"Mi tierra, te están cambiando. O te han disfrazao, que es pior…" Se hace duro para algunos puebleros escuchar la queja del paisano. Les parece inaceptable. El citadino que vive soñando con Europa y sus asociados, piensa que el bárbaro cantor que reclama por la libertad cultural de nuestra tierra es un retrógrado nostálgico que se opone al progreso y a la integración con los admirados y lejanos patrones.
Cuando terminaba el mes inicial de 1.908, comenzaba la vida de uno de los principales cultores de la música argentina. El 31 de Enero de ese año, en el paraje Campo de la Cruz, provincia de Buenos Aires, nacía Héctor Roberto Chavero Aramburu, hijo de un santiagueño de Loreto y de una dama venida del País Vasco.
El muchachito nacido cerca de Pergamino, adhirió con fervor a la afición de sus mayores por la lectura. Así fue nutriendo su intelecto y comenzó a escribir a muy temprana edad, adoptando entonces el seudónimo Atahualpa. Decía Atahualpa que en la casa escuchó guitarra desde el comienzo de su vida. También la realidad familiar lo acostumbró a los viajes, a distintos paisajes de nuestro país. La guitarra, libro del cual brotan paisajes musicales, los distintos parajes con sus enseñanzas y los libros con su música y paisajes alimentaron toda la vida al andariego cantor.
La inmensidad de las pampas, la imponencia de los cerros, el misterioso fluir de los ríos, todo lo que veía y vivía iba cimentando en el paisano Atahualpa Yupanqui el concepto de libertad que leía en obras de los grandes pensadores. Libertad… idea que puede acarrear problemas a quien la tome con mucha vehemencia…
Atahualpa pretendió viajar, cantar, escribir, opinar, entrar y salir de un partido político. Entonces aparecieron los problemas y fue criticado, atacado, aprisionado, proscripto. No es fácil ejercer la libertad.
La vida lo llevó a distintos lugares del mundo. Pudo recorrer y vivir países europeos, donde se sintió a sus anchas y fue debidamente reconocido. También llegó a enamorarse del Japón y la cultura de su pueblo durante el tiempo en que lo recorrió tocando la guitarra y cantando.
Francia fue su lugar predilecto en Europa; el Cerro Colorado fue su casa en Córdoba, Argentina. Decidió vivir en una casa que construyó rodeada de peñascos y cercana a un río, donde reinaba la paz natural. Pero su destino era piedra y camino nomás. No podía quedar quieto todavía. Había que saldar deudas pendientes con el mundo, al cual le debía aún unas coplas y el cual le debía más aplausos. En realidad, el criollo guitarrero y cantor gustaba más de un oyente silencioso que de los aplausos. Valoraba mucho el silencio, pero el silencio meditativo y creativo, no el silencio cómplice, por eso aclaraba: "Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí."
Atahualpa Yupanqui silenció su canto una noche en Nimes, Francia. Partió en calma, en silencio, sin estridencias. Sus creaciones ya habían calado hondo en el cancionero popular argentino.
En estos días, por el escenario Atahualpa Yupanqui, en la ciudad de Cosquín, hay muchas luces, micrófonos, cámaras de televisión y toda una parafernalia tecnológica para difundir el Festival Nacional de Folclore. Están las figuras repetidas, las que están en todos los festivales incluso folclóricos, están programados también muchos que son nuevos para ese escenario, delegaciones provinciales e internacionales. También hay una delegación del Japón, país que gusta del folclore argentino.
Seguramente los músicos y cantores japoneses van a sentir una emoción especial al actuar en el escenario que lleva el nombre del prócer criollo que con tanto amor escribió Del Algarrobo al Cerezo. También los payadores, que este año excepcionalmente tuvieron acceso al escenario que lleva el nombre de quien escribió sus vivencias en El Payador Perseguido, habrán sentido en sus guitarras El Alma del Payador.
Viendo la programación para el espectáculo central, uno ve nombres que suenan extraños a un encuentro folclórico. Si consideramos que folclore es todo lo que nuestro amable pueblo consiente en aplaudir, está bien. Si tomamos como referencia al criollo cuyo nombre ha sido impuesto al escenario mayor del festival, pensamos que es un disfraz más para lo que ocurre en nuestra tierra con nuestra identidad colectiva.
Entre todos los artistas que actúan ante la multitud que se convoca frente al escenario Atahualpa Yupanqui o los de las peñas callejeras o privadas, podremos ver que mal que mal, entre famosos y desconocidos, hay lugar para todo pues, como diría Atahualpa: "Algunos cantan bien; otros, pobres… mas o menos."
Algo halagüeño para nosotros que se puede ver en esta nueva edición del festival es una creciente presencia santiagueña. Los Manseros Santiagueños, al igual que otros tradicionalistas de distintas provincias, representan la obstinación del criollo por seguir accediendo a los escenarios.
El Pre Cosquín es habitualmente el encuentro de los que aún no han sido influidos por el profesionalismo. Este año, la Academia El Gaucho, de Icaño, triunfó en Conjunto de Malambo. Los gauchitos del sudeste santiagueño suelen ser buenos bailarines y lo están demostrando.
El bailarín Santiago Ayala “El Chúcaro” solía ser amigo de Atahualpa Yupanqui. En la casa museo del cantor, en Cerro Colorado, provincia de Córdoba, está el túmulo donde descansan juntos los restos de estos entrañables amigos. Es como si estuviesen marcando además la estrecha relación que existe entre el canto, la música instrumental y la danza.
Los antiguos vecinos de Villa Salavina recuerdan los encuentros entre Atahualpa, El Chúcaro, Julián y Benicio Díaz. Quienes cantan La Olvidada, La Alabanza, La humilde o La Finadita, suelen evocar a Atahualpa junto a Los Hermanos Díaz tocando y creando juntos.
El guitarrero y cantor bonaerense, el payador perseguido, salió de las pampas y emigró hacia el norte, luego volvió al sur, a la ciudad gringa, de ahí partió hacia Europa y recorrió el mundo, siempre llevando el canto de estos cerros, selvas y llanos.
Algo alcanzó a ver del canto criollo influido por esos Nortes lejanos y ajenos, a los que deberíamos mostrar lo nuestro sin pretender que nos imiten ni imitar lo suyo para deformar lo nuestro. Cuando uno ve lo variado de las propuestas en cuanto a espectáculo folclórico y confirma para sí mismo que el canto criollo está en retroceso, dan ganas de decir: "Amalaya, que se ruempa pa’siempre mi corazón."
25 de Enero de 2.011.