a los héroes de la Guerra de Las Malvinas, tomar conciencia de que Las Malvinas son Argentinas, al margen de quiénes sean sus habitantes, no dejar de reclamar y dejar de ser obsecuentes con los ladrones que nos roban lo que pertenece a nuestros hijos.
Tal vez entonces podamos, como escribiera Pablo Raúl Trullenque: “… gritar bien fuerte aquellos versos ardientes de Carlos Guido y Spano: ¡Argentino hasta la muerte!”
27 de Marzo de 2.012.