“Me llevó consigo un viejo que pronto mostró la hilacha”. El Viejo Vizcacha aparece con gran fuerza en La Vuelta de Martín Fierro, cuando el segundo de los hijos del gaucho relata su vida.
Este hijo de Fierro es menos protagonista que el viejo, a quien José Hernández pone en el poema para mostrar cierto tipo de personas indeseables que también existían en el ambiente campesino de aquella época. Es el modo de recordarnos que a lo largo de los años, siempre aparecen mas o menos los mismos tipos humanos.
El hecho de que Don Vizcacha fuese viejo, posiblemente era un recurso de Hernández para poner en su poema un personaje que en poco tiempo mostraría sus experiencias y razonamientos. Cuando el pícaro dice “el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo”, está manifestando el valor que da a sus experiencias y a su poca inclinación hacia la bondad. En este caso, el personaje es un egoísta desconfiado y mal intencionado, que pretende dejar su legado de consejos a un muchachito puesto a su cuidado por un sistema que “era” malo.
El Viejo Vizcacha, o cualquier anciano, no es diablo por ser viejo, sino que es diablo si es diablo nomás; aunque con la edad, por razones que los médicos podrían explicar, suelen acentuarse algunas manías y temores que tenemos los adultos. En una edad avanzada, la pérdida de la memoria puede traer problemas y poner a la persona en situaciones irritantes. La memoria débil puede motivar a reclamar algo que ya le ha sido pagado o devuelto, a desconocer una deuda, o dar por verdaderas algunas falsedades que dijera antes por algún motivo y a dar por perdidos objetos que no recuerda dónde dejó o escondió.
La memoria escasa lleva a algunos ancianos a creer que han sido víctimas de robo o que no han comido, o que no han tomado el medicamento que debían tomar. Esas situaciones desagradables (e incluso riesgosas) hacen indispensable la presencia de alguien que se ocupe de cuidar a la persona mayor. Tiene que ser alguien que esté preparado para eventualmente (o habitualmente) ser acusado de robo o de atención negligente. El cerebro humano, al igual que los otros órganos, decae con los años.
Hay gente que sigue la tradición de cuidar a sus mayores en el seno de la familia, los que durante un tiempo mas o menos prolongado pueden ser una buena guía para aconsejar a los más jóvenes y a los niños; pero en otro momento de la declinación física, la persona anciana puede llegar a ser una carga difícil de soportar para la familia. Es fácil proferir palabras condenatorias contra quienes internan a sus mayores en un asilo geriátrico pero, como dice la gente criolla: cada casa es un mundo.
No es malo ser viejo, por que haber llegado a la vejez significa que uno consiguió sobrevivir a muchos avatares de la vida, que vio crecer a hijos y nietos propios o de sus seres queridos, que sería casi lo mismo. Si uno vivió muchos años, ha visto materializarse o esfumarse muchos sueños. Poco a poco ha ido relativizando la importancia de ciertas urgencias físicas propias de la juventud. Quien llega a la ancianidad está en posición de asumir una actitud patriarcal o matriarcal, según sus merecimientos y reconocimiento de sus cercanos. La ancianidad es una etapa de la vida en que la persona no solo comenzará a prepararse para la inminente partida, sino que además procurará dejar una buena herencia para los que quedan.
Quien se va de la vida no lleva nada. Puede dejar una herencia material mas o menos importante, o puede dejar una herencia cultural que será perdurable, o ambas cosas. No es bueno despreciar lo material, como si uno estuviese repitiendo la disculpa de la zorra en la fábula de Esopo (“las uvas están verdes”), pero si no podemos entregar una herencia material junto a la herencia moral, esta última servirá más que los bienes perecederos. “No hay que envidiar al que anda/ detrás de su dinero./ Bien hecho si le alcanza/ para ganar el cielo.” Nos dice Juan Carlos Carabajal en su chacarera Las Coplas de la Vida.
“Respeten a los ancianos/ el burlarlos no es hazaña”, dice Martín Fierro a sus hijos en uno de sus acertados consejos. Si el anciano no ha sido precisamente de lo mejor a lo largo de su vida, no es sano obrar con él del mismo modo equivocado que el mismo pueda haber actuado. Si en su juventud ha sido una persona mala, en el ocaso al menos tendrá menos energía para obrar mal. En todo caso, es preciso estar atentos ante cualquier desmán que el viejito pueda comenzar. El hijo de Martín Fierro no habrá sido el mejor cuidador para el Viejo Vizcacha, pero por lo menos lo acompañó hasta el final. Tomar precauciones, como hizo el muchachito, es una cosa; burlarse del indefenso es cobardía.
Si la persona anciana es de buena madera, aparte de los olvidos, temores y algunas desconfianzas, no va a causar problemas más allá de la natural pérdida de salud. Una persona de buen corazón es una buena guía para los más jóvenes; si además es una persona con mucha experiencia, mejor.
En las ruedas familiares, la persona mayor suele ser un manantial de recuerdos, anécdotas y hechos curiosos. A veces mueve a risa escuchar a un anciano refiriéndose a un amigo de su edad como “ese chango” o “aquel muchacho”.
Hay personas de edad (y no tanto) que cometen picardías similares a las del Viejo Vizcacha, como el hecho anecdótico que nos cuenta el Dr. Raúl Coronel desde el Chaco: El dueño de una vaca había confiado a un viejo conocido el cuidado de una vaca. Días después, el pícaro cuidador había carneado al animal y vendido el cuero. Pasado un tiempo, llega de visita el dueño del animal y pregunta por la vaca. El caradura responde que la vaca murió. Para salvar algo, el dueño del vacuno le pide el cuero del animal, recibiendo como respuesta: “Es que se murió con cuero y todo.”
Quienes conocen la vida rural deben tener conocimiento de muchos conflictos por animales encargados a ciertos pícaros o por la cría de ganado en sociedad. Muchos de esos arreglos andan bien, cuando hay honestidad y buen criterio de ambas partes. Otros terminan con problemas. No es necesario que los protagonistas de estos buenos o malos negocios sean viejos; tampoco es necesario que sean campesinos. En todas partes hay toda clase de gente, y los buenos o malos pueden serlo desde niños, aunque algún día han de envejecer también.
Tanto los niños como los ancianos son dependientes de alguna ayuda. No hay que descuidarlos, por nuestro propio futuro.
22 de Noviembre de 2.011.