“Ayer la he visto con otro; alegre la ví pasar…” dice Julio Argentino Jerez en La Engañera. Es evidente que cuando ha escrito esta inolvidable poesía musicalizada como zamba, estaba desencantado y celoso.
Celoso, en este caso significa que estaba dolido y resentido al percibir el alejamiento de la mujer amada, que dejó la relación con él y eligió a otro. Se dice que es celoso quien vive desconfiando de su pareja. También se considera celoso a quien se incomoda por que alguien recibe más atenciones que él. En los niños suelen percibirse celos ante el nacimiento de un hermanito, por que el recién nacido pasa a ser el centro de las atenciones, como si estuviese desplazando a los otros niños. Seguramente estos problemas son bien analizados por los especialistas en Psicología.
El sustantivo celos y el adjetivo celoso, nos indican que nos referimos a una sensibilización muy particular de alguien. La mismas palabras se aplican para designar el cumplimiento estricto de obligaciones; así es como se puede escuchar que alguien es celoso custodio de los bienes que le han sido encomendados, o que cumple celosamente con su función en el trabajo.
Ese aumento de la sensibilidad, o la inestabilidad puesta de manifiesto por la persona celosa, ha dado lugar a que también se llame “celoso” a ciertos objetos. Por ejemplo, si el disparador de un arma es blando, si provoca el disparo con mucha facilidad, se suele decir que es un gatillo celoso. La cola del disparador de un arma de fuego debe tener cierta resistencia a la tracción, para evitar los disparos accidentales y por que tal mecanismo tiene una serie de especificaciones por diseño, todas destinadas al buen funcionamiento y conservación del arma. Si un arma es de “gatillo pesado” por diseño, generalmente es mejor dejarla así, debiendo el usuario adaptarse a tal particularidad.
Hay poseedores de armas que para poder efectuar disparos con más facilidad y rapidez, modifican la fuerza de un resorte que está directamente relacionado con el mecanismo disparador. Dejan al gatillo “celoso” a fin de no precisar de esfuerzo para efectuar los disparos. Un arma “celosa” puede causar una desgracia por un disparo inesperado. Es evidente que hay celosos inofensivos y los hay muy peligrosos.
Entre nuestra gente criolla, aún existe la costumbre de hacer trampas con palitos para capturar pájaros y palomas. Esas trampas hechas con palitos, que los muchachos suelen llamar “tramperas”, son de hechura simple. Se cortan palos rectos del espesor de un dedo, formando grupos de cuatro palitos con igual longitud, los necesarios para formar una pequeña pirámide trunca de cuatro lados. Esta pirámide suele tener unos treinta o cuarenta centímetros de lado en la base. Las cuatro aristas de la pirámide de palitos son amarradas con alambre, que pasa por el cruce de los palitos de la base en las esquinas y se unen en la parte exterior de lo que sería el techo de la pirámide trunca. Con otro palo se hace un torniquete en la unión de alambres para darle firmeza al conjunto, con lo que tendremos una jaulita de troncos diminutos, sin piso. Es un trabajo de paciencia y fácil de dominar con la práctica.
Para capturar la presa, un lado de la trampa se apoya en un palito suelto colocado en posición vertical, mientras el lado opuesto se apoya en el suelo. Un hilo que se ata en ambos extremos del lado que apoya en el suelo, pasa por el palo de sostén, con cierta tensión. Cuando el animal a ser capturado toca o pisa el hilo, el palo de sostén cae provocando la caída de la trampa, que así se transforma en una jaula para el pajarito o paloma.
Los changos santiagueños, y posiblemente los de otros lugares, llaman “celoso” a ese palito que sostiene la trampa. Ese palito debe ser un sostén muy sensible, para caerse al aumentar la tensión del hilo por la pisada de una avecita que pesa pocos gramos. Para que el palito sea verdaderamente celoso, el trampero le hace tres cortes: dos cortes transversales hasta la mitad del espesor del palo, desde lados opuestos, a pocos centímetros un corte del otro, y un corte longitudinal que une los dos cortes transversales, logrando así que el palito celoso sea de dos piezas encajadas una en la otra. La pisada del pajarito o paloma en el hilo hace que el celoso se quiebre o desarme, causando la caída de la trampa.
Otra forma de quebrar el celoso de una trampa es tenerlo atado por un largo hilo que será jalado por el paciente cazador, quien deberá permanecer escondido a cierta distancia, generalmente echado sobre su vientre.
Lo que atrae a los pájaros o palomitas hacia el interior de la trampa es un sendero de maíz, trigo, pan u otro cebo que es colocado después de instalar la trampa. El objetivo de esta trampa es la captura de aves pequeñas sin dañarlas, generalmente para luego enjaularlas y tenerlas como mascotas.
En el Litoral Argentino y en gran parte del Brasil, a esta trampa se la llama Arapuca y afirman que es una invención indígena. Los guaraníes no usaban alambre, sino lianas delgadas o guías de ciertas plantas fuertes, como sería el chaguar en nuestros montes o el cipó en las selvas guaraníticas. Las arapucas y otras trampas permitían la captura de animales pequeños sin provocarles daños, pero con el objetivo de usarlos como alimento.
En vez de la trampa de palitos o arapuca, se puede utilizar un cajón, pero se pierde el encanto del trabajo artesanal, por rudimentario que el mismo sea.
Encerrar a un ser vivo que no cometió ningún delito condenable con prisión, es un acto de crueldad e injusticia grave. Si nos gusta el canto de los pájaros, busquemos su canto en los bosques solamente para escucharlos y verlos volar. Si dejamos de ser agresivos hacia ellos, los pájaros cantores se acercarán a los árboles o jardines de las zonas pobladas y cantarán libremente. En los lugares donde no son molestados, los pájaros son abundantes y los amantes de su canto pueden disfrutar gratuitamente de su presencia multiplicada varias veces.
Hay todo un comercio de aves canoras que lleva hacia domicilios de todo el mundo a inocentes víctimas de la injusticia y la falta de piedad. Muchos afirman que los pájaros enjaulados cantan por tristeza, y que su canto es un desgarrado pedido de libertad.
En todo el mundo está disminuyendo la cantidad de fauna silvestre. Está en cada uno de nosotros hacer algo para revertir esta tendencia. Si no podemos ser celosos custodios de los inocentes animalitos, por lo menos podemos evitar adhesiones a las injustas capturas educándonos y educando al prójimo en el respeto a la libertad. Es cierto que los humanos también nos alimentamos de seres vivos, y la alimentación es necesaria; muy distinto es capturarlos para condenarlos a prisión perpetua sin motivo valedero.
Que los comentarios sobre el celoso palito de la trampa y los riesgos del gatillo celoso sean solamente datos ilustrativos. Respecto a los celos por amor, si no se puede solucionar su origen, por lo menos habría que obrar del modo caballeresco de Julio Argentino Jerez, quien tuvo ganas de gritarle a la engañera, pero se guardó de caer en ello.
28 de Febrero de 2.012.